La blancura de la ballena

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

OPINIÓN

04 ago 2019 . Actualizado a las 08:40 h.

En la versión cinematográfica de Moby Dick, el clásico de John Huston, el capitán Ajab señala en un mapa dónde se encuentra finalmente la ballena blanca: en las proximidades del atolón de Bikini. En realidad, en la novela de Herman Melville no se identifica claramente el lugar -aunque yo he hecho mis cálculos náuticos y me sale la isla de Tonga-, pero Huston pretendía aquí hacer un guiño. La película se rodó en 1954 mientras se realizaban las famosas pruebas de la bomba atómica en Bikini. Es una apostilla genial, porque Melville concibió a Moby Dick como una encarnación del poder de destrucción absoluto y ciego, como el de la bomba atómica, que se lanzó hasta veintitrés veces en aquella isla del Pacífico en pocos años.

Se cumplió esta semana el aniversario del nacimiento de Melville, así que se vuelve a hablar de esta novela impresionante e ilegible, profunda y pesada, a la que le sobran muchas páginas, pero no le falta de nada. Es una muestra de que la genialidad no es lo mismo que la perfección, que una obra de arte puede estar llena de defectos. Y es que, por mucho que se empeñen sus entusiastas, Moby Dick es dura como un ladrillo, a veces simplemente tediosa. Leerla es como debió ser, precisamente, ir a la caza de una ballena alrededor del mundo: una navegación penosa, con largos períodos de aburrimiento y sin viento en las velas. En nuestro camino vamos encontrando terribles obstáculos, como el tratado de cetología que Melville incrusta en medio de la historia, o la exégesis sobre la figura bíblica de Jonás. Pero, cuando ya estamos a punto de desesperar, de repente es como si escuchásemos la voz del vigía que avisa del avistamiento de una ballena resoplando en el horizonte, o de la proximidad de tierra. Llegan entonces varias páginas extraordinarias, oro en medio del barro, que nos reconcilian con Melville y su idea.

Su idea no es simple. La novela es una metáfora sobre la blasfemia y la redención. Ajab, que lleva el nombre del rey idólatra de la Biblia, el marido de Jezabel, es indiscutiblemente la imagen del pecado de soberbia y la locura. Pero, ¿qué es Moby Dick? En principio, parece un símbolo eucarístico, la imagen de la inocencia. Melville, sin embargo, al profundizar en las contradicciones morales de su novela, se acaba perdiendo. En un famoso capítulo, su protagonista, Ismael, se dedica a glosar los significados posibles del color blanco. Por una parte es el color del mármol, la camelia y las perlas, de los hábitos talares, del armiño real, de la piel blanca, de los elefantes reales de Siam y de los caballos blancos de la heráldica. Por otra parte, es color del terror: el del oso polar, el del tiburón blanco, el de la nieve mortal, el de la palidez de los muertos. El blanco, razona Melville a través de su personaje, es la ausencia de color, el vacío, la nada.

Ismael, el joven marinero que cuenta la historia, duda. No sabe en quién creer, si en Ajab o en la ballena. Moby Dick es la epopeya de la incertidumbre moral. Al final, el dilema se resuelve solo: la locura de Ajab lleva a todos a la muerte, la ballena blanca hunde el barco y los arrastra a la profundidad del océano. El bien absoluto tiene una capacidad de destrucción metafísica, como la bomba atómica, cuyo poder aniquilador roza lo espiritual. Solo Ismael sobrevive «para contar la historia», como en el libro de Job de la Biblia. Es decir, Ismael es Melville. También sus dudas se han resuelto escribiendo su novela y venciendo al color de la página en blanco. Quizás por eso en la primera frase del libro dice «llamadme Ismael», porque ese no era su verdadero nombre.