El bodrio de Amenábar

OPINIÓN

29 sep 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Esto es España, y cuando la leyenda se convierte en un hecho, se escribe la leyenda. Como en la película de John Ford, así se ha escrito en inmensas ocasiones la historia de España. Sino que le pregunten a Hugh Thomas, que del cuentito sobre lo ocurrido en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca entre Millán-Astray y Unamuno, que George Orwell pidió a Luis Portillo, él sentó cátedra. No sabemos lo que allí ocurrió, pero estamos seguros de que el que venció y convenció fue el historiador británico, de ahí la importancia de la persuasión frente a la fuerza.

Vista «Mientras dure la guerra», la película de Amenábar, a uno se le queda un agrio sabor de boca. No porque regurgite y adultere la historia una y otra vez, puesto que la película, como todas, es una ficción, sino porque es imposible creerse nada y que no resulte cómica. Sólo pedía verosimilitud, pero es más fácil entrar y dar credibilidad a cualquiera de superhéroes que al producto del chileno-español. Tampoco se le puede exigir mucho al director, pues descubrió el episodio del Paraninfo leyendo el libro sobre la Guerra Civil de Pérez Reverte («La Guerra Civil contada a los jóvenes»). Bueno, es triste que alguien como AA desconociese de tal manera la historia mínima de su país hasta hace pocos meses, y que encima no se hubiese molestado lo más mínimo en informarse. No es, ni siquiera, necesario indagar mucho, Sergio del Molino escribo un artículo en El País donde hablaba de la alteración de este suceso, y si quieren saber más del asunto les recomiendo hacerse con «Arqueología de un mito» del historiador Severino Delgado Cruz.

Eva Leiro y Yolanda Serrano, encargadas del casting, no sé en qué estaban pensando a la hora de seleccionar a los actores que dan vida a los personajes. Aunque, más que dar vida, sobreactúan con un histrionismo ridículo. Quizá pensaran que en lugar de para Amenábar estaban trabajando para Martínez-Lázaro. A este Unamuno interpretado por Karra Elejalde no se lo cree ni el propio actor, y se nota; yo sólo veía a Juantxo, en un club de carretera, mientras Pazos le enseña la «sumachigún». En cuanto a Franco, muestran una imagen de un ser ridículo, que lo es pero no como lo presenta Alejandro, tierno, frágil; como un abuelo al que te apetece llevar a casa. La única excepción es Millán-Astray, que pese a cierta vid cómica y la estridencia de las taras, lo borda Eduard Fernández. El catalán, en la actualidad, es el mejor actor nacido en suelo patrio, pero qué bueno es. Clava todas sus interpretaciones, elevando a los personajes a lo sublime, como quien va todos los días a la oficina.

Alejandro Amenábar esperaba que su película fuese catártica, pero lo que le ha salido se parece más a un bodrio. Esperemos que, al menos, esto sirva para revitalizar la figura de Don Miguel de Unamuno y Jugo, que no sean dos horas de sus vidas y siete euros despilfarrados.