Los silencios del presidente

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

CHRISTIAN HARTMANNPOOL

28 dic 2019 . Actualizado a las 15:08 h.

En la vida política, lo que diferencia el estado de necesidad del estado de crisis suele ser la locuacidad del gobernante. Habla mucho cuando la necesidad aprieta, guarda silencio cuando la crisis existe o es difícil de explicar. En los últimos dos meses, don Pedro Sánchez sufrió ambas situaciones: antes de las elecciones hablaba sin parar, concedía varias entrevistas todos los días, se paraba donde veía un micrófono y no rehuía a ningún medio ni a ningún periodista. Parecía tener un discurso inagotable. Era que pretendía ocupar todo el espacio posible para que no lo ocuparan sus adversarios. Era que necesitaba votos. Estaba en estado de necesidad.

Pasaron las urnas y aplicó una norma («en mis silencios mando yo») e hizo uso de un refrán («en boca cerrada no entran moscas»). Se retiró de la escena, no dio más ruedas de prensa que las obligadas de Bruselas, no concedió entrevistas y fue como si hubiera desaparecido. Hizo verdad lo de Reagan cuando era presidente de Estados Unidos: «si desapareciera una semana de la Casa Blanca, nadie se enteraría». Si Sánchez se hubiese instalado en Doñana desde las elecciones, solo se habría enterado su servicio de seguridad. Y algo que ya pertenece al capítulo de sus errores: en una rueda de prensa de las obligadas, limitó a dos las preguntas de los informadores. No es que tuviese prisa porque perdía el Falcon; es que temía preguntas incómodas. Situación de crisis.

Ayer, el señor Sánchez se nos esfumó como si estuviese en Doñana o por cerros de Úbeda. Se había celebrado el último Consejo de Ministros del año, circunstancia que él mismo aprovechó en 2018 para hacer lo mismo que hicieron sus antecesores: sacar el autobombo y pregonar lo mucho y bien que había trabajado su Gobierno y lo bien que estábamos los españoles bajo su mandato. Y no se presentó. Hizo como que no había nada que explicar a este país y de paso dejó a Pablo Casado sin cámaras, porque también era costumbre que el jefe de la oposición respondiese con su dosis de catastrofismo al triunfalismo oficial.

¿Qué tapa la boca al señor presidente? Yo creo que tres detalles. El primero, que este año que hemos pasado en campañas electorales y resacas de las urnas, no hay mucho de qué presumir ni política, ni social, ni económicamente. El segundo, el miedo a que le pregunten por qué los independentistas y Podemos eran indeseables hace dos meses y ahora hacen menaje à trois. Y el tercero, que no puede hablar de las negociaciones con Esquerra estando como están y los vendavales institucionales que están produciendo. A eso se le llama cautela, pero también se le puede calificar bastante peor y por una sencilla razón: lo que no se puede explicar suele ser inexplicable.