Realismo mágico en La Vega y Santullano

Gonzalo Olmos
Gonzalo Olmos REDACCIÓN

OPINIÓN

11 feb 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace 14 años, el Plan Director del Prerrománico, redactado por Fernando Nanclares y Antón Capitel, llegó a los despachos del Servicio de Arquitectura del entonces Ministerio de Vivienda, proponiendo, entre otras cuestiones, desviar el tráfico de la entrada de la autopista «Y» en Oviedo por los terrenos de la fábrica de La Vega, para separarlos de la Iglesia de Santullano. En aquel 2006, la fábrica aún producía y bastaba abrir la boca para anticipar que más temprano que tarde General Dynamics concentraría la producción en Trubia, y que habría que ir pensando qué destino dar a ese espacio emblemático, para recibir la obtusa reprimenda de los defensores de una numantina resistencia, condenada desde el inicio al fracaso anunciado. Los vecinos, de aquella, ya cobraban conciencia, con toda razón, del daño medioambiental, sonoro y visual que la cicatriz de la autopista les causaba. Se escuchaba de fondo la música inquietante de una losa propuesta por el eterno Gabino de Lorenzo, como propuesta de protección del monumento, formulada inicialmente sin estudios sólidos sobre la viabilidad técnica. Atábamos los perros con longaniza, el dios del ladrillo nos era engañosamente propicio y pocos vislumbraban la que se nos vendría encima un par de años después. 

Casi tres lustros después, el Ministerio de Vivienda ya no existe (aunque sí otros de nombres creativos), el Plan Director no tuvo concreción como tal y renace la idea de preservar Santullano alejando el tráfico, aunque desfigurada y pasada por el extraño tamiz de la post-política (aquella en la que importa el impacto y la agitación electoral y no las soluciones meditadas). Resurge tras innumerables infografías, polémicas estériles, dimes y diretes y tras enterrar (extinción contractual incluida) el proyecto «Bosque y Valle» al que el exceso de ambición y, en última instancia, el cambio en el signo político municipal, hicieron embarrancar. La propuesta patrocinada por la Concejalía de Urbanismo e Infraestructuras irrumpe, en todo caso, con varios pecados capitales que la inhabilitan.

Primero, la percepción sobre el papel del vehículo en la ciudad está cambiando y más que lo hará en el futuro próximo, aunque el Gobierno local siga empeñado en dar a las cuatro ruedas y sus humos el espacio urbano principal (véase el descarte del Plan de Movilidad Sostenible). El objetivo no debería ser regalar a una vía de alta capacidad un final glorioso en la parcela de Oviedo más anhelada (La Vega), sino favorecer el desvío del tráfico para penetrar en la ciudad por otros recorridos (incluido el enganche con la circunvalación Norte o la solución plausible que algún día milagroso se arbitre) y, sobre todo, domar a la carretera (convirtiéndola de una vez por todas, en verdadero bulevar) para que no se enseñoree como dueña de la entrada a la ciudad.

Segundo, el aprecio ciudadano a La Vega y sus potencialidades, que en 2006 era casi inexistente por ser entonces desconocidos sus secretos para la mayoría, hoy es uno de los movimientos latentes más significativos de la ciudad, porque las aperturas del espacio a las visitas y a los eventos culturales (ya sea La Noche Blanca o la semana de los Premios Princesa de Asturias) llevan a una consecuencia lógica: no queremos que se entregue una parte significativa de este patrimonio, y menos la imponente nave de Sánchez del Río y su espacio adyacente, al tráfico, sino al peatón, a la actividad creativa, emprendedora o universitaria, si imperase la lógica y La Vega se mirase en el espejo de otra experiencias de éxito.

Tercero, es inevitable, y no hace falta retorcer el colmillo para ello, apreciar un afán de protagonismo excesivo al lanzar de manera precipitada, casi se diría que ansiosa, una propuesta poco reflexionada y que claramente pretende ensombrecer a la propia Alcaldía (bastante oscurecida per se, si consideramos el bajo nivel de liderazgo exhibido y las llamativas y frecuentes meteduras de pata dialécticas). Está claro que en el Gobierno municipal empezaremos a asistir a más carreras de este tipo, pero debería imperar la contención si no nos quieren tomar a los ciudadanos como rehenes de sus ambiciones.

Y cuarto y más importante, en vísperas del reinicio de lo que debería ser una negociación rigurosa con el Ministerio de Defensa, donde es fundamental contar con un cierto consenso con los actores imprescindibles para el futuro de La Vega (el Principado de Asturias y la Universidad de Oviedo, si se quiere dar un enfoque supramunicipal y que aúne conocimiento y actividad económica, además de otros posibles aliados en este viaje, como la Cámara de Comercio), no procede sacarse de la manga unilateralmente una idea que, de tan supuestamente brillante, llega a peregrina y que, en el mejor de los casos, pretendes imponer a tu interlocutor ministerial, que también tiene mucho que decir. La parte aprovechable de la propuesta es, por otro lado, la que, desde siempre, con pequeñas variantes, suscita más consenso (así que poca novedad hay en ello) y donde, eso sí, se puede y se debe comenzar a intervenir: adecentar espacios y construir aceras, poner más verde y menos cemento y alquitrán, paliar al menos la hostilidad de la entrada actual y facilitar la distribución del tráfico antes de lo que hoy es el puente de Ángel Cañedo. 

En La Vega hemos vivido unas cuantas frustraciones desde el cierre de la fábrica en 2012, empezando por asistir inermes, y ya desde antes, a la ruina de los chalés de La Tenderina (un verdadero crimen). La epidemia de la decepción se ha extendido a Santullano, porque casi nadie se cree ya nada, por mucha contorsión propagandística que venga de la mano de esta reciente propuesta, que a buen seguro no será la última. A ver cuántos años seguimos así, viviendo de diseños geniales y ocurrentes brainstormings, rozando el realismo mágico, que está mejor para las novelas latinoamericanas que para el urbanismo moderno. Ojalá los hados nos sean favorables, el Ministerio de Defensa arrime el hombro en lo que a La Vega le toca, que es mucho, y podamos tener confianza en que alguien sepa lo que se trae entre manos.