Economía apta para gente de letras

OPINIÓN

Moncloa

18 abr 2020 . Actualizado a las 10:57 h.

La paradoja de la renta mínima vital es que en los países que pueden pagarla no es necesaria, y, donde es necesaria, es muy difícil pagarla. Y esta paradoja, que es esencial y no accidental, obliga a analizar al céntimo los planes para implantarla. Si tuviésemos una deuda del 50 % del PIB, un déficit del 1 %, y un paro por debajo del 6 % (es decir, si viviésemos en Alemania), la renta mínima vital no sería discutible, porque su coste sería asumible por los contribuyentes, sin afectar a la calidad de los servicios públicos y a la competitividad de las empresas. Sería, pues, una simple transferencia de rentas, que funcionaría, para el conjunto de la economía, como miel sobre hojuelas.

Pero si eso mismo se hace con horizontes de deuda del 115 %, con déficits superiores al 10 %, con un paro estructural del 12 % -y coyuntural del 21 %-, con las empresas en crisis, y con la recaudación de Hacienda derrumbándose, la renta mínima no se puede pagar sin afectar gravemente a los servicios públicos, al IRPF, al beneficio de las empresas, a la atención del desempleo, y a las pensiones, la obra pública, la sanidad y los servicios sociales del Estado. Y, en este caso, que es el nuestro, es posible que incluso los beneficiarios de la renta mínima salgan perjudicados, porque lo que van a perder por el deterioro de los servicios públicos podría ser mucho más que lo percibido por la vía de la renta mínima. La teoría socialista dice que el gasto público tiene una escala de rentabilidad social muy superior a la que se obtiene con salarios y beneficios. Y por eso suena raro que, en un momento tan dramático como este, cuando el deterioro de lo público es inevitable, quitemos dinero de los servicios y las atenciones sociales, para repartirlo entre la gente y aumentar el consumo.

Los socialistas -Calviño, Montero y Escrivá-, además de saber esto, son conscientes de lo difícil que es identificar a los destinatarios de este tipo de rentas cuando la economía sumergida (>22 %) y el fraude fiscal (>18 % del PIB) rozan el tercermundismo. Y por eso van a este escenario, en palabras de Isaías -el profeta-, «como ovejas al matadero». Creo que Iglesias también lo sabe, porque en la Complutense solían explicarlo. Pero es obvio que el garbanzo negro del Gobierno Sánchez juega a dos cosas que no debemos ignorar: al corto plazo, para consolidar el nicho de votos que le permita ser un poderoso y caritativo burgués; y a la revolución desde arriba, es decir, al cambio de régimen y posición de España. Por eso tiene claro que todo el desastre que se puede crear con sus prisas y chapuzas lo podrá solucionar en un plis-plas -si llegase a mandar- sacándonos del euro y pagando los salarios, las pensiones y la propia renta mínima con papel de estraza, cuyo valor sea equivalente a 100.000 bolívares por euro.

De esta crisis no vamos a salir sin rigor y sin ajustes. Y soñar con que Iglesias nos va a sacar del pozo antes de caer en él es la más dramática y estúpida de todas las quimeras.