Los muertos vivientes

Jorge Matías
Jorge Matías REDACCIÓN

OPINIÓN

13 feb 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

En una escena de Dawn of the Dead, el remake de 2004 de la película de George A. Romero de 1978, un hombre, después de despedirse de su hija adolescente, herido de muerte por el ataque de los muertos vivientes, se queda a solas con otro que porta una escopeta frente a él. El moribundo, que sabe que en cuanto muera despertará transformado en un zombi, le dice a su ejecutor: quiero hasta el último aliento, a lo que el vivo, un imponente Ving Rhames, asiente casi imperceptiblemente.

Esta escena de una película de terror me hizo pensar mucho en su día. Era una petición desoladora y comprensible: querer hasta el último aliento, la última bocanada, la última vez en el mundo, el segundo final. Como fumarse un cigarrillo antes de que te fusilen creando la ilusión de que estás posponiendo tu muerte, esas cosas. Era su decisión y es respetada por el personaje interpretado por Rhames, quien observa la agonía, imperturbable.

Algunos partidos políticos parecen dedicarse única y exclusivamente a convertir la vida de los ciudadanos en un tortuoso camino lleno de obstáculos prácticamente insalvables. Reformas laborales, recortes en educación y sanidad, recortes en ayudas de todo tipo para quienes más lo necesitan. Y al final, cuando ya no te tienes en pie y cagas como cagabas cuando tenías dos años, eso sí tienes suerte y no tienes que cagar en una bolsa, esos partidos insisten todavía en pisar tu voluntad, en dirigir tu vida hacia la muerte que sus prejuicios religiosos desean. Como Dios manda.

Más a la derecha de la derecha, ayer, durante el debate en el Congreso por el proyecto de ley de muerte digna, se esgrimió el argumento, tan eterno como estúpido, al menos desde 1945, de que la eutanasia es algo similar a lo que hicieron los nazis. Dado que dicho partido ha tenido entre sus filas a varios nazis, uno esperaría que conocieran mejor lo que hicieron los nazis, ya que opinan desde dentro, pero no parece que sea así.  En el III Reich se mataba a la gente en contra de su voluntad. El programa llamado T-4 tiene su origen en 1939 y bajo este programa fueron asesinadas unas setenta mil personas discapacitadas hasta que algunas otras personas y hasta algún obispo se quejaron al respecto, por lo que se puso fin al programa, que no a los asesinatos de discapacitados. Si en Vox no lo saben, son ignorantes, y si lo saben, unos mentirosos. Me caben pocas dudas de que esta estrategia responde más a la mentira que a otra cosa, como me caben pocas dudas de que la presunta ley de cuidados paliativos esgrimida por el Partido Popular es una filfa como lo es la ley de dependencia o el artículo de la Constitución sobre la vivienda. Una mera excusa para mantener el sufrimiento hasta el final, como hizo la siniestra Teresa de Calcuta con miles de moribundos en los mortuorios, que no hospitales, que abrió en India.

No sé hasta qué punto una minoría fanatizada por los delirios del fundamentalismo religioso puede resultar suficiente como para defender lo indefendible en el Congreso en contra de la gran mayoría de los españoles. Quizá sea un poco como aquel otro apocalipsis del matrimonio igualitario y quizá, como entonces, en unos años en el Partido Popular se hagan los sordos cuando se les pregunte por estos días o sufran de repente la misma amnesia que les hizo olvidar la presencia de Aquilino Polaino en el Congreso. Puede que hasta terminen atribuyéndose sin ningún pudor la aprobación de la ley, quién sabe.

Nadie va a matar a nadie sin permiso. La vida es un bien precioso, el único que tenemos, y precisamente tomar la decisión, llegado el caso, es el resultado de amarla. Como el padre moribundo de Dawn of the Dead. Estoy seguro de que Ving Rhames habría apretado el gatillo en la película en el momento en el que el moribundo se lo hubiera pedido, aunque hubiera sido antes del último aliento. Habría respetado su decisión, y de eso se trata, nada más.

Cuando llegue el momento, si llega, no sé qué haré. Amo la vida, aunque nunca se me dio muy bien vivir. Tal vez quiera hasta el último aliento o tal vez quiera acabar con mi sufrimiento y el de quienes me verán sufrir. Y de eso se trata, de lo que yo decida, no de lo que decidas tú por mí en base a unas creencias infundadas que desde luego no comparto.