El lógico miedo al virus está interiorizado por todas las familias que estamos confinadas. La situación es crítica gracias a un Gobierno que no gobierna. Ni Sánchez ni el peor socio que podría tener ahora mismo, Pablo Iglesias, hacen la mínima autocrítica, algo necesario para salir del monumental lío en el que estamos. Mascarillas de un uso tarde y mal repartidas o mascarillas que se venden a precios desorbitados es la realidad que vemos todos los españoles, menos los bustos parlantes del Consejo de Ministros. Han logrado que un país líder mundial en trasplantes, con una sanidad excelente, se haya convertido en líder mundial en sanitarios contagiados por el virus, precisamente por no haberlos dotado del material necesario. Y siguen sin hacerlo. Dicen que los test que no funcionaban al comprobarlo se devolvieron. Lo inaudito es que llegasen a comprarlos. No son comentarios. Son hechos, una sucesión de hechos que demuestran una improvisación absoluta y absolutista. Pero no están avergonzados. No. Ellos dos siguen. Sánchez se saca de la manga unos nuevos Pactos de la Moncloa, cortina de humo que el primero que no se la cree es él. Es un intento desesperado de repartir una culpa cuya autoría exclusiva es del Ejecutivo de coalición. El segundo intento de distraccción es ese uso maleable de las palabras. Lo que llaman hibernación de la economía y esa búsqueda suicida e imposible, tal y cómo quedarán las cuentas, de un ingreso mínimo vital restan en vez de sumar. La hibernación de la economía no es más que el tiro que hemos decidido pegarnos en los dos pies para que tengamos que salir claudicantes y de rodillas de la crisis del virus directos a la crisis económica. Del miedo al virus al pánico a la economía. Están empeñados en señalar a los empresarios, en dificultar la vida a los emprendedores, en lugar de dejar asesorarse por ellos. El pánico es mal enemigo, sobre todo cuando se trata de dinero. A este paso del virus saldremos, pero a la economía no habrá quién la levante.