En manos del postureo político

OPINIÓN · Exclusivo suscriptores

18 sep 2019 . Actualizado a las 11:30 h.

Si el problema solamente fuese la fragmentación partidaria, que encomendó a los antisistema y a los figurines -masculinos y femeninos- la superación de la crisis económica, la regeneración de la política y el encarrilamiento del procés, aún tendríamos una solución. Porque bastaría con que el electorado modificase un poquito sus opciones -distanciando a PSOE y PP de todos los demás- para que el tan denostado bipartidismo imperfecto volviese a funcionar. Y si el problema solo fuese un atasco funcional del sistema, que, herido por la corrupción y la indignación, ha perdido la agilidad que antes tenía para reparar baches y desajustes, tampoco deberíamos temer por lo que viene ahora, porque ningún sistema es perfecto, y porque todos los buenos sistemas -y el nuestro lo es- tienden a corregirse y reinterpretarse para no tropezar tres veces en la misma piedra.

Pero el problema esencial de este momento no se corresponde con ninguna de las dos eivas mencionadas, sino con el hecho de que -tras varios años de votación indignada, de debate tuitero, y de teatrales y pedestres análisis políticos, servidos por periodistas vociferantes, por presentadores parciales y por profesores adictos al show televisivo- hemos construido la clase política más fulera, irresponsable, inexperta y guapa -que todo hay que decirlo- de nuestra larga y compleja historia. Por eso nos está fallando la política, mientras hacemos depender nuestro pan, la paz y el futuro del postureo y los modelitos del centroderecha, y de los desaliños y las rastas de la izquierda antisistema.

Aunque supongo que este último escollo también tiene remedio, es obvio que va para largo. Porque, mientras la fragmentación de los partidos y las abolladuras del sistema pueden resolverse en los talleres de chapa y pintura políticas, el hecho de haber pasado a la vieja clase política por la trituradora, y haber entronizado en las instituciones y partidos a líderes inexpertos, gestores improvisados y desertores de las pasarelas solo se resuelve con el paso del tiempo, cuando los que ahora brillan como el lucero del alba empiecen a estar fondones, lucir canas, tener entradas y arrugas, exhibir una historia de pedagógicos fracasos, y a tener en sus cabezas y corazones algo más que el ansia de poder y la vanidad de vanidades.

Por eso creo que cualquier cierre de la crisis y del bloqueo que propicie esta clase política, para salvar su pellejo, será totalmente falso. Y esa es la razón por la que siempre opté y defendí que, en vez de confundir gobernabilidad con investidura, y de atar un gobierno con hilos de araña, debemos exigir -con plena consciencia del grave momento que vivimos-unas nuevas elecciones, que, vistas como un desafío histórico, bien podrían convocarse al estilo del viejo alcalde de Móstoles: «¡Españoles, la patria está en peligro; acudid a salvarla!». Porque resulta muy ridículo que este país, que tanto presume de laico -sin saber muy bien lo que tal cosa significa- siga esperando que el cielo haga un milagro.