Extrañas nociones de libertad

OPINIÓN

27 ene 2020 . Actualizado a las 18:47 h.

En nombre de la libertad se viene articulando o planificando, en las Comunidades Autónomas donde Vox tiene incidencia en la gobernabilidad (y, singularmente, en la Región de Murcia), el llamado pin parental, que viene a ser el derecho de veto de los padres a determinados contenidos en igualdad de género y respeto a la diversidad, entre otras posibles materias. Sorprendentemente, el PP se ha entregado sin apenas matices a ese mismo discurso que, sin poner en juego otras consideraciones (empezando por el interés superior del menor), permite impedir la participación de los alumnos en determinados contenidos educativos, sin saber hasta dónde puede llegar tal difusa e incontrolable facultad de veto (¿veremos progenitores creacionistas oponerse con éxito a la enseñanza de la teoría de la evolución, como ha sucedido en la América profunda?). Todo en nombre de una noción de libertad, como poco, peculiar, basada en la tóxica desconfianza universal: frente a las leyes educativas, los poderes públicos que las aprueban y aplican, el centro educativo que organiza la impartición de la enseñanza, los profesores que la llevan a la práctica cotidianamente y, cómo no, las entidades sociales que en ocasiones colaboran (la mayor parte de las veces, con seriedad y solvencia), en la formación en «el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales», como apunta nuestra Constitución al referirse a los objetivos de la educación. Éstos, por cierto, valores sociales nucleares que desmienten de un plumazo la acusación de relativismo que tanto gusta a los integristas, empeñados en denunciar falsamente que más allá de los credos familiares o religiosos no hay moral alguna.

La campaña de Vox sobre el pin parental, iniciativa que proviene en origen del colectivo ultra «Hazte Oír», tiene cierto eco porque invoca la libertad de los padres; y la consigna, sin filtrar, a algunos no les sonará del todo mal. Distinta sería la acogida si, en un alarde de sinceridad, pusiesen de relevancia su voluntad de perpetuar en sus hijos sus prejuicios y apuntalar en sus vástagos la visión parcial de las cosas de la que se asisten, contraria a todo aquello que les resulte distinto. No esperemos tal franqueza, porque, además, vende mucho más enarbolar la bandera de la libertad para, a la postre, educar a los hijos en el propio dogma.

En efecto, el problema reside en el éxito que, al menos en España, ha obtenido la distorsión de la propia idea de libertad y, por extensión, del liberalismo, con negativo efecto en el debate político y en el uso y abuso del término. Liberales se dicen en España los herederos políticos de Esperanza Aguirre cuando, entregan suelo público para centros educativos privados, privilegiándolos, o promueven subvenciones a escuelas infantiles privadas (remarcando bien dicho carácter, como puede comprobarse en la publicidad visible estos días en la capital del país), en perjuicio de la red pública integradora. Liberales se autodenominan cuando consideran que tal libertad individual se ensalza permitiendo la conducción en el espacio central de las ciudades, a despecho de la calidad del aire que respiran todos (los conductores y los que no lo son) y del aumento de las emisiones contaminantes. Libertad es, en tal llamativo ideario, resistirse a las limitaciones de velocidad y los radares de tráfico, y a las restricciones en el consumo de alcohol al volante (recordemos a Aznar perorando sobre el particular). Libertad es, también, fumar donde nos dé la gana; basta rememorar lo que se resistieron determinados sectores de la derecha a reconocer la razonabilidad de la normativa actual. Libertad es encapsular (más bien intentarlo, porque la vida desborda) a los hijos en un ambiente donde no vayan a ver lo que no quieren ver, que diría el cantar de Luis Pastor. Libertad es restringir todo lo posible los flujos migratorios o seleccionarlos con base en criterios raciales, religiosos o, sobre todo, de renta. Y, libertad, es por supuesto, sacudirse cualquier regulación económica o tentativa redistributiva de la riqueza, mientras se jalea la hiperregulación y el intervencionismo en materia de seguridad o en protección de la propiedad. Libertad, en suma, para prevalecer y pisar, que es lo que interesa. 

Algún día recuperaremos el sentido del término, superando la apropiación indebida protagonizada inicialmente por la derecha conservadora y ahora intensificada por el nacional-populismo. Da pena, mientras tanto, ver quien se pone en la solapa el emblema liberal, empezando por la multitud de reaccionarios que lo blanden, en denominaciones partidarias y eslóganes tramposos. Nada que ver con el verdadero sentido ni con el acervo histórico del liberalismo.