Las piedras de los ricos

Jorge Matías
Jorge Matías REDACCIÓN

OPINIÓN

24 oct 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Desde jovencito viví en mis abundantes carnes la actitud de higienistas de clase media jugando a revolucionarios. Sufrí su pureza ideológica solo apta para quien se la puede pagar con holgura y vi con estos ojos lo mucho que les gusta acariciar el lomo de los pobres y decir que estamos todos en el mismo barco. Después de alguna de sus charlas llenas de entusiasmo, se iban a su chalé o a su piso con piscina y tú te volvías a los bloques de hormigón apenas iluminados, a tu portal sin ascensor, a tu casa sin calefacción y a tu ausencia de futuro. Pero estábamos en el mismo barco.

Con los años, aprendí a leer por dentro a este tipo de gente. Comprendí que en realidad les importaban menos los pobres que el aparentar estar de su lado. Lo cierto es que era extraño que un tipo como yo, que había crecido y vivía en un barrio marginal, se acercara a reuniones y charlas de ese tipo. Me sentía como un pez fuera del agua, era muy raro escuchar a personas que vivían tan bien hablando de los problemas de las personas que vivían regular con tanta pasión. Por lo general, el único que no hablaba allí era yo. Todo esto me ha venido a la cabeza estos días, mientras miraba en las redes sociales vídeos sobre los acontecimientos en Cataluña. 

A su paso por el barrio de Sant Roc, en Badalona, una autoproclamada marcha por la libertad en protesta por la sentencia del llamado «procés», fue recibida por algunos energúmenos, es de suponer que autóctonos del barrio, a pedradas. Las respuestas a las imágenes fueron contundentes en redes sociales: gentuza, colonos analfabetos, pobres, quinquis, etcétera. Alguien incluso se atrevió a hablar de hacer una purga cuando Cataluña sea independiente. 

El 5 de enero de este mismo año hubo un incendio en Sant Roc. Fallecieron tres personas y hubo cinco heridos, uno de ellos un bebé. Al parecer, el incendio se inició en una vivienda ocupada ilegalmente. La cosa acabó tiempo después con seis detenidos en total por haber manipulado un cuadro para conseguir más potencia eléctrica. No me cabe duda alguna de que esa potencia de más iba destinada a calentar la vivienda en pleno invierno. Aquellos incautos probablemente solo pretendían calentarse un poco en sus cochambrosos cincuenta metros cuadrados. 

Cuando era niño, en el barrio, las explosiones e incendios eran relativamente frecuentes en invierno. Estufas catalíticas que hacía años que deberían haberse jubilado acababan explotando, braseros eléctricos bajo la mesa camilla terminaban incendiando las faldillas, todo con lo que la gente intentaba sacarse el frío del cuerpo podía provocar una desgracia. Una mujer con el síndrome de Down murió por una explosión de butano. Hacía frío, y parece que tuvo algún problema con la estufa. Medio piso salió por la terraza y la mujer falleció sola mientras su madre, desde abajo, contemplaba impotente cómo el piso era devorado por las llamas. 

En enero leí testimonios de algunos vecinos de Sant Roc. Uno de ellos se mostraba comprensivo con la familia del incendio, aduciendo que todo eso de pinchar la luz era debido a la pobreza y que tampoco se puede culpar a la gente por querer sobrevivir al invierno. Otro decía que la gente ocupaba esas viviendas porque no tenían otro lugar donde ir, y que vivir en una pocilga de esas características no se hace por gusto.  Así que luego de todo esto, la gente de un lugar que sufre una pobreza endémica ve pasar por delante de sus narices una columna en defensa de quienes llevan gobernando Cataluña décadas sin que aquello que les rodea, condiciones materiales imposibles de mejorar sin apoyo institucional, se vea alterado. 

Entiéndanme: no apoyo la violencia, y encuentro lamentable que se arrojen piedras a la gente, en general. Pero no puedo evitar pensar en ello. En cierto modo, aquellos higienistas de la izquierda que me aleccionaban de chaval (algunos de los cuales, por cierto, acabaron militando en Podemos y de ahí al ayuntamiento de mi ciudad), eran un poco mejores en sus intenciones que todos estos de la columna. Al menos, aquellos tenían la deferencia de asegurar que todos estamos en el mismo barco, aunque sea una mentira grosera, y en su pureza sin igual alentaban un cambio sociopolítico en el que en el fondo no creían. Pero los de la columna saben, o creen saber, que las gentes de Sant Roc no son como ellos ni navegan en el mismo barco, que son colonos y pobres, una cosa un tanto extraña, si me permiten el matiz. Uno no va por ahí a colonizar para terminar siendo más pobre que la civilización colonizada, aunque hoy en día las cosas son al revés y son las partes ricas de los países las que se sublevan sin sonrojo alguno, y de ahí quizá surgen las columnas y de ahí con toda seguridad ha surgido Vox y su peculiar e impúdica exhibición de opresiones sufridas siendo como son parte indisoluble de la élite económica de este país.

Por todo esto y algunas otras cosas, mis ideas tienden cada vez más al posibilismo. Me cuesta un trabajo horroroso creer a gente que vive mejor de lo que he vivido y viviré yo intentando venderme un brillante porvenir para todos al que, no me engaño, al final no me invitarán. Los cantos de sirena, las promesas de que te tocará a ti mejorar cuando esto acabe, no me las creo de quienes no necesitan un cambio. No me cuesta ningún trabajo comprender los sentimientos de las personas cuyos sentimientos no cuentan, pero cada día me cuesta más trabajo comprender en qué se está transformando la parte izquierda del espectro político.