No nos olvidemos de Haití

José Ramón Amor Pan
José Ramón Amor Pan LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

VALERIE BAERISWYL | Reuters

14 ene 2020 . Actualizado a las 08:17 h.

El 12 de enero del 2010 un tremendo terremoto asoló esta parte de La Española, la isla que comparten Haití y República Dominicana. Se vivieron escenas apocalípticas: casas, escuelas, centros de salud y hasta la catedral y el palacio presidencial se vinieron abajo. Se contabilizaron cerca de 300.000 muertos. Hay que preguntarse por qué al país vecino el seísmo le afectó muchísimo menos… y la respuesta no se hace esperar: unas construcciones de mejor calidad y una mejor gestión de los servicios públicos.

Haití (excolonia francesa, no lo olvidemos) tiene una tremenda historia de injusticia, miseria y superpoblación. Muy pocas familias concentran toda la riqueza del país, y no tienen ningún interés en cambiar la situación. La paradigmática codicia, impericia y corrupción de la clase dirigente echa leña al fuego y convierten a Haití en el país más pobre de América. ¿Es un país viable? ¿Un país maldito?

En los primeros meses, gobiernos y ONG de todo el mundo hicieron grandes proclamas de solidaridad, llegaron cooperantes (algunos con sueldos insultantes) que se movían en todoterrenos fabulosos, unas cuantas decenas de aviones con material humanitario de emergencia, promesas de inversiones millonarias que luego no fueron tan cuantiosas y que no siempre se manejaron de la mejor manera. Cuando los focos mediáticos se fueron a otros lugares, se llevaron consigo buena parte de esas intenciones… Lo vio claro Forges, que durante años añadió a sus viñetas la frase «Pero no te olvides de Haití».

Aunque algunas cosas se han hecho en estos diez años, hoy Haití sigue en ruinas y es en buena medida un estado fallido porque sigue lastrado por los mismos problemas de ayer, que se resumen en uno: el desprecio a la dignidad humana, la deleznable dejadez de una élite socio-política que se revuelca en una opulencia arrogante y escandalosa. La comunidad internacional no puede cerrar los ojos ante este hecho.