El mundo es de las cajeras

OPINIÓN

26 mar 2020 . Actualizado a las 16:40 h.

Estos días, al volver a casa desde el trabajo, atravieso una ciudad muerta. Tan solo algunos seres vivos se aventuran a salir a la calle llevados por la obligación, y estos seres vivos tienen el miedo y la angustia grabados en el rostro. Otros, ni tan siquiera eso, pues llevan la mitad de la cara cubierta con una mascarilla las más de las veces inútil. Compungidos y huidizos, como si nos fuéramos a atracar unos a otros, guardamos las distancias, y cualquier ruido excesivo sorprende y asusta, pues no es un velatorio el lugar adecuado para romper el silencio. Las calles de mi barrio parecen enormes. Ya no me tropiezo con los vecinos habituales a la hora de llegar a casa, y están todos los comercios cerrados, como un eterno domingo por la tarde.

No se puede detener la economía. Es más importante el dinero que las personas, y el coronavirus nos lo recuerda constantemente. Imagino que quienes decidieron que no se cerraran centros de trabajo que podrían cerrar sin problema alguno dado el estado de alarma en todo el planeta, no tienen que acudir al taller, ni a la panadería, ni a la fábrica que toque. Así que algunos acudimos a nuestros puestos de trabajo habituales a teletrabajar en vivo y en directo, por así decir. Nuestras vidas importan menos que la economía, somos carne para la picadora, nada más. Aunque podamos extender el virus, aunque nos tengan que ingresar por neumonía y pasemos a adornar las instalaciones del Palacio de Hielo de Madrid. Nunca antes un mortuorio tuvo nombre tan apropiado en ningún lugar.

A las cajeras del supermercado en el que suelo comprar les han puesto unas mamparas de metacrilato entre cliente y caja. Todas llevan guantes, pero no todas llevan mascarilla. Hay una seriedad terrible en sus caras, una angustia casi palpable, pues saben perfectamente que trabajar así, con docenas de personas pasando delante de ellas a escasos centímetros, supone un riesgo. Es una ruleta rusa.

Resulta que después de tantos años despreciando a quienes trabajan en mal llamados empleos sin cualificar, o el eufemismo que toque para poder pagar menos a los trabajadores, somos los no cualificados, (al margen de profesores, personal sanitario, funcionarios y empleados públicos) los que estamos sosteniendo este país sobre nuestros hombros. Que estamos jugándonos la vida. Cada minuto que pasamos fuera de casa supone un riesgo. El capitalismo es más importante que nuestras vidas, la economía lo es todo, salvo lo que no es todo, que somos los que tenemos que salir cada mañana a la calle.

Dentro de unos meses, cuando todo esto pase, nadie se acordará de las cajeras del supermercado, y el día que se les ocurra reivindicar una subida salarial les dirán que para eso hay que tener estudios. Mientras, quienes deciden que tenemos que ir a trabajar con lo que tenemos encima, quienes decidirán seguir manteniendo la precariedad, están en casa, guardando confinamiento y sin exponerse a una neumonía en el mismo grado que quienes salimos a la calle sin remedio, que para eso han estudiado y de ellos depende lo que sea que dependa. Nadie les está echando de menos por sus trabajos. Ahora, el mundo es de las cajeras del supermercado.

Me comenta un compañero que su mujer, que trabaja en un supermercado de una muy conocida cadena, ha recibido un comunicado de la empresa lleno de grandes palabras: que es un orgullo tenerlas ahí, y que son conscientes de lo difícil que es estar al pie del cañón y el riesgo que supone hoy. Que agradecen que estén haciendo más horas de trabajo, pues han incrementado considerablemente los ingresos en la empresa debido a la locura de consumo acaparador de estos días, por lo que serán recompensadas con cien birriosos euros más este mes. Todo esto se lo han dicho en un audio de WhatsApp, desde casa. Donde están los que saben.