El caso Greta Thunberg

OPINIÓN

22 dic 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

A) El escenario:

Nos equivocaríamos si desgajáramos el caso de Greta Thunberg de la «esfera cultural» que envuelve a su vez a la esfera terráquea y que determina (termina, asfixia) a esta. Lo que aquí denominamos «esfera cultural» es el acontecimiento principal que está suponiendo el trasvase de una economía de mercado a una sociedad de mercado. La desemejanza entre una y otra está en que el hombre ha sido incluido en la «dieta» de consumo. Es decir, es consumidor y consumido: se consume a sí mismo en el acto de consumir.

En esta bacanal global, no es la «carne» de hombre (agotamiento, enfermedad, muerte) la única que es devorada. También su mente (angustia prolongada, depresión, locura) y, con ella, los sentimientos. Estos son sometidos a operaciones aritméticas de resta hasta llegar a una cifra cercana al cero que, en su traducción práctica, supone la indiferencia hacia la suerte del otro, pero también la agresividad y hasta la satisfacción por la muerte de ese otro, sin que esté siempre ausente el ritual del sádico.

Desde la aparición de los primeros mamíferos, hace unos 210 millones de años, los morganucodóntidos, de los que descendemos gracias a que tuvieron éxito evolutivo, al contrario que otros linajes, los últimos descendientes, nosotros, hemos devenido en unos predadores ilimitados, quebrando así las leyes que rigen la continuidad de una especia.

B) El caso:

Aunque Greta Thunberg supone para muchos jóvenes el despertar de sus «sueños de inmortalidad» por temor al hábitat en el que tendrán que vivir de adultos, ella no es el punto de apoyo ni la palanca de Arquímedes. Ella es, ante todo, «carne» puesta a la venta y, previsiblemente, terminará como «carroña», porque el Capital no desperdicia nada.

Ella y su hermana fueron desde niñas criadas por unos padres que, cuan recta secta, les inculcaron el apocalipsis y el papel que el destino las tenía reservado: ser las salvadoras, un Jesús bicéfalo hembra. Programadas para esta misión, las hicieron creer que, incluso sus transtornos psíquicos, habían sido causados por la contaminación del medio.

Del mismo modo que las doctrinas tribales, esta que anida en Suecia es de carácter «sagrado-peligroso», por usar el leguaje de Jung («Arquetipos e inconsciente colectivo», Paidós, Barcelona, 2010, pág. 15). Greta, ya como símbolo universal, ha dejado de ser Greta, o, como mucho, es una Greta presentida, una imagen desenfocada de la que surge el mito para el «populus», que le es vital (el mito) para «estar en el mundo» sin perder el equilibrio, porque carece de otros bastones en los que apoyarse, los ligados con las potencias del raciocinio, previamente formado mediante un duro y riguroso trabajo del intelecto.

A partir de aquí, la sociedad de mercado entró en acción, y lo hizo, muy especialmente, valiéndose de uno de sus más formidables recursos, el populismo. Conocido por quienes todavía conservan la capacidad de comprender, el populismo es, en lo político, el guía de las masas, el cabrón de las cabras. Pero las masas anhelan más cabrones, de otros «fila», como los del espectáculo, junto a otros provenientes (y tomamos como referencia la taxonomía de las especies por su insospechada variedad) de las clases, los órdenes, las familias y los géneros, tan asequibles a través de las redes a-sociales.

Greta Thunberg ha sido hecha heroína, una más del «fílum» del espectáculo, no obstante con el agravante de revestirla con la denominación de origen «Causa Justa». Por eso es adorada por las gentes allá por donde va. Pero la realidad es otra. El caso Greta Thunberg es el de una adolescente que, junto a su hermana, debería someterse al tratamiento médico adecuado para mejorar su salud mental. Este es un caso de maltrato continuado llevado al límite. Y, muy al contrario, este mesianismo le está inyectando dosis desmesurados de hormonas y neurotransmisores.

C) Razón vs. razón:

La maquinaria de la sociedad de mercado nunca se avería. Funciona todo el año, un año tras otro, un año tras otro, y otro, y otro. Su asombrosa eficacia reside en que se retroalimenta con los propios sujetos de consumo, a los que «quema en vida», a la manera de una central térmica que genera energía quemando carbón. Y esa asombrosa eficacia requiere iconos (Greta…), que son objetos de deseo de los sujetos de consumo. Pero los objetos iconográficos, como los sujetos, son triturados, sin que la edad sea «hoplon» (escudo, hoplita)

No es exactamente que el «populus» no se valga de la razón (remito al párrafo tercer del apartado B). Más bien se podría sostener con cierto criterio, criterio al menos no desbocado, aunque alguno pueda observarlo demasiado veloz, que, simplificando, hay dos tipos de razón. Una sería la que expone Jung («Arquetipos», pág. 25), que escribe que “la razón no es más que la suma de sus prejuicios [de los hombres] y sus miopías”. La desmesura del caso Greta Thunberg cabalgaría por estas lindes, pero acompañada por el simbolismo mágico que caracterizó al hombre desde la Prehistoria.

El segundo tipo de razón es el del filón filosófico Occidental, iniciado por los presocráticos, que fue el elegido para aproximarnos a este caso, sin que por ello estemos en la seguridad de que la ecografía resultante le sea al radiólogo lo que la Santísima Trinidad al creyente.