Políticos de 1977 y 2020: ¡un abismo!

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

15 abr 2020 . Actualizado a las 09:08 h.

Un buen amigo, hijo de otro por el que siento también gran admiración y afecto, los dos bellísimas personas y profesionales brillantes en sus campos respectivos, me enviaba ayer un SMS que resolvió mis dudas sobre el tema al que dedicaría esta columna. El mensaje decía así: «De Landelino Lavilla a Irene Montero. ¿Cuándo, con perdón, se jodió todo, querido Roberto? Un abrazo!».

La finalidad de la misiva telefónica, que parafraseaba el comienzo de Conversación en La Catedral -la inmensa novela de Vargas Llosa donde un personaje se pregunta «en qué momento se había jodido el Perú»- no era, obviamente, comparar en concreto al expresidente del Congreso, fallecido anteayer a los 85 años por causas naturales, con la actual ministra de Igualdad, sino, por extensión, a la clase política que hizo la Transición, de la que Lavilla fue un exponente destacado, y la que ahora, desde Podemos y el separatismo, pretende derribar la mayor parte de lo logrado de 1976 a 1978: el gran pacto de reconciliación nacional en que el cambio se basó, la Constitución que fue su principal y directa consecuencia -sin duda la mejor, a gran distancia, de todas las precedentes-, la monarquía parlamentaria que tanto contribuyó a la consolidación de nuestra democracia y la España federal, que hubiera posibilitado la concordia territorial de no haber sido por el empeño del secesionismo en seguir sembrando la discordia en defensa de sus delirios supremacistas y sectarios.

Estos días, y a cuenta de la tan oscura como inconcreta propuesta del Gobierno para cerrar con los interlocutores sociales y con la oposición unos nuevos Pactos de la Moncloa, muchos comparamos las respectivas situaciones de la España que trataba de asentar la democracia y de la que intenta ahora enfrentarse al fiasco que dejará como una estela de desgracias la epidemia del COVID-19. Y destacamos, también, como el contenido económico y social del acuerdo cerrado en 1977 resulta sencillamente intransferible a una coyuntura que nada tiene que ver con la de entonces.

Pero entre comparación y comparación se nos había quedado en el tintero, quizá la fundamental: la consistente en contrastar la calidad profesional y la categoría política de los dirigentes actuales y la de los que lideraron hace cuatro décadas los destinos del país. Ni que decir tiene que tanto entonces como ahora pueden señalarse excepciones a lo que subrayaré a continuación, pero no son las excepciones sino la regla lo que marca el tono de un país. Y la regla es que la clase política de la Transición, que también por supuesto peleó y se enfrentó y se puso a caldo, tenía una clara conciencia sobre la importancia del respeto a las instituciones, una generosidad política, un coraje democrático y un espíritu de lealtad a la España a la que servía que en muchos de los líderes actuales brilla por su ausencia. Un lector lo resumía de maravilla hace unos días: Suárez buscaba asegurar el futuro del país; Sánchez busca, en contraste, asegurarse el suyo propio.