La primera, para aprender

Rafael Arriaza
Rafael Arriaza AL DÍA

OPINIÓN

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28 abr 2020 . Actualizado a las 09:58 h.

Cuando se podía salir a la calle, la sabiduría popular decía que si veías a alguien hablando solo lo más probable no es que estuviera loco, sino que estuviese haciéndose una casa. Otra cosa que habitualmente te dicen es eso de que «la primera casa que te haces es para aprender» y que después te das cuenta de que cosas que pensabas que eran una gran idea, como distribuciones de espacios originales, divisiones en varias alturas, poner el baño donde no se debe, o que la orientación de las ventanas no sea adecuada aunque quede ideal de la muerte, hacen que la habitabilidad de la casa no sea la que esperabas. Y entonces te acuerdas del jefe de obra que tuviste. Ese albañil de verdad, que ha pasado por los distintos oficios, con callos en las manos y el saber que da la experiencia, y que cuando veía algunas de las ocurrencias que salían de tu ingenio, o del de aquel arquitecto que ponía el diseño por encima de la habitabilidad, fruncía el ceño y trataba de convencerte de rectificar. A veces le hacías caso y a veces no. Y claro, la última decisión siempre ha sido del que manda. Para lo bueno, y muchas veces, para lo malo. Total, que al cabo de un tiempo, después de aguantar las incomodidades por la ilusión que siempre hace una casa nueva, la realidad se impone y decides hacer alguna reforma, mayor o menor. O incluso venderla y hacerte otra, o irte a vivir a un piso y ahorrarte las complicaciones de una casa. Me acordaba de esto viendo los problemas que ha generado la situación que vivimos, en la que muchas decisiones se han tomado -y se toman- apresuradamente, por gente que nunca ha estado al pie del cañón, y que han creído que formar un gabinete de crisis se hace con el manual del partido -el que sea, que de todo hay y estoy seguro de que ninguno tenía en mente que algo así pudiera ocurrir- en la mano y ganando exposición mediática a cualquier precio, con la esperanza de que eso dé réditos en forma de votos futuros. El tiempo dirá qué se ha ganado y qué se ha perdido en ese sentido, pero el precio lo pagamos todos. Todos vamos a vivir esa casa, y lo último que necesitamos es que -además de los problemas que va a tener la propia casa- se juegue a enfrentar a un vecino con otro, o a los miembros de una familia entre sí, para distraer responsabilidades o agravarlas, según de quien venga el relato. Bastante tenemos con lo que tenemos. Las responsabilidades de la constructora, el director o el jefe de obra, o de los propietarios anteriores del terreno ya se dirimirán, aunque me temo que la reforma la vamos a volver a pagar los de siempre, los que queremos vivir esa casa común. Mientras tanto, los obreros de esta crisis están trabajando en condiciones que harían que -en condiciones normales- cualquier accidente laboral (léase contagio por falta de material adecuado) obligase a abrir inmediatamente un expediente a la constructora y pedir responsabilidades penales a los responsables. Pero en tiempo de guerra, a protestarle al maestro armero, que toca hacer de héroes y jugarse el bigote.

El problema es que no se puede formar un gabinete de expertos -y menos, de pseudoexpertos- de la noche a la mañana. Aunque sea improbable que una crisis como la que vivimos ocurra, es obligación del sistema -por encima de cualquier gobierno- tener un gabinete previsto, con un modelo estudiado, que se adapte a lo largo del tiempo a las nuevas posibilidades, y que esté entrenado, por si acaso. Un gabinete de técnicos, no de amiguetes que cambien según las cuotas de poder de los partidos que gobiernen en cada momento. Esto es lo que se hace en todos los cuerpos y trabajos en los que existe la posibilidad, aunque improbable, de necesitar una respuesta rápida, coordinada, y en la que puede ser que incluso se juegue la supervivencia propia o de otros. Pero un planteamiento así exigiría tener un concepto de Estado, y dejar de preocuparse de mindundeces cortoplacistas. No es un tema en el que puedas hacer tu primera crisis real «para aprender». Los experimentos, con gaseosa. No es casualidad que aquellos que pueden tener que enfrentarse con situaciones críticas hagan periódicamente simulacros y tengan sus protocolos y la escala de mando perfectamente definida y actualicen todo ello periódicamente, para adaptarse a las posibles contingencias según se van planteando en otros lugares, o cambian las circunstancias.

Aunque la dirección de la obra le corresponda a alguien con otros laureles, a quien la constructora elija por las razones que sean, lo normal al hacerse una casa no es dejar la jefatura de la obra en manos de, por ejemplo, un fontanero, un arquitecto, o algún pariente (¿alguien ha dicho cuñaaoo?) sólo porque hagan muy bien su parcela del trabajo o -pongo por caso- porque cuenten bien chistes, sean más asertivos con los compañeros, tengan un máster en cría de jilgueros australes, hayan leído un libro sobre el tema, o den mejor en televisión, porque se supone que a los medios les va a interesar documentar la obra que estamos haciendo para ilustrar algún programa del estilo «Pequeños constructores». Por lo menos, si quieres vivir en esa casa muchos años y que no resulte mucho más cara e insegura de lo que podría ser.