Nos encontraremos de nuevo

OPINIÓN

16 abr 2020 . Actualizado a las 08:58 h.

Son las 18:00 horas en Madrid, y el día viste con sus últimos rayos de sol invernal. Estamos, ella y yo, por salir de casa e ir al centro. Iremos en metro, con calma, pues tenemos todo el tiempo del mundo, daremos un paseo perdiéndonos en el bullicio madrileño del último viernes de enero. Miraremos el reloj deseosos de que llegue la hora para ir hacia el Café Berlín a escuchar a uno de nuestros pianistas predilectos, el argentino Federico Lechner. Y llegaremos temprano al sitio para bebernos yo una copa de Rioja y ella un tercio de cerveza.

Los músicos (Lechner, Sheila Blanco y Chema Saiz) interpretarán los temas de su show dedicado a George Gershwin, y quedaremos boquiabiertos. Confirmaremos que el sonido del piano en directo provoca sensaciones inigualables. Harán una pausa y me encontraré con Federico en la barra. Charlaremos sobre una entrevista que le hice meses antes para El Cultural y sobre una de las baladas icónicas del jazz, Blue in Green. Le diré que me encantaría escuchar Yuyo verde (un tango argentino antiguo) de sus manos y en su piano. Reiremos. Él volverá al escenario y yo a la mesa. Él, a trabajar, y yo a ser su público.

Sí, aquellas serán escenas que un día (no muy lejano) recordaré con nostalgia y me preguntaré, «¿será necesario perder la libertad para volver a disfrutar de ella?».

Dos meses más tarde la pandemia ya habrá irrumpido con toda su fuerza, y aunque Madrid siga estando en el mismo lugar, ya no será la misma. El miedo, la incertidumbre y la resignación tendrán, de pronto, otro significado. De nuevo, nos preguntaremos, «y ahora, ¿cómo salimos de ésta?». Temblaremos ante la imagen más cruda del momento: la portada de El Mundo mostrando ataúdes apilados en el Palacio de Hielo. Y aprenderemos que hay días en los que, desgraciadamente, cuando las cifras cobran vida es porque la están arrancando al mismo tiempo. A diario nos enteraremos de otra víctima más de un virus que nació en China, pero que nos hará entender que todos, sin importar el color de nuestro pasaporte o el acento de nuestra voz, podemos enfermar de lo mismo. Entonces, ya se habrá expandido por todo el mundo ese ser tan chiquitito y capaz de hacer tanto daño y nos enseñará que las fronteras siempre son franqueables y, a menudo, inútiles. Y con mucho dolor aprenderemos que no hay fortuna que alcance para revivir a alguien que perdió la vida luchando por conseguir algo que es gratis: el aire…

Ya es abril. Me encuentro ahora frente al ordenador disfrutando de un concierto «en directo» de Federico Lechner, en la red social del señor Zuckerberg. Estoy, desde la incomodidad de mi cama y con esos calcetines calentitos para estar en casa que me regalaron hace dos navidades, mirándolo y escuchándolo tocar desde el estudio de su casa. Pero me falta el aire de la calle, el sonido del piano en directo. Estamos casi 80 personas conectadas. El pianista está nervioso, lo confiesa, y dice que no sabe si está siendo un concierto o un ensayo. Me pongo los cascos para mayor concentración; él coloca una fotografía de una tortuga para mayor inspiración. Hoy los conciertos son así, cada uno desde casa.

Lechner ha decidido hacer un homenaje a Bill Evans, uno de los pianistas de jazz más reconocidos, y está tocando una balada épica: Very Early («Muy temprano», en castellano). E, inevitablemente, pienso en aquel concierto en el Café Berlín… y en el abrazo que le di a ella, en el sabor de mi copa de Rioja, en las risas con el pianista en la barra del bar, en el aroma y el ruido de la calle. Pienso en la libertad. Después tocará otro par de temas y cerrará con We will meet again («Nos encontraremos de nuevo»).

Sí, nos encontraremos de nuevo.