Abascal en El Hormiguero

OPINIÓN

11 oct 2019 . Actualizado a las 17:52 h.

Nadie pudo divertirse viendo esa noche El Hormiguero, porque Pablo Motos desempolvó, alguna vez las ha tenido, sus dotes de periodista incisivo, cortante, un poco pesado y toca huevos. El de Requena parecía emular a Ana Pastor, sólo que en hombre, más bajito y pelirrojo. Por cierto, alguien le podría decir que a su edad llevar americana con la camisa por fuera es de impresentable.

Motos arrancó su programa anunciando que todos los candidatos a la presidencia del Gobierno acudirían a su programa, excepto Pedro Sánchez. Atizó al socialista y su jefe de prensa, afiló sus colmillos para la buena presa: Santiago Abascal, presidente de VOX y cabeza de lista por este partido a las elecciones generales. Recibió a Abascal sin su ya mítico «Hoy viene a divertirse a El Hormiguero...», aunque Pablo no estaba por la labor de que pasase un buen rato, y Santi no cambia el rictus de legionario en formación ni en pleno coito.

El de VOX, como esos famosos que van a hacer el ridículo al Club de la Comedia, intento ser gracioso soltando algunas bromas: que si lo del caballo, unas pastillas antiinflamatorias para los palos que le iban a dar a PM. Si no eres gracioso, pues no lo eres, pero no lo finjas, Abascal estaba más encorsetado buscando las risas que María Antonieta.

Hablando de política, de su programa, recuperó fuelle y algo de compostura: «Un progre es una persona con una posición de izquierda que dicta lo que es políticamente correcto o no». Arremetió contra esa supuesta superioridad moral de la izquierda, y acertó. Por mucho que digan unos cuantos ‘perfectos’, aunque escriban libros que digan que la derecha y los liberales manipulan y juegan con la propaganda a su favor, la gente de este país sabe que quien más hace eso, desde tiempos inmemoriales, es la izquierda.

Pese a empezar bien, a Santiago le iban desmontando sus propias palabras: mostrándose tibio en la condena a la dictadura franquista; pasando de puntillas frente a su veto a algunos medios de comunicación; «El dinero de los menas mejor estaba en las viudas (...) No estamos en contra de inmigración, sólo de la inmigración ilegal (...) Los inmigrantes son los que más delinquen»; Defendió la supresión de las autonomías, cuando sabe que esto es imposible, y él ha vivido toda su vida gracias al erario público y los diferentes chiringuitos que le han ido montando.

España es un país que entierra muy bien, y siendo víctima hay muchos que se han granjeado una gran bolsa de caudales. A Pablo Motos le pareció que tenía pinta de bueno, y Santiago Abascal aseguró que lo era; porque en política, en un sistema parlamentario como el español, no debería haber ni malos ni buenos, debería haber contrincantes, gente con diferente ideología. Pero, por desgracia, nuestra tierra sigue siendo cainita y maniquea.

Abascal y los suyos consideran el aborto una práctica eugenésica y anticonceptiva, y abogan por eliminar la ley a plazos; al igual que rechazan la eutanasia, «Esa decisión sólo la puede tomar Dios». Para defender estas absolutas memeces y aberraciones, se basa en el catolicismo y en sus ideales religiosos. Está bien que los que se yerguen garantes de la libertad -defienden los toros, cosa que comparto, como muestra absoluta de la libertad y voluntad del individuo- nos quieran imponer sus convicciones religiosas y el proteccionismo económico. «No lo sé Rick, parece falso».

En cuanto a los homosexuales, no dijo lo típico de «yo tengo amigos gays», pero sí «en VOX hay muchos»; para no molestarle el colectivo LGTBI, parece que mucha gracia no le hacen. Acertó en su crítica a la Ley de Violencia de Género, porque no funciona, criminaliza a los hombres y tiene claros visos de ser anticonstitucional; lo que está claro es que el esperpento del boina verde Smith con la pancarta sobraba, bien el fin, mal en la forma y los medios.

Cuando salieron las hormigas el ambiente estaba enrarecido, denso, sabía a hierro y olía a sangre. Santi Abascal sudaba, bajo sus brazos se formaba un cerco oscuro, gesticulaba erráticamente. Presentador e invitado pedían a gritos que sonase la campana que pusiese fin a esa contienda. El invitado no quería ir a El Hormiguero a bailar porque su madre no quería que hiciese el ridículo en televisión -En televisión sólo salen los mamarrachos, o algo así decía Umbral-, pero, a veces, para hacer el ridículo sólo hay que ser uno mismo.