Que del 10-N surja otra izquierda

Alejandro Suárez

OPINIÓN

Las urnas repletas de votos para el Congreso y el Senado, en Pola de Siero
Las urnas repletas de votos para el Congreso y el Senado, en Pola de Siero

23 sep 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

La convocatoria electoral constata un fracaso de la izquierda: aún no ha sabido iniciar un nuevo ciclo de gobierno estable tras el fin del último ejecutivo conservador. Los votantes están cabreados y la base social de la izquierda, hastiada e indignada. Pedir el voto sin cambiar los discursos y las actitudes de las últimas elecciones resultará un desastre. Lo que nuestra gente quiere oír es cómo vamos a ser capaces de superar nuestra derrota autoinfligida y cuyos efectos padecen ellos. En cualquiera de sus fórmulas podría haber sido la legislatura de la protección laboral, la mejora de sistema de pensiones y del modelo de impuestos, la legislatura de la protección social. Los votantes han perdido confianza debido al infantilismo y banalidad con la que nos hemos comportado. Si la campaña no supera los mensajes habituales y, además, se instala en un cruce de acusaciones sobre quién es el culpable de haber desperdiciado la oportunidad de hacer reformas fuertes, si nos empeñamos en continuar dando vida al cuadro de Goya «Duelo a Garrotazos» que tan bien representa lo sucedido estos años en la política, la derecha recepcionará la indignación que se producirá. La ciudadanía reclama un gobierno del Estado en un momento muy complicado para España y para Europa. Estas elecciones exigen un cambio y regeneración discursiva en unas fuerzas políticas de izquierda que han devenido vertiginosamente obsoletas en su forma de pensar y actuar. Si no se produce, la gente lo percibirá perfectamente. 

En primer lugar, hay que situar el pacto como combustible de la democracia y por tanto en el centro de nuestra acción política. No resulta coherente que quienes denostamos el bipartidismo no seamos capaces de gobernar la pluralidad democrática y la diversidad de la propia izquierda. El pacto siempre proporciona un camino para la mejora de las cosas, aunque haya que asumir contradicciones, insatisfacciones, incoherencias, incluso alguna injusticia para la propia fuerza política. La sociedad española, que va por delante de la política, ve los pactos y acuerdos -ordinarios en todos los ámbitos de la vida social- con normalidad y satisfacción, aun más, hoy en día los asume con alivio. Sorpresiva y contradictoriamente la nueva política ha generando un bucle de incapacidad para la comunicación y el entendimiento que nos ha alejado de los intereses cotidianos de nuestros representados y nos instala en lenguajes y liturgias sólo inteligibles para quienes estamos en las direcciones de los partidos. La normalización del pacto es una apuesta ideológica por el sistema democrático representativo desde la convicción de que sólo los acuerdos frenan el deterioro de las instituciones democráticas y su pérdida de credibilidad. Más allá de la democracia representativa, con todas su grandes deficiencias, sólo se encuentra la ley del económicamente más fuerte. Además, la crisis del sistema democrático, provocará siempre la crisis de la propia izquierda.

En segundo lugar, la izquierda tiene que entender que, para ser útil, su futuro tiene que ser plural. Define Íñigo Errejón el concepto de «competencia virtuosa» para señalar las relaciones que han de darse entre las diferentes propuestas transformadoras y no creo que haya una mejor fórmula. Los bloques unitarios, por su fragilidad cristalina, caen en la fragmentación particularista, ideológica y territorial, y, por añadidura, tienden a generar hiperliderazgos. Por otro lado, dificultan la expresión y visualización de la diversidad del pensamiento. Los intentos de construir «casas comunes de la izquierda» —uno lo lanzó un PSOE henchido de victorias de los años 80— dificultan el avance de las ideas de transformación, sobre todo si gobiernan. Las conquistas sociales necesitan siempre de ideas que pretendan ir más allá y que sólo pueden elaborarse en espacios políticos independientes y no mayoritarios ya que el objetivo de estos últimos ha de ser la búsqueda de transversalidad y la captación del centro político. Y es imprescindible que existan proyectos de izquierda con vocación «transversal» pero en esa lógica política y electoral no pueden seguirle, de forma unificada, los planteamientos de izquierda más clásicos, que son los que están preñados de fuerza transformadora. La alianza de las izquierdas, para ser fuerte y estable como se necesita, tiene que ser dialéctica para poder agregar grandes zonas del electorado y mantenerlas identificadas con diferentes opciones políticas. Siempre ha de existir, como se ha escrito, «una avanzadilla que tantea el terreno y ve hasta donde se puede avanzar sobre los consensos de época, empujando el umbral de lo tolerable». En definitiva, acuerdos programáticos y compromiso con una unidad de acción de todos los que buscamos el cambio, pero que no intente construir un único bloque electoral o un único sujeto político orgánico que, dada su realidad sólo mítica, cronificaría las disputas internas. Lo que sí es corrosivo para la unidad de acción de la izquierda es la ausencia de un acuerdo de mínimos sobre la idea de España como Estado y como comunidad cívica y política de pertenencia. Eso sí que lastra nuestra potencialidad de acción conjunta y no la existencia de distintas ideologías que, organizadas independientemente, compitan virtuosamente entre sí. 

En tercer lugar, se necesita más relación con el sindicalismo de clase, acostumbrado, por su función y pluralidad interna, a todo lo antedicho y capaz de dotar a la política de realismo y conexión con el aparato productivo y con la realidad cotidiana de las y los trabajadores. Sin alianzas con el sindicalismo, no hay gobierno que pueda avanzar por muchos ministerios que tenga. Sin sindicalismo, la lógica de la política institucional queda sin contrapeso y puede llevarnos a situaciones como la presente.

Por último, esta concepción del pacto como centro de la política, y su consiguiente apuesta ideológica por la democracia representativa, conlleva entender que los grandes avances, para que sean irreversibles, exigen que los planteamientos conservadores también hayan de verse involucrados y comprometidos. Como se señala desde el concepto de «competencia virtuosa», se requiere: «un liderazgo intelectual y moral que se haga cargo de las razones del otro y las incluya en una nueva voluntad general democrática. Atender algunas de las demandas o expectativas de los adversarios».

Se demanda otra izquierda en la escena política para el 10-N, capaz de ilusionar por sus proyectos y no sólo por su crítica, por sus logros y aciertos, que en la vida real son siempre victorias parciales. Una izquierda que cambie de actitud frente a sí misma y frente a sus adversarios, que, para ganar, no se instale sobre la rabia y la indignación que provoca la injusticia social, sino sobre la esperanza que históricamente ha dado a millones de personas. Sirva de ejemplo el pensamiento de Horacio Fernández Inguanzo que tanta injusticia y represión padeció: “Sobre la ira y el odio no se construye una patria.”

* Alejandro Suárez es Coordinador en funciones de IU Asturias