El 8 de marzo, Día Internacional de las Mujeres es un día de lucha. Denunciamos, más alto que cualquier otro día, en más sitios y con más altavoces que vivimos en una sociedad machista sostenida en la desigualdad de género entre mujeres y hombres. Que la diferencia entre unos y otras se establece con asimetría social, y que por su construcción humana podemos cambiarla.
No quiero hablar de los daños. A veces no nos ven, o nos ven demasiado. A veces no nos pagan lo que merecemos, o nos pagan por mancillar nuestros cuerpos y nuestro espíritu. A veces tenemos miedo, casi siempre con razón. Quiero hablar del orgullo.
Este es un artículo sobre el orgullo basado en la sororidad, esa que nos gusta a las feministas. Esa que sentimos cuando vemos a mujeres triunfar en entornos hostiles. Cuando ves la quinta esencia de la inteligencia que germina en desiertos, casi sin agua.
Quiero meterme en un jardín, en el Jardín de las Delicias, pero en el que a mí me gusta interpretar con gafas violetas. El mundo no está bien. Las mujeres viven cercadas y los hombres nos rodean con ansias de posesión. Machos en cabalgaduras horrendas. Hay que salir, depurar nuestro mundo. Un mundo de penitencia, un mundo que debe terminar. Podréis acusarme de interpretación baladí, simplona e ignorante. No soy una estudiada del arte, pero eso es lo que siento cuando miro el tríptico de El Bosco.
A través de la creación artística han llegado ante nosotros las diferentes civilizaciones, con sus creencias, sus valores y su vida cotidiana. El arte escribe, y transforma. Interpreta y comunica. Provoca sentimiento y pertenencia. El arte también nos ha estado vedado.
Una mujer del siglo XVI sentiría otras cosas. Muchas de ellas no podría expresarlas, pero ahí estaban. En esta obra, como en otras sentimos el avance social que no nos han regalado. Mirar un cuadro puede producirnos orgullo de progreso, también de sufrimiento, renuncias y sueños. Compartimos con las mujeres del siglo XVI espacios vedados y cuestionamientos continuos. El arte es un hilo conductor que transforma, una herramienta de lucha, igual que el 8 de marzo es una herramienta de cambio utilizada por mujeres, asturianas en este caso, a las que quiero nombrar, por que el 8 de marzo es una herramienta para nombrarnos.
Semíramis González, gijonesa que se dfine como comisaria, historiadora del arte y feminista. Este año ha sido la Directora de la prestigiosa Feria de Arte Emergente Just Mad2020, Feminismo, Sostenibilidad y Medio ambiente, propiciando la creación de corrientes artísticas internacionales que marcan tendencia estética y producen una interminable creación de valor social. El arte es eterno.
Chechu Álava, de Piedras Blanca. Pintora asturiana residente en París que estrena Rebeldes, una exposición individual en el Thyssen Bornesmisza. Mujeres reales, de carne y hueso. Mucho más que un mero objeto de deseo. Reveladas y rebeladas.
Las galeristas asturianas, con espacios asentados en circuitos nacionales e internacionales tampoco se queda atrás. Gema Llamazares, Guillermina Caicoa, Aracha Osoro, Aurora Vigil-Escalera o la más joven Lucía Falcón. Mujeres empresarias que arriesgan, y que son soporte imprescindible para la producción de los y las artistas plásticas de Asturias. También hay aliadas en el apoyo público al arte. Karin Ohlenschläger, Directora de Laboral Centro de Arte o Lidia Santamarina al frente del Museo Barjola. No quiero olvidarme de Maria José BAragaño, responsable de Programa Cultura Aquí del Principado de Asturias que lleva ya más de 30 años apoyando a los y las jóvenes creadoras.
Finalizo con Amelia Valcárcel que ocupa la Vicepresidencia del Real Patronato del Museo del Prado desde el 2004, espacio artístico clave para la reinterpretación de nuestra cultura con perspectiva de género. No se trata de inventar, ni de imaginar, sino de analizar la realidad desde todos los prismas existentes y la mirada de las mujeres es uno de ellos.
Miradas que están tejiendo redes artísticas bajo criterios de sororidad, extendiendo como virus transformador las visiones estéticas, conceptuales y éticas de las mujeres. A un lado y otro del lienzo, adentrándonos juntas en los jardines de las delicias, donde podemos llegar al límite de nuestra imaginación y creatividad, sin cortapisas.
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