El populismo de izquierdas hay que definirlo desde el contexto político en que nació

OPINIÓN

18 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Es importante que, sobre el populismo de izquierdas, hagamos análisis correctos sobre lo que ahora es y no por lo que en otros momentos fuera, ya que en estos momentos sobre él pesa que demos categoría política a la unidad popular, donde el papel de la clase trabajadora es fundamental. Al marxismo se llega desde el conocimiento práctico que da la intervención directa en la lucha de clases y por el estudio de los clásicos que posibilitaron el desarrollo de la humanidad, razón por la que a veces se hace costoso el entender las referencias en la crítica política, a lo que otros intelectuales dijeron en su momento sobre asuntos similares, como si ya todo estuviera escrito para la eternidad. Ante ello habrá que entender que las variables del saber y de sus procesos metodológicos influyen en el resultado final de la crítica y con el populismo no iba a ser diferente, siendo conscientes de que el error no proviene del exceso erudito sino por la falta del análisis concreto desde el contexto global de la lucha de clases, bien por una concepción del mundo materialista pero dogmática o bien por basarse en el idealismo subjetivo.

Las visiones que tenemos de la realidad y los pensamientos que nos producen a cada uno son como los números infinitos, por eso lo importante es la conclusión y no el perderse en las distintas variables del análisis, el cual debe estar unido al desarrollo individual de una ética del saber que implique que lo nuevo conocido no solo debe servir para transformar la realidad, sino que es básico que primero ella transforme nuestro saber. Conceptualmente es imposible que sea el mismo Marx cuando comenzó a escribir por ejemplo sobre el valor en El Capital, que cuando murió con él sin cerrar. Lo mismo Lenin, que no podía tener el mismo saber cuando destruyeron la hegemonía feudal y burguesa del estado zarista ruso que cuando dan un paso atrás para reescribir la nueva política económica para el desarrollo del nuevo estado soviético. Así los nuevos conocimientos cambiaron sus ideas o las organizaron mejor.

Al finalizar la segunda guerra mundial con la transformación económica y social que aportó la revolución soviética a la humanidad, con victorias para la clase trabajadora como el estado de bienestar en los países socialistas y occidentales, consolidó en los años sesenta un proceso de revisión del marxismo que fusionó la filosofía del materialismo dialectico con la teoría política marxiana como un único concepto filosófico. Esta noción del saber que se construye bajo los logros del desarrollo de la URSS consolida un revisionismo dogmatico que provoca la ruptura internacional del movimiento comunista generando dos líneas, una eurocomunista y liberal de superación de la lucha de clases y otra crítica, que fusiona la teoría política marxista con su concepción del mundo en una sola y exclusiva filosofía marxista leninista, impidiendo el desarrollo del marxismo, donde cada palabra o frase de sus dirigentes es inmutable y una verdad absoluta por encima del tiempo y del espacio. Pero la disolución de la URSS en el 1989 libera la fuerza que explosiona como populismo de izquierdas en países de América Latina, que desde el golpe de estado en Chile en 1973 acumula fuerzas desde nuevas formas políticas y organizativas de la unidad popular, consolidando los procesos revolucionarios en Nicaragua, Venezuela o Bolivia, que se unen al de construcción socialista cubana, extendiéndose internacionalmente para superar al inútil y anquilosado marxismo leninismo posprosoviético y al corrupto y neoliberal eurocomunismo.

De la crisis del capitalismo global por sobreproducción del sistema de libre mercado desde los setenta y de la crisis del marxismo dogmático ante la victoria del neoliberalismo financiero en los ochenta nace el populismo de izquierdas en confrontación con la oligarquía financiera neoliberal dominante para la defensa de los intereses populares y es esta confrontación la que la convierte en revolucionaria, todo lo contrario que el revisionismo marxista posprosoviético, que se acopla con la oligarquía en su crítica sectaria al populismo de izquierdas. El populismo de izquierdas puede evolucionar desde la perspectiva revolucionaria si coge bien la lucha de clases o en una línea política degenerativa, que es la que acaba en la pospolítica del neoliberalismo seudoprogresista tipo la tercera vía socialdemócrata de Tony Blair. Las últimas en España las vimos con Errejón y Carmena emulando a Llamazares, pero estos en su papel de populismo progresista acabaron aquí y Roma paga errores, no traidores.

Los criterios prácticos o tácticos ideológicos, políticos y programáticos que marcan las diferencias entre el populismo y el marxismo leninismo no sectario están principalmente en su posición sobre la clase obrera, en situar la contradicción principal entre pueblo y oligarquía neoliberal, en el papel del Estado como instrumento de la soberanía, en la lucha popular como proceso de guerra de posiciones en las instituciones, en la negación de la guerra de movimiento y en el programa de reformas económicas y sociales para la recuperación del estado de bienestar y regeneración democrática, todo como línea de demarcación y diferenciación política del neoliberalismo austericida de la oligarquía.

Su posición sobre la clase obrera puede ser confusa o ecléctica pero no antagónica con la marxista. En general debemos entender a los intelectuales del populismo como Laclau o Mouffe por encima de las distorsiones que hagan del marxismo, en su función crítica de confrontar con alternativas al marxismo dogmático dominante que la encorsetó y aún ahí sigue como única clase obrera la de los grandes centros fabriles y esa clase obrera que nunca fue mayoritaria socialmente y que ni Marx ni Lenin la elevaron como vanguardia, aunque solo sea porque nació del sistema de producción fordista de la postguerra mundial. De hecho como vanguardia solo lo fue en el cerebro de los dirigentes revisionistas soviéticos de los años sesenta por la revolución industrial fordista que la puso en la vanguardia del desarrollo científico técnico, superando en muchos aspectos a potencias capitalistas como  EEUU. Pero atendiendo a los detalles de la metodología marxista, la clase obrera la forman aquellas personas que careciendo de bienes y posesiones ofertan su fuerza de trabajo al empresario de la industria, servicios o administraciones públicas, sumado al lugar que ocupa en la relación de producción sin mando y sumado a lo que cobra por su trabajo, siempre menor que los beneficios que produce, quedando su función así definida. El populismo en general tiene dos formas de verla, no negarla pero situarla al mismo nivel que los movimientos sociales identitarios como feminismo, nacionalismo, ecologismo o animalismo, o como superada por las nuevas condiciones sociales existentes como clase media, precarizada, desempleada o migrante, siendo todos ellos sustituidos por el concepto más amplio como pueblo.

Al situar la contradicción principal entre pueblo y oligarquía, el único error que encubren es el de no dar categoría de clase a más del ochenta por ciento del pueblo, que está formado por la clase obrera en términos analíticos marxianos, más otras clases y sectores sociales oprimidos o explotados por el gran capital, pero sea cual sea la definición, la clase obrera es mayoritaria en el pueblo tanto en aquellos que definen como oligarquía al 1% de la gran burguesía dominante, como la de aquellos que la extienden a sectores de la burguesía y sectores profesionales dependientes o subordinados directamente por sus intereses a la oligarquía neoliberal. Tanto en un caso como en el otro, el populismo corrige con acierto el sectarismo dogmático del marxismo dominante, que impidió durante muchos años la unidad de acción de la clase obrera, desde su línea política independiente de otras clases sociales, con la unidad popular orgánica como expresión política de la unidad del pueblo, central en toda estrategia de victoria. Esta apuesta del populismo de izquierdas por la unidad popular en confrontación con el dogmatismo del marxismo dominante en la lucha contra la oligarquía neoliberal, fue la que posibilitó los procesos revolucionarios en occidente desde el triunfo del revisionismo en el marxismo en los años sesenta.

En su defensa del estado como instrumento de recuperación de la soberanía confronta directamente con la tesis neoliberal de globalización subordinada a los centros financieros internacionales y lo sitúa en el mismo ámbito que los procesos revolucionarios latinoamericanos, donde el poder hegemónico de la oligarquía en el estado es destruido, resurgiendo uno nuevo desde los valores hegemónicos de la unidad popular. El ejemplo más claro es Nicaragua, que después de perder el gobierno los sandinistas por más de una década la oligarquía fue incapaz de restaurar su hegemonía en el estado nicaragüense, copado por las estructuras populares del sandinismo. De tal forma aprendió la lección el imperialismo, que su siguiente paso fue ir directamente a la desestabilización del estado sandinista mediante la violencia terrorista y el bloqueo imperialista. Lo que es evidente es el acierto de la estrategia populista en la transformación hegemónica de la superestructura del estado como base del desarrollo económico y social y esto casa con las tesis leninistas, de consolidación del estado soviético proletario como base del desarrollo económico, social y de defensa ante los embates del imperialismo. Actualmente es central, en el proceso de rectificación del socialismo cubano, donde el Estado y sus instrumentos son la base de la unidad obrera y popular para su desarrollo económico y social. Lo contrario que la transición española, donde quedó perviviendo en el estado la hegemonía del viejo fascismo franquista.

La guerra de posiciones se sitúa como lucha institucional porque no ven eslabones intermedios entre pueblo y oligarquía, ya que la visión es del conjunto del pueblo, de su totalidad, que tiene su impronta del proceso que surge de la movilización de millones de personas que se conforman en bloques y lo confirma Argentina, donde el populismo hegemonizado por elementos de la burguesía patriótica entorno al peronismo puede ser derrotado como lo fue con Cristina Fernández y emerger desde la movilización popular nuevamente como alternativa de Gobierno y en particular por la capacidad que tiene histórica de dar una visión creíble de unidad popular, que en el ideario de las masas es mucho más que la unidad de una clase obrera dividida y derrotada mil veces, por el dogmatismo y el oportunismo neoliberal, que de las dos el pueblo argentino está sobrado. La capacidad de lucha de la clase obrera Argentina a pesar de su división es conocida y el porqué de su continuado fracaso y de no ser capaces de reconducir la dirección política del populismo peronista es por ser sus líderes incapaces de entender por su dogmatismo revisionista sectario, que en la unidad popular del populismo está consagrada la unidad de la clase obrera, por ser una sociedad industrial y de servicios como Europa. Por eso es clave apoyarse en ella para hacerla también una necesidad ideológicamente estratégica.

La infrautilización política y teórica de la guerra de movimientos viene de la concepción populista de que la clase obrera ya no existe transformada en clase media, precarizada o migrante que conforman el pueblo o bien, que la vieja clase obrera industrial conforma con otros sectores como el feminismo o el ecologismo, los nuevos sujetos revolucionarios. Al negar a la clase obrera en su conjunto como sujeto, le imposibilita intervenir en la base de la sociedad económica y política y en sus organizaciones de masas, con un discurso transversal donde el feminismo o el ecologismo adquiere toda su fuerza revolucionaria al hacerse desde dentro de la lucha económica y social o lo que es lo mismo, desde la lucha de clases. Al interseccionar las luchas de forma individual y fuera de la lucha económica, imposibilita el desarrollo de los procesos locales de guerra de movimientos, pues estos como ahora serán fruto de la espontaneidad de las masas y no de la acción organizada por las organizaciones sindicales y sociales obreras. La mayor debilidad de los procesos revolucionarios de base populista está en una insuficiente vinculación con la base obrera organizada en los sindicatos y partidos de la clase obrera y esta debilidad solo un partido obrero la puede corregir, uniendo la lucha del movimiento obrero que conforma más del ochenta por ciento del pueblo, a la lucha del pueblo contra la oligarquía neoliberal, como enemigo principal.

Su programa contra la austeridad, por la regeneración democrática y la defensa de las libertades como instrumento de movilización de masas y propuesta programática es la línea de demarcación con el neoliberalismo y el globalismo. Programa concreto y sencillo de entender por las masas, que encierra en su interior como un todo, la defensa de los derechos garantizados por el estado de bienestar desde los servicios públicos, hoy debilitados cuando no directamente suprimidos por las políticas de austeridad para la acumulación de capital. Por eso es necesario que el derecho a los servicios públicos del estado de bienestar, sea generalizado como derecho fundamental garantizado constitucionalmente y financiados mediante impuestos a la banca, multinacionales, grandes fortunas, empresas y profesionales, como una medida de valores revolucionarios de base socialista. Dentro de este programa para su consumación, es donde adquiere su valor fundamental la soberanía del estado español, sin la cual es imposible el desarrollo de una política económica distributiva de la riqueza, como la de acumular la suficiente fuerza social para eliminar la hegemonía de la oligarquía en los aparatos del estado, paralelo a una acción unitaria por una Europa democrática y socialista de la clase trabajadora y los pueblos.