Benedicta, Almodóvar y los demás

José Luis Castro de Paz FIRMA INVITADA

OPINIÓN

JON NAZCA | Reuters

27 ene 2020 . Actualizado a las 09:21 h.

Si pasamos por alto el enojoso (por repetido) olvido de algunos de los títulos más innovadores de la cosecha anual del cine español, que nacen y viven al margen de la industria (esta vez, entre otros, el gallego Longa noite, de Eloy Enciso, o el premiado en Cannes Liberté, de Albert Serra), la 34 edición de los Goya nos deja imágenes y reflexiones en verdad relevantes. Entre estas últimas, la constatación, una vez más, de que el cine -incluso aquel cuya acción se desarrolla en el pasado- habla forzosamente de su presente y de que, por tanto, no es mera casualidad que tres de los títulos nominados al premio a la Mejor Película (la muy interesante Mientras dure la guerra y las no desdeñables La trinchera infinita e Intemperie) narren historias situadas al comienzo de la contienda civil o en la posguerra, pero permitan a su vez, con desigual sutileza, lecturas sobre la actualidad de una España crispada y dividida. Otra, que el talento de Marisol, estrella de tantas cintas populares desde su debut en Un rayo de luz (Luis Lucía, 1960), debe hacernos valorar la importancia histórica (pero también fílmica) de películas que trataban de hacer soportable al gran público la angustia de las heridas y orfandades reales y simbólicas de (otra vez) nuestra trágica posguerra, sin dejar por ello de situarlas en el núcleo de sus relatos.

Inolvidable resulta sin duda la emoción de Almodóvar cada vez que Dolor y gloria, gran título del autor de obras maestras como Hable con ella (2000) o La piel que habito (2011), era citada -y lo fue hasta siete veces- durante la gala. Su obra, capaz de penetrar en los abismos del deseo y las pasiones humanas desde un personalísimo tapiz aparentemente superficial, colorista y geométrico, cosido empero con hilos de la mejor cultura española, es ya parte destacada de la historia del cine. E imborrable es asimismo la imagen de nuestra Benedicta recogiendo su más que merecido Goya a la Mejor Actriz Revelación en la tan aparentemente límpida como hermosísima y densa O que arde de Oliver Laxe (ganadora asimismo del Goya a la mejor fotografía, a cargo de Mauro Herce), cuya riqueza estética y rigor antropológico la sitúan ya como una de las piezas más destacadas -y el tiempo ha de demostrarlo- de la cultura gallega de, al menos, la última década.

Filmes, en definitiva, que contribuyen a su modo, en palabras de George Steiner, a ampliar las reservas de nuestra inteligencia moral, día a día puesta a prueba por la radical banalidad de tantos productos del panorama cultural.