Los que no leen

Jorge Matías
Jorge Matías REDACCIÓN

OPINIÓN

26 nov 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

En el libro Creer y destruir. Los intelectuales en la máquina de guerra de las SS, el historiador francés Christian Ingrao demostró que muchos de los asesinos nazis eran personas cultas con estudios superiores. Tal vez para dinamitar el tópico del funcionario gris de baja formación deseoso de apretar el gatillo en un campo de concentración, el libro analiza las trayectorias de ochenta conocidos y fervorosos nazis entre los que había doctores, filósofos, filólogos o economistas. Ingrao cuenta que las heridas de la Gran Guerra dejaron una huella profunda en los intelectuales alemanes que pasaron de la angustia al fervor religioso con el que abrazaron el nazismo.

Esto no quiere decir que el nazismo solo le gustara a las clases altas y cultas, como ha señalado en alguna ocasión el historiador francés. El histrionismo de Hitler atraía a todas las clases por igual. Pero es indudable que detrás de esa ideología había hombres cultos que fueron haciéndola crecer intelectualmente. Por supuesto, los intelectuales no afectos al régimen no entran ahí, los libros de Historia sobre el III Reich están repletos de vidas tristemente cercenadas en ese sentido. Me viene a la cabeza el deterioro de las condiciones de vida narrado por el filólogo alemán de origen judio Victor Klemperer en sus diarios, la minuciosa destrucción de la vida descrita durante trece desoladores y angustiosos años. Pero quedémonos ahora con la negación de un pensamiento tristemente popular: las personas cultas, los que leen libros, no pueden hacer el mal.

Hay mucho de infantil en este pensar. Y un bastante, se quiera o no, de clasismo. Por mucho que pese, el ser un gran lector no le hace a uno poseer un alto sentido de la moral, y a poco que escarbemos en el pasado podemos ver que auténticos analfabetos han actuado heroicamente a lo largo de la Historia, algunos hasta ayudando a liberar campos de concentración.

Salvando las distancias con todo lo anterior, hay gente en este país, el nuestro, que cree que si perdemos lectores de libros estos votarán a la extrema derecha. Detrás de este tipo de pensamiento se esconde el más ancestral de nuestros prejuicios: el mal siempre son los otros. Alguien culto o leído ha adquirido mágicamente una moral superior a base de leer libros, y necesariamente, los que no leen, la chusma, que más bien son quienes suponemos que no leen, tienen que albergar el Mal en su interior.

Esto forma parte de aquella otra cantinela sobre el gobierno de los mejores, de los que tienen estudios, pues es de común aceptación que los mejores solo pueden serlo si han estudiado. Aunque un gobierno de los mejores, esto es, una aristocracia, nos ha traído en el pasado algunas de las peores infamias, todavía hay gente, mucha, defendiendo sin saberlo algo muy poco democrático. Lo que no son capaces de explicar, eso sí, es cómo de compatible es esgrimir ese pensamiento y al mismo tiempo eludir la cuestión de que quienes nos gobiernan en lo público y en lo privado son por lo general gentes con estudios superiores y mucha preparación que seguramente ha leído bastante, no tu vecino que vende cartones o la camarera del bar de la esquina, que bastante tienen con lo suyo.