Las elecciones más extrañas desde 1977

OPINIÓN

29 oct 2019 . Actualizado a las 17:23 h.

Es cierto que las elecciones de marzo de 2004 se vieron afectadas por los terribles atentados de los integristas islámicos en Madrid, pero aquello fue un hecho inesperado, sobrevenido en vísperas del día de votación. Las del próximo 10 de noviembre se van a celebrar en medio del hastío de la ciudadanía y bajo la incierta influencia de dos acontecimientos previsibles: el impacto de la sentencia sobre los acontecimientos de 2017 en Cataluña y el traslado de los restos mortales del dictador Francisco Franco, que ha removido la historia reciente.

No han convencido los argumentos de Pedro Sánchez y el PSOE para rechazar la investidura y forzar la celebración de nuevas elecciones a pocos meses de las anteriores y precisamente en este noviembre. Utilizar ahora las divergencias con Unidas Podemos sobre Cataluña para demostrar que una coalición era imposible tiene algo de tramposo; de haberse producido, probablemente las opiniones de Pablo Iglesias hubiesen sido diferentes, más matizadas, e incluso previamente pactadas con su socio. No es fácil que hubieran querido romper el gobierno al poco tiempo de haberse conformado. En cualquier caso, si hubiese sido inevitable una crisis de gobierno, el cambio de tres ministros no habría impedido al Pedro Sánchez ya investido continuar al frente del ejecutivo.

Con aquella composición de las Cortes, una moción de censura era imposible, podría haber intentado entonces la “geometría variable” en solitario que tanto deseaba y, si no lograse sacar adelante los presupuestos, convocar elecciones el año próximo, en la fecha que le conviniera, con la crisis catalana menos viva y el argumento de que la actuación de UP demostraría que la única alternativa progresista era un gobierno del PSOE en solitario. Prefirieron escuchar los cantos de sirena de los señores Tezanos y Redondo y parece muy probable que, como señalaba el sábado Íñigo Errejón en Gijón, le hayan regalado un número de lotería premiado a la derecha.

La exhumación del dictador es digna de elogio, se hizo correctamente y todos los demócratas se lo debemos agradecer a Pedro Sánchez y a su gobierno, pero me temo que no va a influir decisivamente en el voto, quizá haga cambiar de opinión a algunos abstencionistas irritados por la innecesaria convocatoria electoral, pero solo serviría para frenar la caída del PSOE que, por otra parte, se dirige más al centro que a la izquierda en su campaña electoral. Eso a pesar de que ha sido muy útil para desenmascarar al franquismo subyacente en la España del siglo XXI, tanto al vergonzante como al sin vergüenzas.

Franquistas vergonzantes son los que han insistido en que no era prioritaria. Siempre hay cosas que se pueden considerar más urgentes, pero sacar al dictador de su mausoleo ni las impide ni las retrasa. Es curioso que no hayan dicho lo mismo de patochadas como la asombrosa ley de defensa de la tauromaquia, que bastante tiempo hizo perder al parlamento, o la actual voluntad del tripartito andaluz de imponer la caza como asignatura escolar. Similar es la actitud de quienes sostienen que es “remover viejas heridas”, peor cicatrizarán si las víctimas de la dictadura y sus descendientes tienen que sufrir que se la continúe exaltando casi medio siglo después de la muerte del tirano. Libres de cualquier vergüenza están los que claman contra la «profanación», lanzan insultos contra los demócratas y mentiras sobre las víctimas de la represión.

Los peligrosos no son los pocos exaltados que protagonizaron una especie de carnaval en Mingorrubio, sino los que afirman sin ruborizarse que la actual democracia se debe a Franco, un dictador que intentó dejar las leyes bien atadas para que fuese imposible. Seguro que sabía que el reinado de Juan Carlos I no sería idéntico a su dictadura, sus propias leyes así lo establecían, pero intentó evitar hasta el final que se convirtiese en una democracia liberal. Son los que se hacen llamar «constitucionalistas» y se proponen destruir la Constitución suprimiendo las autonomías, acabando con las libertades de pensamiento, de expresión y de creación de partidos políticos y eliminando la independencia judicial para permitir que el gobierno pueda encarcelar a los que les molestan.

Ese neofranquismo se personifica sobre todo en Vox y es jaleado por algunos medios y columnistas de periódicos, pero es lamentable que PP y Ciudadanos se hayan puesto de perfil, lo que no les ha evitado recibir los denuestos del gran gurú del liberalfranquismo, hasta ahora flautista de Hamelín que encantaba a conspicuos dirigentes del PP y al propio señor Rivera, pero que parece resignarse a conservar solo el rebaño de Abascal, Ortega y Espinosa.

La crisis catalana era previsible porque no cabía esperar una sentencia benévola. Es muy satisfactorio que el Tribunal Supremo haya desechado la banalización del delito de rebelión que proponía la fiscalía, pero las penas son duras y muchos juristas discuten que se atribuya a los condenados el delito de sedición, especialmente a los señores Sánchez y Cuixart, que no ostentaban cargos públicos. A nadie han podido sorprender las protestas, quizá la violencia que emula a los chalecos amarillos franceses, pero producen más temor las reacciones de algunos políticos de la derecha, que parecen emanar de ese franquismo subyacente.

En cualquier democracia se producen incidentes similares y los controla la policía, como sucede ahora en Cataluña, sin necesidad de adoptar leyes liberticidas. Eso sí, la policía podrá controlar y encauzar las protestas, pero no resolver las causas del problema, eso corresponde a los políticos y es de esperar que lo afronten tras las elecciones.

No es fácil saber cómo se combinarán el hastío, la exhumación de Franco, el conflicto de Cataluña y el temor a una nueva crisis económica a la hora de influir en la decisión de los votantes. Las encuestas anuncian un parlamento ingobernable y un crecimiento del PP y de Vox a costa de Ciudadanos. El partido del señor Rivera ha sido la gran decepción de los surgidos tras la crisis, él se lo buscó. No se puede ser a la vez liberal y de extrema derecha, su nacionalismo radical nunca podrá competir con el de Vox y al señor Casado le ha bastado un giro hacia la mesura y la buena educación para dejar en evidencia su histrionismo.

En cambio, la imagen de estadista moderado que ha querido lucir el señor Sánchez no le ha servido hasta ahora para pescar en el caladero naranja, tiene la ventaja de que las fuerzas a su izquierda languidecen, pero tampoco parece que eso lo refuerce. Otra novedad de estas extrañas elecciones es que la campaña será cortísima, no es fácil que produzca grandes cambios. Es muy probable que, de haber una sorpresa, venga por la derecha, salvo que ese temor sirva para movilizar a los desilusionados votantes de izquierda, lo sabremos en quince días.