El abrazo

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

SERGIO PEREZ | Reuters

14 nov 2019 . Actualizado a las 08:32 h.

Dicen las crónicas que un espontáneo y sonoro ohhh recorrió la sala al presenciar el inesperado abrazo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. No soy experto en materia. Me reconozco incluso, por atávica timidez o por pertenencia a una cultura escasamente proclive al contacto físico, persona remisa a la efusividad. No por ello dejo de admirar a quienes practican con prodigalidad y soltura el arte del abrazo. Como aquel político de pueblo que recorría bodas y entierros con los brazos abiertos -y sonrisa en los labios- hasta hacerse acreedor del mote de Abrazafarolas que le endilgaron, con malsana envidia, sus adversarios. Soy el menos indicado para teorizar sobre el tema, pero no puedo reprimir la tentación de glosar el abrazo más fotografiado, televisado y retuiteado de nuestra historia reciente.

A mí corto entender, un abrazo solo expresa reconciliación o reencuentro. La reconciliación de los hermanos que, peleados durante toda la vida, se abrazan ante el lecho de muerte del padre. O el reencuentro con el familiar que vuelve a casa por Navidad o con el amigo que no veíamos desde hace tiempo. Ya sé que, en la tipología del abrazo, existe más variedad. El abrazo apasionado de los amantes, por ejemplo. O el abrazo del oso, tan recurrente en las lides políticas, aunque este no es un abrazo strictu sensu, sino un estrangulamiento. En estos casos el abrazo tiene fecha de caducidad: desaparece cuando se apaga la pasión o el oso se cobra su víctima.

La derecha española, tan innovadora en los últimos tiempos, acaba de descubrirnos una nueva modalidad: el abrazo apocalíptico de Sánchez e Iglesias. El abrazo de la vergüenza, como editorializa uno de sus periódicos de referencia. El abrazo que romperá y arruinará al país, que ya no sabemos qué mal les preocupa más: si la España roja o la España rota. Comprendo su disgusto por el compromiso de boda, similar al que muchos tendríamos si Casado y Abascal reemplazasen a los contrayentes, pero no entiendo la lógica del rechazo. Primero, porque ni Casado ni el difunto Rivera son amantes desairados: en sus manos estaba impedir el abrazo de la izquierda. Y conseguir así una España menos roja. Segundo, porque todavía hoy Casado e Inés Arrimadas pueden impedir que Esquerra Republicana asista como invitado a la boda. Y conseguir una España menos rota. Ni hicieron aquello ni harán esto: preferían el caos.

En lugar de la imagen tremendista, el gesto de Sánchez e Iglesias me recordó el abrazo de Vergara. Hace 180 años, los generales Espartero y Maroto pusieron fin a la primera guerra carlista con un abrazo. Ya entonces, aparte del trono, Cataluña y la cuestión territorial andaban en danza. El isabelino Espartero defendía que, «por el bien de España, hay que bombardear Barcelona una vez cada cincuenta años». El carlista Maroto defendía el mantenimiento del fuero vasco (el «cuponazo» de Rivera). El abrazo funcionó durante seis años, hasta que volvieron a tronar los cañones. El famoso abrazo de hoy solo aspira a estar vigente durante cuatro años: lo que dura una legislatura.