Estruendosos aplausos y salvapatrias

César Rodríguez Pérez
César Rodríguez JUEGO DE TRONOS

OPINIÓN

AGUSTIN MARCARIAN | REUTERS

03 abr 2020 . Actualizado a las 08:52 h.

Vivimos la peor crisis de alcance global desde que terminó la Segunda Guerra Mundial. El coronavirus podría ser un quinto jinete del apocalipsis. Ha obligado al confinamiento a la mitad de la humanidad. Ha infectado al menos a un millón de personas. Se ha cobrado decenas de miles de vidas. Y va a destrozar la economía de parte del planeta.

Hace unos días causó un gran impacto una primera plana del New York Times que mostraba de forma elocuente la explosión del paro en Estados Unidos. Hoy podrían replicarla los medios españoles. El virus se ha llevado por delante 900.000 empleos en apenas dos semanas. Es una barbaridad que tendrá consecuencias graves. Y no solo por lo que supone para los hogares y las empresas. También por su efecto en la cohesión social y en la estabilidad política de nuestro país.

En España la respuesta popular ha sido ejemplar, tan crítica con los errores del Gobierno como responsable ante las medidas tomadas. Más allá del lógico descontento y de la frustración acumulada (y de las oportunistas caceroladas ), en las redes han empezado a circular en las redes mensajes peligrosos, que recuerdan en el tono y en el discurso a los del clima previo al golpe del 23F de 1981.

Este es un test muy serio para las democracias. Miren si no a Hungría. Allí Viktor Orbán tiene poderes ilimitados con la excusa de luchar contra el coronavirus. Cuando se los dieron hubo una ovación. La escena, terriblemente real, recordó a una de ficción que quedó impresa en muchas retinas: la de la caída de la república en Star Wars. El imperio galáctico nació gracias a una votación democrática. Con la excusa de una necesidad excepcional: ganar una guerra frente a un rival formidable. Y con un estruendoso aplauso.

Visto lo visto, deberíamos de guardar nuestras ovaciones para los sanitarios y todos los demás héroes que ayudan a parar al virus y a hacer más llevaderas nuestras vidas. Y negárselo a los aspirantes a salvapatrias, siempre atentos a los restos de los naufragios por propio interés. Esos que siempre prometen soluciones fáciles, mucha acción y muy poca reflexión.