Los referendos los carga el diablo

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

ANDY RAIN

06 sep 2019 . Actualizado a las 08:40 h.

En un trabajo de 1999 defendía Giovanni Sartori la representación política, pese a sus vicios, frente a los varios instrumentos de democracia directa y criticaba con dureza uno muy sobrevalorado (el referendo), cuya defensa equivalía a sostener un disparate: «Si el cirujano es malo, operémonos nosotros mismos; si el profesor es malo, prescindamos de él». Tal dislate llevaba a uno de los más grandes politólogos del siglo XX a recordar el célebre juicio del periodista norteamericano Henry Mecken, citado aquí en más de una ocasión: «Para todo problema humano puede encontrarse una solución simple, clara y equivocada».

Así cabría calificar la supuesta solución que el irresponsable David Cameron creyó encontrar en 2016 para acabar con el debate existente en su país y en el interior de su partido, el Conservador, sobre la relaciones que debían mantener el Reino Unido y la Unión Europea en el futuro. Un referendo que sometía un problema complejísimo a un simple sí o no y obligaba a millones de personas a manifestarse sobre un asunto cuya realidad y trascendencia desconocían casi por completo. Con una participación del 72% apoyaron el brexit el 52% de los votantes que representaban al 37,5% del censo electoral.

Es decir, una descabellada decisión (la de convocar el referendo) dio lugar a que menos de 4 de cada 10 británicos, la inmensa mayoría de ellos manipulados por un populismo antieuropeo potenciado por la red y las fake news, hundiesen al más antiguo sistema representativo del planeta en la peor crisis de su historia moderna.

Y, así, el régimen parlamentario del Reino Unido, que constituyó durante más de dos centurias un ejemplo para el mundo (el llamado modelo Westminster), ha vivido todos los despropósitos que cabe imaginar: desde las tentativas de los contrarios al brexit de burlar el resultado de la consulta hasta el intento de Boris Johnson de clausurar el Parlamento para hacer efectivo un brexit sin acuerdo, pasando por la ruptura interna de conservadores y laboristas, la traición de no pocos ministros a su gabinete y a su Premier y un espectáculo político bochornoso, más propio de una república bananera que de una monarquía parlamentaria, a la que también el brexit ha acabado por poner en la picota.

 Todo ello no es solo culpa del instrumento (el referendo) elegido para resolver un problema tan complejo, pero lo es también, desde luego, de la peor institución imaginable para lograr el objetivo perseguido. Pues, por decirlo de nuevo con las palabras de Sartori, «un sistema en el que los decisores no saben nada de las cuestiones sobre las que van a decidir equivale a colocar la democracia en un campo de minas. Hace falta mucha ceguera ideológica y, ciertamente, una mentalidad muy cerrada, para no caer en la cuenta de esto. Y los directistas no lo hacen». No está de más recordárselo a los nacionalistas, a Podemos y a todos los incautos que se creen sus desvaríos y quimeras.