Negros, fascistas y huevos

OPINIÓN

08 sep 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

En 1962, durante la campaña electoral a gobernador de Alabama, el candidato republicano, George Wallace, prometió echar a los estudiantes negros de las facultades. Obtuvo el 98% de los votos. Por el decreto presidencial 11111, John F. Kennedy le arrebató la Guardia Nacional del Estado y el general al mando le dijo a Wallace que anulara la orden (de expulsión de los negros de la universidad) o lo detenía. No tuvo que detenerlo. Un 98% es un porcentaje aplastante, más del doble que el de los rebeldes catalanes, e indica que la alienación sociocultural de las masas acerca de la supuesta y repugnante superioridad racial no puede infringir la ley, sea cual sea el número de indigentes mentales.

Esto lo contó en un artículo en El Mundo, el pasado mes de agosto, el catedrático de Filosofía Política de la Universidad de Barcelona Félix Ovejero, cuyo último libro, La deriva reaccionaria de la izquierda, es aleccionador para los que nos identificamos sin vellones de oro argonáuticos postmodernos con la izquierda verdadera, la que tiene como punto de mira la solidaridad, no el populismo barriobajero, la falsedad sostenida, la ruptura de los pueblos y la adoración a los altavoces del nuevo terrorismo ibérico.

El mundo vive una época de fascismo que parecía imposible hace unas pocas décadas, en las que todavía se recordaban los horrores de la primera mitad del siglo XX. Pero, como ya hemos sostenido en esta misma columna de La Voz de Asturias y en algún que otro ensayo publicado en revistas especializadas, la Historia es una rueda de pequeño radio que, en su rodar, pisa periódicamente sobre el suelo toda su superficie, una y otra vez, una y otra vez.

Por centrarnos en la UE, que Trump, Putin, Xi y otros son tan perversos que no queremos despacharlos con una pincelada, tenemos el caso de Boris Johnson. El cierre del parlamento británico es inaudito en el país donde el parlamentarismo es sagrado. Estamos, pues, ante un fascista puro. Sin embargo, Johnson no es una anomalía: Salvini, el arponero del Mediterráneo, es el nuevo Mussolini, no menor que el húngaro Orbán, pero tampoco menor que los líderes separatistas catalanes que se anticiparon en más de un año al inquilino de Down Street. Porque no solo cerraron el parlamento cuatro meses en 2018, sino que lleva casi dos años sin actividad legislativa, reservándose en exclusiva para hendir el cuchillo del odio étnico en el Estado español (un personaje del relato Desgracia, de J.M. Coetzee, dice: «Ahora todo el mundo escoge qué leyes son las que obedecer»).

A la inversa de Kennedy, Pedro Sánchez no decretará una orden similar a la 11111 para defender el Estado de derecho. Desde luego, emparentar a los dos políticos es una aporía, un inconcebible. No obstante, dejar que el fascismo, bien el ultra de Puigdemont, bien el falso progresismo de Junqueras, bien el del terror de la ANC, Ómnium, la CUP y todas las manadas de soldaditos CDR-SS que se han hecho con el control de Cataluña y están asfixiando, constriñendo como boas, a los demócratas; dejar que el fascismo, apuntábamos, eche raíces no es una cuestión de ser o no ser un estadista, es una cuestión que tiene que ver con la vileza y con la carencia de huevos para hacer cumplir la Constitución. Pedro Sánchez no tiene huevos, y si le cuelgan, están podridos.