Greta y el derecho a interpelar

Gonzalo Olmos
Gonzalo Olmos REDACCIÓN

OPINIÓN

17 dic 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

En la sociedad del espectáculo todo se convierte con facilidad en materia para el entretenimiento y el consumo audiovisual y en la barahúnda de las redes cualquiera que destaque sabe que la penitencia será soportar el juicio inquisitorial y cicatero de muchos. Es el caso de la activista sueca Greta Thunberg, cuyo ascenso al estrellato mediático se ha acompañado de una particular saña en la crítica recibida. Protagonizan la avalancha de tuits y chascarillos contra ella aquellos a los que interesa desviar el foco del mensaje al mensajero, a quien pasar por la quilla a la mínima, independientemente de las circunstancias de la persona, muy singulares en este caso. También se suman a la oleada los que han hecho del cinismo permanente una forma de (mal)estar en el mundo, dispuestos a no reconocer ningún gramo de verdad o de interés a nada que no sea propio y a responder airadamente a quien tiene la decencia de intentar ser idealista y luchadora. Y, finalmente, a la enmienda a la totalidad que soporta cotidianamente, se adhieren muchos a los que incomoda la invocación permanente que protagoniza el movimiento que simboliza para cambiar comportamientos y estilos de vida.

A Greta Thunberg hay que desearle suficiente capacidad de abstracción para que el torbellino en el que las circunstancias le han metido no la perjudique vitalmente, dada su juventud. Un riesgo que no se le escapa a nadie, cansados como estamos de ver juguetes rotos en tantos ámbitos, también el de la movilización social. Pero tratarla de manera despectiva o paternalista, tanto a ella como a los jóvenes preocupados por el cambio climático a los que de algún modo representa, descalifica más al crítico que a la criticada, y sirve para medir el grado de cerrazón de la audiencia. Supone no apreciar que la toma de conciencia de las generaciones más jóvenes no es pasajera ni una etiqueta para parecer más cool, sino un verdadero aldabonazo, que promete modificar muchas cosas y al que no se puede mirar por encima del hombro. La actitud hiriente contra los activistas jóvenes revela, además, la falta de comprensión del desafío (palabra gastada, pero aquí sí de pleno significado) que comporta la crisis medioambiental, que cuestiona y pone en riesgo las bases mismas de nuestra relación con el entorno, el modo de producción y organización económica, el propio dogma del crecimiento y el consumismo rampante, que es la religión de masas uniformadora de nuestro tiempo.

Como ningún cambio se hace sin resistencias ni jirones, entra dentro del guion que refractarios y negacionistas quieran vapulear en los medios y las redes a Greta Thunberg y a todo aquel líder del movimiento que acierte en el mensaje y nos cuestione. A la mayoría de quienes, sin entrar en la categoría de recalcitrantes, no quieren verse importunados en su forma de vida ni pensar demasiado sobre ello, es normal que les contraríen quienes claman insistentemente contra la irresponsabilidad y frivolidad de seguir como si nada sucediese, agravando el problema que soportarán las generaciones inmediatamente posteriores. Pero es hora de interpelar, no sólo a responsables públicos, empresas e instituciones, sino, principalmente, a todos y cada uno de nosotros, porque variar hábitos, conductas y actitudes es vital para la supervivencia colectiva. Así que toca dejar de buscar excusas de todo tipo, asumir cada uno lo que nos toca en este esfuerzo colectivo y desactivar el piloto automático de esta nave en ruta hacia el abismo.