Contenido no apto

Jorge Matías
jorge matías REDACCIÓN

OPINIÓN

15 ene 2020 . Actualizado a las 17:50 h.

Por si usted no lo sabe, el año pasado el gobierno de Reino Unido intentó limitar el acceso a la pornografía en internet. Para ello propuso pintorescas medidas, como por ejemplo la adquisición de una tarjeta en quioscos con un código, adquisición que solo podría hacer un adulto por el módico precio de diez libras y que convertiría al Reino Unido en el primer país del planeta que cobra a sus ciudadanos por masturbarse. La otra opción, más siniestra, era que el usuario dejara datos personales para poder acceder a alguna web pornográfica, como el número de la Seguridad Social. Este listado de pajilleros y pajilleras, evidentemente, es bastante más inmoral que cualquier vídeo porno, así que el invento no se puso en marcha. Además, la pretensión del gobierno conservador estaba pensada para cualquier página cuyo contenido pudiera superar el 30% de contenido para adultos, porcentaje de obscenidad al parecer aceptable. 

En España, ahora que tenemos nuevo gobierno, no han tardado en sonar tambores de guerra contra la pornografía. Aunque no hay nada concreto y habrá que ver en qué consiste el plan o en qué se queda, pretenden controlar el acceso de menores a contenidos poco apropiados. A pesar de que no existe indicio alguno de que la pornografía lleve a la violencia, sexual o no, al parecer la restricción iría en la línea de un paquete de medidas contra la violencia machista, equiparando de alguna retorcida manera que no alcanzo a comprender las violaciones y asesinatos de mujeres con el porno. No existe evidencia alguna de que mirar páginas guarras conlleve conductas violentas o empuje a la gente a violar. Ha habido mucho usuario en redes sociales intentando convencerme de esta presunta realidad y ninguna ha aportado pruebas convincentes que sustenten esa idea. Alguna famosa periodista como Elisa Beni hasta me mandó a leer un libro que ella no había leído y que no sostiene tesis alguna en ese sentido. Entiéndanme, no tengo ningún problema con restringir el acceso al porno a menores de edad. No creo que alguien en sus cabales pueda pensar otra cosa. El problema no es ese. 

El problema es que es mentira que el porno fomente la violencia contra la mujer. No hay evidencia alguna, por muchas páginas cristianas donde recojan la información para pasarla por el filtro de la modernidad y exponerlas a un público temeroso, de que eso sea así. 

Cada vez que alguien asegura que el vídeo más visto en una página para adultos es vaya usted a saber qué marranada moralmente reprobable, suele ser mentira. No falla, solo tienen que ir a la página que mencionan y comprobarlo. Además, lo que dos o treinta y cinco personas decidan hacer ante unas cámaras o en su salón de forma consensuada puede que a usted le parezca inmoral, y está muy bien que así sea, pero no es asunto suyo. La violencia contra la mujer no va a disminuir por restringir el acceso a la pornografía, y como vimos en el caso de Reino Unido, esa restricción puede servir también para señalar al adulto que accede a ella libremente. Todo esto no es diferente de la guerra contra los cómics en los años cincuenta del siglo pasado que acabaron con los cómics de terror de la EC. No es diferente de la guerra contra el heavy metal en los años ochenta protagonizada bochornosamente por Tipper Gore y sus amigas después de tomar el té en sus mansiones. De hecho, se utilizaron exactamente los mismos argumentos, uno detrás de otro: los cómics pervertían a los adolescentes, socavaban su inocencia y aumentaban las cifras de delincuentes. Twisted Sister y Dead Kennedys incitaban a la violencia, Judas Priest eran inmorales. 

La inmoralidad de un acto sexual consensuado o el asco y el rechazo que pueda despertar son algo subjetivo. Probablemente a usted, recto habitante de este país, no le guste que su mujer practique pegging con una de sus más sacrosantas partes ni participar en una orgía con otras siete personas de diferentes sexos y géneros. Seguro que le parece un exceso andar a latigazos vestido de Rob Halford o que le chupen los pies. Pero con la excusa de que su hijo no vea algo así, asunto que, por otro lado, no debería ser responsabilidad de nadie más que de sus progenitores, no puede pretender que otros no las hagan y, en ausencia de la oportunidad o ante la imposibilidad de ponerlas en práctica, quiera verlas. Nuestra sociedad no es más violenta ni más sucia por ello. Nuestra sociedad es muy poco violenta. Y la violencia que en ella se ejerce es tan culpa de la pornografía como de las películas de Rambo o Peppa Pig. La creencia en la relación directa entre pornografía y violencia es tan seria como la creencia en las propiedades curativas de la homeopatía, pero solo se combate esta última, pues hasta las mentiras pueden ser políticamente correctas.