El voto del cabreo

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

11 nov 2019 . Actualizado a las 09:19 h.

Le dijeron al pueblo soberano, cada uno a su manera, que se había equivocado, que había metido al país en un laberinto sin salida y que debía volver a las urnas para recomponer el desaguisado. Y el pueblo, entre resignado y harto, revisó con desgana su sentencia anterior y tomó varias decisiones. Una parte, cansada con el estéril tejemaneje, se retiró del juego y se quedó en casa, guarecida de la lluvia: ya se había mojado en abril y nada tenía que añadir a lo dicho. Otra parte, harta de los discursos vacuos y repetitivos de los partidos, decidió alimentar el monstruo de la extrema derecha y convirtió a Vox en el gran triunfador de la noche. Y el tribunal en pleno rechazó la apelación y concluyó que no le corresponde a las urnas deshacer el bloqueo, porque esa función, en una democracia multipartidista, está delegada en los señores diputados y sus partidos políticos.

Hizo otra cosa el pueblo soberano. Condenó con severidad a las fuerzas que dilapidaron el depósito de confianza recibido en abril. La pena más cruenta la sufrió Ciudadanos. Le habían entregado la llave maestra para desbloquear y la tiró irresponsablemente a la basura. Su inmenso error, equiparable a un suicidio público y a cámara lenta, ha colocado a Rivera en capilla, con la única esperanza de que la pena de muerte le sea conmutada por largos años de prisión y ostracismo.

Las otras dos condenas recayeron sobre las formaciones de izquierda. Más benigna la de Unidas Podemos, castigado por haber rechazado la coalición que en algún momento le ofreció el PSOE. Y más dura la de los socialistas, que vivieron anoche la victoria más amarga de los últimos tiempos, consecuencia de dos errores consecutivos de Pedro Sánchez.

El primer error, alentado por los barómetros de Tezanos y las cuentas de la lechera de Iván Redondo, consistió en rechazar las exigencias de mínimos que planteaba Iglesias, quien incluso ofreció a Podemos como becario a prueba en el Consejo de Ministros. El segundo, la transfiguración del líder socialista en la campaña. Su inexplicable cambio de estrategia a mitad de un partido que iba ganando. Cuando una fuerza política se desploma, es normal que tome nota, haga autocrítica y trate de rectificar sus posiciones. Sirva de ejemplo el Pablo Casado echado al monte que, tras el batacazo de abril, sujeta la lengua y se viste de estadista. Pero si ganas, aunque la victoria te sepa tan a poco como a Rajoy en el 2015, no cambias los principios ni el discurso en un santiamén. La repentina conversión al credo centrista defrauda a tus fieles y no logra atraer a otros nuevos.

¿Resultado? La derecha, notablemente reforzada. La ultraderecha, convertida en la tercera fuerza política de España. La posibilidad de descorrer el cerrojo y desbloquear el país, casi imposible. Y el insomnio de Sánchez, agravado e incurable. Antes no le dejaba dormir la perspectiva de pactar con Podemos, ahora le quitará el sueño la maldición que en su día le echó Iglesias: «Si hay elecciones, usted nunca será presidente». Menudo negocio.