El CIS y el nerviosismo en el PSOE

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

Alejandro García | EFE

31 oct 2019 . Actualizado a las 08:48 h.

La macroencuesta del CIS apenas ha tenido efectos balsámicos sobre el escalofrío que recorre la espina dorsal del PSOE en vísperas del 10 de noviembre. Alivio sí, pero insuficiente para superar el nerviosismo que cunde en el estado mayor del partido. Al CIS, por la amplitud de la muestra y la solvencia de sus técnicos, se le concede mayor fiabilidad que a las consultoras privadas. Además está el precedente. En abril anticipó, con un plazo similar al de ahora, el retrato más parecido al que posteriormente dibujaron las urnas. Auguró para el PSOE un mínimo de 123 diputados y lo clavó. Aventuró que el PP podía desplomarse hasta los 66 escaños y fue la única empresa demoscópica que acertó. En el otro extremo, la encuesta que más erró fue la publicada por GAD3 el 21 de abril, solo siete días antes de la apertura de las urnas. Le adjudicó 81 escaños al PP y 134 al PSOE, 26 más de los que obtuvieron en conjunto. El gurú de GAD3, Narciso Michavila, profetiza ahora que la victoria del PSOE será «menos holgada» que en abril y que «esta estimación del CIS será la peor de toda su historia». Aunque añade al final de su análisis un cauteloso «salvo sorpresa».

Pero el nerviosismo, después del momentáneo suspiro de alivio, persiste en las filas socialistas. Por dos buenas razones. Las encuestas fallan a la hora de atribuir porcentajes y reparto de escaños, porque no son una ciencia matemática, pero sí reflejan tendencias. En abril ninguna cantó bingo, pero todas apostaban por la victoria del PSOE, la subida de Ciudadanos, la caída del PP y el descenso de Podemos. Y esta vez todas -incluida la del CIS si se mira con detenimiento- pronostican una subida del PP, el desplome de Ciudadanos, la resistencia de Unidas Podemos y un estancamiento del PSOE con tendencia a la baja. Y a las tendencias las carga el diablo: tienen propensión a agudizarse y presentan una enorme resistencia al cambio.

La segunda razón que resta eficacia movilizadora a la macroencuesta del CIS reside en su obsolescencia. Se trata de una foto vieja, espléndida y seguramente fiable, pero realizada antes de la sentencia del procés y de las barricadas en Barcelona. Retratos posteriores, tal vez más pedestres y no menos interesados, indican que aquella deslumbrante imagen se ha deteriorado. Y aunque Pedro Sánchez está haciendo lo que debe para capear el temporal, sostienen los oficiales del buque, el desgaste resulta inevitable. Los desórdenes públicos suelen pasar factura al Gobierno de turno. Los finales de ciclo expansivo de la economía, también. En ese difícil contexto, revertir la tendencia se antoja tarea de titanes.

He ahí el origen del desasosiego que reina en las filas socialistas. Los más pesimistas ya han rebajado el tono de sus rogativas: virgencita, virgencita, déjame como estoy, consérvame mis 123 diputados. Y los más optimistas contienen los nervios y expresan su confianza, no en el efecto placebo del CIS, sino en la «mayoría cautelosa» que no se pronuncia en las encuestas. En la «sorpresa» que no descarta ni el propio Michavila.