El odiador, una figura muy española

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

09 feb 2020 . Actualizado a las 10:08 h.

Según el sabio del siglo XVII Baruch Spinoza, la envidia es un odio. Lean su definición completa, difícil de mejorar: «La envidia es el odio que lleva al individuo a entristecerse por la felicidad del otro y a gozar con su desgracia». Cuánta razón tiene, piensas. Estamos rodeados por individuos que están deseando con ansiedad que caigas, que tropieces, que te esnafres. Las redes sociales han multiplicado ese odio que ha existido siempre. La gente no te sigue, como creemos. La gente te espía. Espía tus estados de WhatsApp, espía tu Facebook. Lo que desea con tus hilos de Twitter es que te enredes y te equivoques. El que más likes te da es el que más te odia. No falla. Gente que emplea una energía sin precedentes en lamentar tus éxitos y cantar a pleno pulmón tus errores, ocultándose en la mayoría de las ocasiones. El odiador es una figura muy española. El hater por excelencia es hispánico. Se encuentra hasta en el refranero: si la envidia fuera tiña… España es un territorio abonado, con una fertilidad enorme, a este tipo de prácticas infectas. Si alguien triunfa, en seguida el objetivo es lapidarlo. Rápido. Que no le dé ni tiempo a disfrutar. Lo que no saben quienes practican ese odio es que esa supuesta energía que consumen en hundir a los demás los consume a ellos. Nadie sufre más que el envidioso. Delata sus carencias. Esa preocupación por los otros, en vez de mirar lo que hacen o no hacen ellos, los corroe. Los paraliza. La envidia es un veneno. Oxida por dentro. Cada segundo que empleamos en lamentar el triunfo de otro es un trago de suplicio para quien lleva a cabo ese extraño exorcismo de colmillos retorcidos. El corazón se pudre. Frente a lo que en Galicia llamaríamos cativa envidia está la amplia generosidad. El abrazo a los demás. Un horizonte de plenitud. La vida es infinita y menos mal que son mayoría quienes lo saben. Lo saben y lo aprecian, y lo disfrutan. Frente a los reductores odios, tan de moda hoy, somos un cuadro de El Bosco. Somos inabarcables. Indefinibles. Somos un lienzo gigantesco en el que cada día que vivimos y sentimos en compañía de los demás está por pintar. Somos una ciclogénesis explosiva de buen rollo, si queremos. Somos un panóptico cuando trabajamos en equipo. Cuando sumamos y multiplicamos, en vez de restar y dividir. Somos como los grabados de Escher. Somos como las bibliotecas que no terminan nunca, con algo o alguien siempre por leer. Aunque nos vayamos, dejaremos aquí los recuerdos, como nosotros recordamos a quienes se han ido. Disfrutemos como galegos o como sorianos. No pierdas ni un segundo en odiar. No es natural gozar con la desgracia de otros, como leíste en Spinoza. Somos el mural de la capilla Sixtina. Diversos, plurales, enormes, como la vida.