El juego de la serpiente y el retrato de Dorian Gray

Enrique del Teso
Enrique del Teso REDACCIÓN

OPINIÓN

23 may 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Solo tuve paciencia con los juegos electrónicos en el inicio de la informática personal, con aquellos micros 8088, que no podían con un gráfico, y aquellas pantallas CGA, que tantas chiribitas y dioptrías dejaron en nuestros ojos. La simplicidad de aquellos juegos era infantil. El juego de la serpiente era un cursor siempre en movimiento que el jugador dirigía dentro de un rectángulo donde había piezas diseminadas. A medida que comía piezas, el cursor se iba alargando como una serpiente. Si la serpiente tocaba su propio cuerpo el jugador perdía y cada vez era más difícil revolverla en ese rectángulo que se iba quedando pequeño. Esta semana se me paseó en la memoria aquella serpiente. Un Gobierno con tantos ministerios era desde el principio una serpiente propensa a chocar con su propio cuerpo. Ya con las elecciones de abril unos anillos de la serpiente intentaban convertir en Directora del FMI a Nadia Calviño, mientras otros negociaban un gobierno con Podemos. En estos momentos de desescalada, la serpiente tuvo que hacer contorsiones para que una parte de su cuerpo enlazase con C’s mientras otra parte quería seguir enlazada con Esquerra y, completando un nudo, otra negociaba una ley importante con Bildu. Pero no carguemos las tintas. Siendo solo una culebrilla, C’s tiene que enlazar una parte de su cuerpo con Garicano y los liberales centristas europeos y mantener otra parte con la ultraderecha en Madrid. El PP de Casado no culebrea porque es un tocho sin cintura. Y si el PNV no levanta oleajes es por tener una cintura tan fina que puede pactar los presupuestos generales con un Gobierno y a continuación ponerle una moción de censura sin tener la culpa.

Por supuesto, la política exige cintura, perder partidas y barajar de nuevo con paciencia. Lo que me evoca el juego de la serpiente no es la fealdad del pragmatismo, sino las piruetas de contorsionista. Y digo que no carguemos las tintas. El hilo mental con el que intento formar la actualidad en mi cabeza es también propenso a chocar con su propio cuerpo. En un momento de esta semana me sorprendió cómo parecían desaparecer de la vida pública los tonos grises y dibujarse negro sobre blanco lo que normalmente son verdades de fondo ocultas tras una maraña. El Gobierno baja las tasas de las universidades y facilita el acceso a las becas. La derecha se alinea con las manifestaciones de pijos ricos que no piden nada y no reivindican nada; solo gritan lo que siempre gritan los fachas, que el Gobierno es comunista y asesino y que quieren que gobiernen los suyos. Si hubiera que adivinar qué quieren, no tendrá que ver con las necesidades de la población general, sino con el privilegio de no cargar con las necesidades de la población general ni el tejido del país. Así que desaparecen los tonos grises: la izquierda gubernamental facilitando los estudios para la mayoría y la derecha más facha, más clasista y más clara que nunca. Entonces sale el embrollo de la reforma laboral, muy querida por los pijos de las cacerolas, y la serpiente del Gobierno choca con su propio cuerpo, porque una parte quiere echar la reforma al desván de los malos recuerdos y otra parte la mira como Gollum miraba y acariciaba el anillo del poder. Así que mi hilo mental de la actualidad se retuerce y choca consigo mismo también.

Es difícil concebir error más estúpido que este enredo de la reforma laboral. La ley mordaza, la de educación y la de reforma laboral son leyes malignas que un gobierno progresista debe derogar. La derogación de la ley mordaza es políticamente simple: solo hay que derogarla. Las reformas laboral y educativa no son tan simples. Las certezas son igual de firmes, pero son leyes que requieren incorporar a agentes ajenos a la política (profesores, padres y madres, sindicatos, patronal…). Soltar la reforma laboral como un acuerdo ya hecho es una petardada. Soltarlo ahora y no dentro de un mes es como empeñarse en desenterrar a Franco justo en período electoral. No hay ninguna razón para no llegar a acuerdos con Bildu en unas cuantas cosas. Es más rara la coincidencia de Puigdemont y Casado en la gestión de una emergencia nacional que coincidir con Bildu en una reforma laboral. Pero es un evidente error que se las hayan arreglado para que Bildu parezca la marca de la nueva reforma laboral. Para seguir el despropósito, cada loco empezó a hacer declaraciones de manera que ahora ya no hay aclaración posible que no sea la desautorización de alguien. Y encima todo esto es un error no forzado. No había ninguna razón para tal esperpento.

La mejor baza que tiene el Gobierno, si deja de chocar con su propio cuerpo, es el vendaval de pragmatismo que se avecina. El nivel político y la altura moral de Casado es lo que se deduce de su currículum académico: bajo nivel y carencia de escrúpulos. Lo confía todo a que el Gobierno caiga antes de fin de año y al caos enfurecido que pueda sembrar con Vox. Desde luego, la caída del Gobierno es una posibilidad y también lo es que Sánchez caiga derecho para afrontar otras elecciones. Hagan una lista de las veces que lo subestimó alguien. Pero los problemas económicos son de tal envergadura y las cantidades de dinero público, europeo y nacional, que se van a mover son de tal magnitud que nadie va a querer estar lejos de la cocina de los próximos presupuestos. Los grupos de ámbito territorial (Compromís, Esquerra, Coalición Canaria y demás) querrán estar donde se decida el reparto territorial de los miles de millones que llegarán próximamente. Pero los barones autonómicos de partidos nacionales también querrán tomarse en serio la distribución del enorme gasto público venidero. Los problemas son demasiado urgentes. La propia patronal volverá a la mesa de negociación. En contra de lo que espera Casado puede ocurrir que la mayoría, con generosidad o a mordiscos, prefiera estar en la reconstrucción nacional que cara al sol en el monte con Ayuso y Vox, valga la redundancia.

La ultraderecha (ese continuo que va desde Vox a Casado, pasando por cayetanos, FAES y púlpitos) tiene su mejor baza en el deterioro de la convivencia. Sin ofuscación, gritos y odios no les funcionará su apuesta. La situación favorece la amplificación de debilidades que siempre llevamos dentro. Se preguntaba Máximo Pradera por qué da juego a los medios gente como Aznar. Realmente, es un personaje previsible, sin gracia ni talento, pero oímos lo que dice y nos lo repetimos, tanto como nos repetimos la frase contundente o ingeniosa de alguien con el que estamos de acuerdo. Pradera cree que es un placer masoquista. Es verdad que si nos duele una encía no dejamos de pasar la lengua por el punto dolorido, no se sabe por qué. Pero no creo que sea eso. Una debilidad muy humana es el placer de tener razón. Repetimos las cosas que ejemplifican nítidamente que tenemos razón. Puede ser porque alguien dice lo que nos gusta. Pero Monseñor Cañizares, Aznar o un pijo con una cacerola gritando asesinos son también una confirmación nuestras creencias como ejemplo diáfano de lo que hay que evitar. Al margen de su sólido armazón formal, Popper decía contra la falacia verificacionista que siempre encontramos el experimento que confirma nuestra teoría. Tan humano es el placer de tener razón, que llega hasta la ciencia. La cuestión es que ahora están disparados los resortes anímicos que disipan todas las dudas y nos llenan de certezas tajantes. Buscamos la frase o el ejemplo que nos indigna con la terquedad con que llevamos la lengua a la encía dolorida y compartimos nuestro berrinche con especial ahínco. Y la ultraderecha aviva esa debilidad, el único fango con el que pueden luchar contra el pragmatismo que se avecina y que puede ser constructivo.

Durante el confinamiento sospeché que las redes sociales eran el inframundo donde caía solo la mala baba y que la sociedad real es distinta y no se pasa el día rugiendo odios. Lo sigo sospechando, pero no puedo ocultar el temor de que en realidad las redes sean el retrato de Dorian Gray, la foto oculta y mostrenca del espíritu real de una sociedad que solo por fuera es amable y busca futuro. Es solo un temor. Puede ser algo de cansancio.