Desde las faldas del Cuera

OPINIÓN

Escribo, desde las faldas del Cuera, estas líneas sobre un año más que se va; uno que -tal vez- ya se había ido desde antes de haber comenzado

30 dic 2019 . Actualizado a las 09:32 h.

Es la víspera de 2020. Porrúa. Sigue siendo Llanes. Sigue siendo Asturias. Miro la imponente tranquilidad con la que el Cuera, ese inmenso macizo de naturaleza, se postra frente al Cantábrico. Lo miro y pienso en el verde de sus montes, en las nubes que lo peinan, lo contemplo como otra flor de asfalto que se maravilla ante lo mágico de lo natural, de lo auténtico. Miro el Cuera desde la mañana hasta el atardecer y me pregunto, ¿qué tanto sucederá dentro de esa aparente calma, cuántos secretos guardan los pájaros en sus trinos?

Me distraigo y pienso en este año que se va, en esta pieza de vida tan políticamente convulsa que se marcha. Pienso en la irrupción vertiginosa de Vox, en las dos elecciones, la caída de Ciudadanos, la imposibilidad para formar Gobierno, en el Brexit ?vaya culebrón cansino?, el canibalismo intrapartidista, y en la bofetada de la justicia europea a España en el cierre de este año, así como en el regreso del peronismo en Argentina, el derrumbe mexicano, Venezuela. ¿Merece la pena hacer predicciones, o simplemente coger el toro por los cuernos ?sin pensar, sin mirar??

Hace dos años, por estas fechas, escribía las primeras líneas de un texto que en este mismo diario publiqué bajo el título El secreto de un diente que quiso ser flor. Trataba sobre dos jóvenes neonazis de Madrid que en el éxtasis de su ebriedad extrema me mostraron que 2017, en realidad, era algo más parecido al periodo de entre guerras del siglo pasado. Bueno, lo cierto es que esa pieza trataba sobre el conservadurismo extremo, violento y radical que, hasta entonces, parecía  un dragón dormido. Pero la vigencia de ese escrito se perdió hace tiempo (tal vez, jamás la tuvo), porque ese par de jóvenes ya no puede gritar «¡Heil Hitler!» ni «¡Seig heil!» con la misma fruición que cuando eran tan sólo dos náufragos en las orillas de lo prohibido. Hoy ya no tienen que esconderse. Esos amantes del führer ya pueden dar rienda suelta a su xenofobia y su cerrazón ?en grado máximo? en público y nadie puede decirles nada (de hecho, más de tres millones de personas los apoyan). Hoy tienen unas siglas detrás y una fuerza política innegable: sí, esa fuerza en forma de fantasma que no es otra cosa que el pasado más aciago de Europa renacido en tiempos en los que la realidad pasa primero por una pantalla.

Sigo mirando el Cuera y pienso en todo lo que a cada instante nace y muere allí dentro, y que desde aquí ?en mi condición de humano, de urbanita? sólo soy capaz de ver, pero no de comprender. Miro el monte asturiano y recuerdo que en aquel texto también escribía sobre Auschwitz: sí, ese lugar donde la tierra sigue sin digerir los dientes y los huesos de quienes, después de haber sido torturados, fueron asesinados y cremados en los campos contiguos a sus famosos hornos. Sí, ese sitio que siempre será importante mientras la memoria siga siendo tan blanda, maleable y fugaz. Vida y muerte que, pese a todo, es la vida misma.

Es uno de los primeros días de invierno y en este rinconín asturiano el día viste con faldas veraniegas. Vamos, un día atípico en un sitio que muchos queremos seguir viendo como típico. Pero lo cierto es que toda autenticidad es falsa. Sólo pasan cosas, y nosotros nos inventamos todas las historias. Somos víctimas de nuestros hechos, de nuestras omisiones, y nos escudamos en ideas, en ángulos, en palabras (muchas de ellas, inconexas). Vivimos, sin ir más lejos, en tiempos del marketing de la autenticidad.

Estoy por dejar de contemplar esta estampa cuando me viene a la mente el cierre de Para recobrar, un soneto del poeta argentino Francisco Luis Bernárdez que dice, «…Porque después de todo he comprendido/que lo que el árbol tiene de florido/vive de lo que tiene sepultado».

Y concluyo que este año, aún si haber terminado, ya se ha ido. Ya está sepultado y en espera de convertirse en un follaje ?esperemos? hermoso. Qué lástima que los cambios ?aunque sean necesarios? a veces duelan tanto. Porque, como también dice Bernárdez en esa envidiable pieza, «…Si para recobrar lo recobrado/debí perder primero lo perdido/Si para conseguir lo conseguido/tuve que soportar lo soportado. Si para estar ahora enamorado/Fue menester haber estado herido/Tengo por bien sufrido lo sufrido/Tengo por bien llorado lo llorado. Porque después de todo he comprobado/que no se goza bien de lo gozado/sino después de haberlo padecido…».

Miro al Cuera y leo a Leila Guerriero.

Respiro.