Quien bien te quiere ¿te hará llorar?

Marcos Martino
Marcos Martino REDACCIÓN

OPINIÓN

11 dic 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Eso creen los expertos que han redactado el capítulo de insomnio de la Guía práctica para padres sobre trastornos del comportamiento de niños y adolescentes del Hospital Infantil Universitario Niño Jesús de Madrid? Confío en que, al menos en lo relativo al llanto y al sueño, ningún progenitor siga estas recomendaciones si no quiere poner en peligro el vínculo con su descendencia ni lastrar su desarrollo.

Prácticamente todas las recomendaciones para «reeducar» y prevenir el insomnio en niños pequeños de esta guía conforman un buen ejemplo de cómo expectativas determinadas culturalmente ?lo que es posible, lo que es deseable? pueden motivar la modificación de conductas aunque con efectos paradójicos, es decir, que pretendiendo una supuesta mejora a corto plazo se acaba provocando un daño de consecuencias imprevisibles a largo plazo.

Dice la antropóloga Meredith F. Small que «toda cultura tiene su niño ideal, inteligente y bien adaptado. Un ideal que surge de raíces históricas, sociales y políticas y está tan arraigado en la cultura que pocos cuestionan su validez. En Norteamérica (y en Occidente), ese ideal es un niño sumamente verbal, independiente, seguro de sí mismo y con dominio de sus emociones. Las habilidades sociales se ven justamente así: como habilidades que lo ayudarán a avanzar y a tener éxito en una sociedad individualista». 

Ahora bien, el intento de ajuste de nuestras criaturas a estas expectativas puede ser nefasto. Por ejemplo, dejar llorar a los bebés, o a niños pequeños, con el propósito de que, al no obtener una respuesta que mitigue el malestar que provoca el llanto, dejen de hacerlo para que los adultos puedan dormir mejor, parece estar más al servicio de la sociedad del rendimiento que del bienestar y del adecuado desarrollo del bebé. Diría que quienes recomiendan esto desde la pediatría, entran en conflicto con el juramento hipocrático. «Habituación» lo llaman; un concepto de la psicología conductista. Habituar a las criaturas a la privación de cuidados básicos puede llevar aparejados efectos nocivos en el desarrollo neural y, consecuentemente, psicológico a largo plazo. No en vano, hay que señalar la aparente paradoja de que la mítica independencia en la edad adulta -yo prefiero la autorrealización, asumida la interdependencia, dicho sea de paso- será difícil de alcanzar si no se cuida con atención la extraordinaria dependencia propia de nuestra especie en las etapas tempranas del desarrollo y se establece, así, un apego seguro. Dicho de otra forma: forzar la independencia en la etapa de mayor dependencia queda grabado en nuestro sistema nervioso, facilitando las condiciones para la aparición de trastornos y dependencias en la edad adulta.

Ya sabía yo que, acabada la carrera de psicología clínica, debía extender mi formación de posgrado inicial en conductismo con psicobiología y antropología, entre otras disciplinas, para no cometer el error de aplicar técnicas de modificación de conducta sin comprender la naturaleza de la conducta que se modifica. Veamos.

Nuestra especie, Homo sapiens, es altricial, es decir, muy inmadura al nacer. Tanto que hay especialistas que consideran que la gestación humana es de 21 meses; un año más después de un embarazo a término. Somos, por razones evolutivas, muy inmaduros mientras somos bebés y necesitamos, por tanto, muchos cuidados para evitar situaciones que afecten a esta etapa sensible del desarrollo. Está comprobado que frecuentes o intensas situaciones de estrés desencadenan una secuencia de eventos neurofisiológicos que afectan al desarrollo neural. Dada la complejidad del sistema neuropsicológico es muy difícil definir la amplitud de la contribución de estas alteraciones a vulnerabilidades futuras. Vulnerabilidades que se manifiestan en forma de trastornos afectivos, o déficits que, por ejemplo, en el caso de la asertividad, induce una mayor tolerancia al abuso lo que, mira tú, es muy útil a esta sociedad del rendimiento que padecemos.

Y el llanto es un evidente síntoma de estrés en la infancia temprana. En bebés y niños pequeños el llanto es una señal de alerta genéticamente programada que reclama una solución ante el malestar provocado, entre otras circunstancias, por hambre, sueño, miedo y sí, por la ausencia de un/a cuidador/a de referencia que brinde contacto físico, afecto y protección; también por la noche, al dormirse y mientras duermen. Es como un termostato que salta automáticamente cuando las circunstancias salen de los márgenes de seguridad.

Además, son incapaces de simular el llanto porque hasta los 3 o 4 años carecen de los recursos cognitivos para establecer conscientemente un objetivo respecto a la conducta de un posible receptor del mensaje; simplemente, no saben hacerlo. El teatro al que hace referencia la guía del Niño Jesús es un prejuicio impropio de profesionales de la salud infantil.

En palabras de la profesora Small, «todos los progenitores han sido evolutivamente diseñados para atender a las señales infantiles, pero responden de distinta manera con respuestas que han sido modeladas por lo cultural y lo personal. De hecho, es posible que la economía tenga que ver con la crianza más de lo que la mayoría supone». Estudios etnopediátricos señalan que «el estilo de atención de los progenitores, la ideología que guía sus decisiones, las interacciones cotidianas entre el bebé y quien lo atiende y el modo en que los progenitores enfocan la vida, tienen efectos profundos sobre el tipo de persona en que se convertirá la cría».

En lo que respecta al sueño, esta obsesión occidental por la autonomía temprana es muy reciente. A lo largo de cientos de miles de años de evolución de la humanidad, en todas las culturas ?aún en muchas de ellas? los bebés duermen con la madre, con ambos progenitores u otras figuras de apego. Y nunca ha supuesto un mal hábito de sueño porque es la forma adaptativa, apropiada, de dormir en nuestra especie, aunque ahora por estos lares nos sorprenda porque nos han enseñado lo contrario.

Otro antropólogo, el director del Laboratorio conductual del sueño madre-bebé de la Universidad de Notre Dame del país líder en el mito de la independencia, James McKenna, ha investigado la conducta de sueño no solo en humanos sino en diferentes especies de primates -para consternación de especistas- y concluye: «Si tienes un bebé, duerme con él».

Quien te quiere te hará llorar solo si desaparece.

¿Y la próxima semana? La próxima semana hablaremos del gobierno.