La urraca y las expectativas

OPINIÓN

15 ene 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Dos adolescentes de paseo por Ribadeo una tarde otoñal de domingo. Son amigas desde la infancia, han ido a la misma clase desde el primer curso. Además de conocerse muy bien, comparten gustos e intereses. Después de algunas confidencias en la Atalaya, donde disfrutaron de la serenidad que proporciona la vista sobre la ría, subieron a la plaza por la calle de la Trinidad pasando por el antiguo cine Colón. Más tarde, por la calle San Roque, llegaron a la capilla de la Virxe do Camiño, en la salida de la villa por el antiguo camino a Viveiro.

Ante la fachada de la ermita, caída en un parterre, vieron un bolsa de patatas fritas. Estaba abierta y por la boca asomaban unas cuantas obleas doradas. Probablemente se le habría caído a algún neno.

Mientras caminaban por la acera de enfrente, observaron a una urraca acercarse, curiosa como es, al aperitivo caído. Tras un vistazo al interior de la bolsa, y lo que pareció una comprobación de que no había ningún humano cerca para reclamar la propiedad de ese avituallamiento providencial, cogió una patata con el pico y salió volando para posarse sobre el muro que circunda el pazo que se encuentra al otro lado de la calle. Se metió entre las ramas de la enredadera que rebosa desde el interior del muro y al poco salió veloz para recoger otra patata y volver al muro.

Las amigas se quedaron observando el acarreo a una distancia prudencial. Resultaba muy interesante ver la eficiencia con la que la urraca estaba aprovisionando su alacena oculta. Y no solo en el muro; después de varios viajes empezó a esconder patatas entre las tejas de la ermita. Pero en uno de sus viajes al tejado, una señora mayor que pasaba por allí arrastrando el carrito de la compra, no se sabe si en un gesto cívico o de devoción a la Virgen, cogió la bolsa y la arrojó a una papelera cercana.

Cuando volvió la urraca, empezó a dar saltitos alrededor de la ubicación de su hallazgo, girando la cabeza en todas direcciones, aparentemente tan sorprendida como cuando encontró la bolsa, si no más. Estuvo bastante tiempo ampliando los círculos exploratorios alrededor del punto de encuentro. Hasta que volvió al muro y, después de un momento, a revisar cada uno de los emplazamientos de la reserva de patatas en el tejado de la ermita.

- «Pobre, está desesperada. Debían quedar bastantes patatas en la bolsa y las ha perdido», dijo una de las amigas.

- «¡Ah, no! Yo creo que está supercontenta por la cantidad de patatas que ha conseguido y por eso está revisando los sitios en los que las ha guardado. Para asegurarse que quedan bien escondidas», dijo la otra.

Y, no se sabe si en un gesto de civismo o de indolencia, siguieron su paseo sin devolver la bolsa al suelo.

Dos personas, incluso muy afines, pueden interpretar una misma escena de forma muy diferente. Estas diferencias en el procesamiento de la información se deben, entre otros factores, a estilos cognitivos definidos genéticamente y a modelos mentales que construimos a partir ellos con la información que nos llega a través de la educación, de las relaciones personales, de los medios de comunicación, etc.

Estos modelos mentales forman una estructura de recuerdos, conocimientos y valores que, a su vez, moldean el significado de las siguientes interacciones con el entorno. Tal vez por ello asistimos a la recurrente disputa política por el sistema educativo o el reparto de canales de televisión y frecuencias de radio. Porque son una herramienta clave para el control de las expectativas sociales. De la fragmentación y deterioro de las relaciones personales ya se ocupan las condiciones materiales que se nos imponen.

¿Quién dispone de más capacidad para colocar en el entorno mensajes que contribuyen a la construcción de esos modelos mentales que nos acaban definiendo? Y ¿con qué propósito? Pensemos en las fake news (noticias falsas) y su utilidad siguiendo un principio que formuló el sociólogo estadounidense William I. Thomas ya en 1928: «Si los individuos definen las situaciones como reales, son reales en sus consecuencias».

Reflexiones que adjunto a este episodio de la urraca, real aunque haya cambiado la identidad de las protagonistas, que me sobrevino al escuchar, varias veces en pocos días, cómo el exgobierno del saqueo llama «gobierno del caos» al que está por venir. Lo que para unas personas es ilusión, para otras es horror. En fin.

¿Y la próxima semana? La próxima semana hablaremos del gobierno.