Cataluña y las enojosas coincidencias

OPINIÓN

19 oct 2019 . Actualizado a las 09:07 h.

Doña Leonor sonríe con el resto de la familia real. La actualidad es caprichosa y junta en las portadas de la prensa llariega las llamas de Barcelona con el protocolo de los Premios por el que la Princesa tiene que sonreír y mostrar a la realeza lejos de la realidad, en sus mundos de yupi. Un rey en una democracia solo puede ser un símbolo y por eso tiene que ser el gesto del país, la cara que llora, ríe, muestra gravedad o se distiende acompañando a los avatares tristes, alegres, difíciles o apacibles del país. El protocolo obliga a que la familia real sonría despreocupada mientras no sabemos cuánto de nuestro futuro arde en Cataluña; y mientras al lado están encerrados en la Catedral los trabajadores de Vesuvius en huelga de hambre contra un mal viento que nos amenaza a todos; y mientras miles de pensionistas están en las calles peleando por una de las cosas que diferencian la civilización de la barbarie. Quienes sepan de esto podrían haber ajustado el protocolo para que el primer discurso de doña Leonor no fuera un grumo mal disuelto en la actualidad del país. Podrían empezar dando un cursillo rápido al señor Canteli. Reñir a los trabajadores de Vesuvius porque un encierro no pega bien con la realeza, además de facha, es frívolo y bobo. El bando que perpetró sobre la llegada de la Princesa bañó la Jefatura del Estado de babas y cursilería ramplona. Poco favor hace a la monarquía tanto almíbar y ñoñez.

Pedro Sánchez debe estar repasando con Iván Redondo los colores de traje que pegan mejor con las llamas de Barcelona y la sonrisa de la Corona. Cuando decidió convocar elecciones, sabía que un momento muy delicado y muy necesitado de buen juicio y cirugía fina iba a coincidir con elecciones, donde política y conductas son de pedernal; e iba a coincidir con un gobierno en funciones con respiración asistida. Pero eso no le quita el sueño. La frivolidad de Sánchez al hilo de calentones mediáticos provocados por la derecha es notable. ¿Quién será ahora para él el presidente de Venezuela, pasadas aquellas calenturas? Hace solo un año y de nuevo al calor del ardor mediático de una derecha vociferante, decía que en Cataluña había habido una rebelión, como no reparando en la gravedad de lo que decía. El Supremo dice ahora que no hubo rebelión ni golpe de estado. Y es que se necesita haber entendido mal las clases de Aravaca o ser Froilán en persona para confundir lo de Cataluña de 2017 con lo de Tejero o el general Pavía.

Pero las palabras crean territorio. Estamos condicionados para asumir que una palabra nunca es vana y siempre se refiere a algo. Por eso siempre forman suelo en nuestro cerebro y nuestra mente se puebla con la misma facilidad de mesas y geranios, que vemos cada poco, que de unicornios y centauros, que nunca veremos. Por eso son tan tentadoras las intoxicaciones. No hablamos de las fake news, que se desmontan rápido y de cuya importancia aún no estoy convencido. Las mentiras que valen son las de toda la vida, las intoxicaciones de siempre que funcionaron sin redes sociales y hasta sin teléfonos ni imprenta. Son las que crean el lenguaje que crea el territorio. Nuestros oídos llevan dos años martilleados por las derechas y sus voceros con que en Cataluña hubo un golpe de estado y los presos eran golpistas. El Supremo establece que no hubo rebelión, que no hubo violencia, que la poca que hubo no fue planeada ni instrumental y que ni siquiera hubo propósito de secesión. Pero si mantienes puesto un traje mientras analizan si tiene contaminación radiactiva, cuando te digan dos años después que sí la tiene, aunque te lo quites la contaminación ya hizo su daño. Estuvimos dos años con rebelión y golpe de estado y, aunque nos quite el Supremo ese traje, las palabras ya crearon territorio, ya llevamos dos años con políticos en prisión porque eran golpistas, con lazos amarillos que sostuvieron a un nacionalismo que se hubiera desmoronado y con la situación de Cataluña y la imagen de España contaminada. Ahora vuelven banderas nacionales y coros de viva España. Sánchez se mece otra vez en las aguas mediáticas y dice que las demás izquierdas se avergüenzan del nombre de España. Para los despistados: España, la bandera, la guardia civil y el ejército no tienen nada de malo, faltaría más. Pero el que repite el nombre de su patria la reseca y la reduce a sus perfiles más cortantes, a meras fronteras contra el exterior y, sobre todo, a las diferencias interiores como fronteras. Arriba España quiere decir siempre «fuera de España» y casi siempre a españoles. La sobreactuación con la bandera es siempre una ostentación con apetencia de exilio contra malos españoles. El ardor por los militares es siempre una reducción del ejército a lo que tiene de fuerza y una simplificación de la institución al momento en que se dispara un arma. Los que no voceamos vivas a España y al ejército ni nos envolvemos en banderas no sentimos vergüenza ni desafección. Simplemente no tenemos nostalgia de españoles exiliándose ni de enemigos ni de disparos, que es la caricatura a la que los fachas reducen el país, sus símbolos y su ejército.

La situación actual es rica en nutrientes para patrioteros, enemigos imaginarios, banderas filosas como hachas, emperadores sin imperio, cobardones con delirios de conquista y oportunistas que ocultan sus intenciones confundiéndose en piaras llenas de símbolos, puños apretados y berridas. Esto es lo que quería el peor nacionalismo secesionista y los patrioteros ávidos de cruzadas de tebeo. Unos tienen ya a Cataluña en llamas y en las portadas de todo el mundo. Y los otros ya tienen una posible emergencia nacional para estados de excepción y ruidos de armas. El 1-O el gobierno de Rajoy avergonzó a España y dilapidó todos los avales morales del Estado. Estos días el independentismo perdió también sus credenciales. Que se dejen de contubernios masónicos. Con tanta célula civil paraoficial y organizada, encendieron un fuego que los desborda y su impotencia actual no les da inocencia. Es un desastre cada vez con peor arreglo. Si alguien cree que ahora un referéndum sería apaciguador que despierte. Y a cargo de la nave tenemos a Torra, que siempre fue un personaje de desecho; a Pedro Sánchez haciendo cábalas demoscópicas; a Casado con su monocorde discurso de patria en peligro y voto a bríos; a Rivera compitiendo en idiocia con él pero haciendo al hablar esa pedorreta que hacen los globos que se deshinchan; y las izquierdas UP y MP demasiado calladas; no es lo mismo prudencia que inhibición, ni reflexión que indecisión. Alguien tiene que ajustar el protocolo de la Princesa o las portadas acabarán pareciendo republicanas.

Pedro Sánchez querrá hablar del interés del Estado con el PP, y Rivera, en el zigzag histérico con el que se deshincha, querrá vela en el entierro. Los momios del PSOE y PP y otros amos lo presionarán para que haga un engrudo con la derecha que les permita seguir viviendo de gañote. Pero Sánchez no puede hablar del interés general con quienes corroen con la ultraderecha nuestra convivencia desde Madrid y Andalucía. Los ultras en las instituciones son como el plástico en el océano. Su brutalidad se acumula y degrada el ecosistema. Ahí están los ultras en Cataluña revolcándose en su medio natural.

No sé qué me preocupa más de la sentencia: que no haya habido sedición y las condenas dinamiteras sean efecto de politización del poder judicial; o que los tribunos hayan sido independientes y leales y que la ley realmente sea así, que en España sin violencia, sin escarceos planificados o instrumentales, sin propósitos de ilegalidad sino solo de reivindicación, y tal es lo que dice la sentencia del Supremo no lo digo yo, sin todo esto puedas ser culpable de sedición e ir muchos años a la cárcel. Mañana amanecerá la prensa con la familia real sonriente, ajena y feliz. Y qué cacho horterada planea Canteli con la bandera nacional. Claro que nos avergonzaremos, collaciu Sánchez.