Estado de alarma a la fuerza

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

Moncloa

14 mar 2020 . Actualizado a las 14:45 h.

Ayer por la mañana, casi de madrugada, Carlos Alsina le preguntó a este cronista en la radio si nos encaminábamos a la declaración de estado de alerta, y este cronista le respondió: «La verdad es que ignoro por qué no se ha declarado ya». Y terminé así mi comentario: «Personalmente cuento con ella. Incluso la defiendo: si la crisis es alarmante, está reclamando decisiones de la misma intensidad». Pido disculpas por la autocita, pero me parece ilustrativa: la necesidad de declarar el estado de alarma estaba en el ambiente y en la petición de otras fuerzas políticas. El mismo presidente no la había descartado la tarde anterior, pero algo -no sé si timidez, ignoro si falta de información, quizá necesidad propagandística de goteo de medidas- le impidió dar ese paso.

Por lo tanto, la declaración ha sido como todo lo que se hizo en el aspecto sanitario durante la emergencia: se llegó a ella con algún retraso, cuando ejércitos de madrileños habían desembarcado alegremente en los lugares de playa, se habían asentado allí como si viajasen de vacaciones pagadas y habían sembrado el terror del contagio en las poblaciones ocupadas por ellos y que los ayuntamientos tuvieron que desalojar como si fuesen fuerzas de ocupación. Portugal ha sido mucho más rápida: con poquísimos infectados, ya se había declarado en alarma cuando Pedro Sánchez compareció. Algunas comunidades autónomas fueron más imaginativas: Madrid, por ejemplo, ya había anunciado el cierre de la hostelería a partir de hoy y algunas otras muy castigadas, como Cataluña y el País Vasco, ya habían confinado a decenas de miles de personas en barrios y pueblos enteros.

Digamos, pues, que el Gobierno central no se ha distinguido por su audacia ni por su iniciativa. Salvo en las medidas económicas, porque tiene las llaves de la caja, fue a remolque de otros por su voluntad de someterse estrictamente a los criterios de los especialistas, empeñados en difundir sosiego cuando se necesitaba vitalidad. Si se ha roto la norma, quizá sea por esto: porque hay una realidad distinta de la difundida por las fuentes oficiales. Sabemos que España es el país de más rápido contagio, pero ignoramos que el número real de contagiados se sitúa por encima de los 10.000. De ellos, según cálculos de la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid, un 30 % requiere hospitalización y el 10 % necesita monitorización y respirador. Epidemia desbocada, necesidad de medios, urgencia de drásticas soluciones y meter en cintura a los ciudadanos que suspendieron la nueva asignatura de la «disciplina social». Esperemos que funcione. Eso de «este virus lo pararemos entre todos» no es más que una sanchista expresión de buena voluntad.