El procés de Madrid

Luis Ordóñez
Luis Ordóñez NO PARA CUALQUIERA

OPINIÓN

10 may 2020 . Actualizado a las 22:15 h.

Se le pueden dar muchas vueltas, y por supuesto que tiene especificidades propias, pero el hoy lánguido procés catalán al final se trató de una respuesta reaccionaria agitada por la élite local para escapar de los efectos de la Gran Recesión cargando la culpa en el vecino, en el otro. Ocultar los conflictos de clase bajo la bandera nacional es una estrategia viejísima, y no por gastada menos eficaz. A grandes rasgos, e insisto en que cada caso tiene obviamente sus particularidades, se trata del mismo fenómeno que alumbró la victoria del Bréxit en el Reino Unido, o las electorales de Trump en EEUU y Bolsonaro en Brasil.

El procés funcionó (funcionar quiere decir aquí que se prolongó bastante en el tiempo) con una asombrosa mezcla de soberbia y caradura unida a la imprescindible colaboración de una relevante cuota del electorado dispuesta a dejarse engañar de forma voluntaria porque sus mentiras les parecían más golosas que cualquier amarga realidad. Hay que querer, esto no te lo hacen solo. Y así sobre la nada más absoluta, sin más concreción real que extender la mala baba entre la gente, construyó un relato de promesas en el que uno de puede quedar a vivir si le place, en el que todo es simbólico, en el que cada fracaso es un éxito sin parangón, que no es sólo que nos esté mirando el mundo embelesado, collons no, que es que esto es una lección para la humanidad toda ella.

El procés igual no funcionó muy bien para conseguir la independencia, pero como herramienta política ha sido un triunfo que todos quieren imitar, hasta los más insospechados. Ha sido así en la Comunidad de Madrid, ¿quién podría imaginarlo? con la gestión de la epidemia. Y, si bien no me parece que la población de la capital y su región (toda ella o buena parte) se identifique mucho, sí que va a prolongarse por el apoyo inquebrantable del conservadurismo español en su conjunto, entusiasta en las redes sociales, todos ya procesistas de la nueva nación más maltratada injustamente de esta piel de toro, allá donde se cruzan los caminos, donde el mar no se puede concebir.

Algo se intuía antes de la pandemia, pero llega a su esplendor con el primer decreto de Estado de Alarma con la comunidad de Madrid convertida en la nueva virgen rebelde contra el estado opresor, maldito centralismo que nos somete precisamente a los del centro. Estábamos acostumbrados a que fueran los nacionalistas vascos y catalanes los que hicieran desplantes a las conferencias de presidentes autonómicos, porque el café para todos siempre les pareció una cosa vulgar, y nos encontramos con una Ayuso que abandonaba o llegaba tarde a las citas telemáticas para poder hacer una foto en el aeropuerto, una visita de algo ante las cámaras.

Son varios los episodios del Procés de Madrid, para mí los más gloriosos uno con Pablo Casado como presidente alternativo de esta realidad paralela pasando revista a los sanitarios el 2 de Mayo; otro la obcecación con los menús de Telepizza para los niños que dependían de los comedores escolares defendida a capa y espada como la única posibilidad de alimentación cuando el resto de comunidades o mantenía algunos comedores o buscó la forma de entregar cupones a las familias para poder hacer la compra en supermercados. Por supuesto estaban equivocados todos los demás menos el gobierno del pueblo elegido de la Villa y Corte. Ayuso se ha quejado de que su comunidad, la más rica del Estado por albergar la capital, uno de los territorios que practican dumping fiscal a la periferia, había estado «infrafinanciada» para hacer frente a esta crisis, ojo cuidao que España nos roba. Quizá el más prodigioso de estos capítulos ha sido el vano intento del gobierno regional por pedir pasar a la Fase 1, sin cumplir los requisitos, como otras comunidades para, una vez cosechada la negativa, poder quejarse, lamentarse, rasgarse las vestiduras y lanzarse cenizas a los cabellos porque el Gobierno nos tiene manía. Nos odian, sin duda, porque somos mejores. Hay ahí un destino manifiesto esperando a que lo saquen a desfilar.

Si la epidemia ha hecho mella de forma más cruda en Madrid que en ningún otro lugar sin duda se debe poder explicar por causas racionales, entre ellas tener un importantísimo aeropuerto internacional, una enorme densidad de población y un sistema de transporte masivo como el metro. Hay otros factores que también se podrán combinar con la jugosa y tentadora culpa, y supongo que un día, con perspectiva, se podrá repartir bastante entre administraciones. Pero el Estado de Alarma ha servido a nuestros procesistas para poder practicar la difusión de la responsabilidad en cuestiones que son de competencia autónomica. En ningún otro lugar se eligió la pizza como sustento infantil, en ninguno se encontró el Ejército cadáveres en los geriátricos. Como en el procés catalán, en el madrileño se abusa de una identificación obligatoria con el demos conveniente. El gobierno de Madrid presume de que el hospital de campaña montado en el Ifema debe de ser el símbolo de todos los españoles, los verdaderos españoles, pero ¿por qué tendría que serlo para un asturiano si aquí nunca colapsó el sistema sanitario y el HUCA realiza más pruebas PCR que nadie? ¿Por qué la situación de Madrid es la que debe contar para todos en todo el Estado, todos hemos de asumir como propios sus errores y fracasos mientras que los éxitos son sólo para ellos? 

Como hizo el procés catalán para acompañar su campaña de difusión internacional, el procesismo madrileño se ha entregado al desprestigio de las instituciones del Estado. Si anteayer España era franquista por llevarlo en la sangre, hoy es una «dictadura constitucional» en la que está prohibido criticar al Gobierno socialcomunista y en el que ningún organismo es fiable porque están todos controlados por el Ejecutivo, ya se sabe. En uno y otro procés, los bulos y las manipulaciones se consideran perfectamente legítimos porque el fin justifica los medios. Si en el catalán se consideraban irrebatibles las esteladas y los lazos amarillos, en el procés de Madrid se hace lo propio con las rojigualdas y las corbatas negras.

Tiempo habrá, no tardará mucho, para pedir explicaciones a quienes corresponda de las muchas pifias que se han dado en la gestión de la epidemia. E insisto en que me parece que están muy repartidas entre las administraciones, pero no puede ser que cada comunidad sea responsable de sus competencias y sus acciones menos Madrid, única huérfana de todo, hecha toda ella ya sólo un ariete para cargar contra el gobierno del Estado con la íntima convicción de que el Estado sólo les pertenece a ellos, los demás (ya falta poco para que lo digan) no son más que colonos.