Sobre parásitos y personas

Javier Cudeiro Mazaira EN VIVO

OPINIÓN

MICHAEL WORFUL

31 may 2020 . Actualizado a las 10:00 h.

Muchas veces al querer describir el mundo de forma categórica, pero simple, se recurre a estereotipos: buenos y malos, tortilla con o sin cebolla, Pepsi o Coca-cola. Lamentables simplificaciones de un universo complejo que no satisfacen nadie, sobre todo cuando no incluyen a partidarios de Isabel Ayuso o la decadencia del glamur. Todo inútil, la gran división del mundo es entre parásitos y aquellos que son parasitados. La naturaleza, sabia ella, nos lo muestra de forma estremecedora y cruda: cómo los parásitos controlan a sus huéspedes a través de su cerebro. Es decir, la pesadilla del Allien llevada a la pantalla por Ridley Scott, se ha hecho realidad.

Imagine un parásito que hace que un animal cambie sus hábitos, proteja a la descendencia del parásito o incluso se suicide por beneficio ajeno. Si bien el control mental puede parecer algo sacado de una película de ciencia ficción, el fenómeno es muy real. Como se describe en un artículo publicado en la revista Frontiers, comprender cómo los parásitos «piratean» el sistema nervioso de su huésped para lograr un objetivo particular podría proporcionar nuevas ideas sobre cómo los animales controlan su propio comportamiento y toman decisiones.

En algunas de las manipulaciones más fascinantes, el parásito aprovecha los circuitos neuronales del cerebro del huésped para manipular sus funciones cognitivas. Algunos gusanos inducen a los grillos y otros insectos terrestres a suicidarse en el agua, lo que permite la salida del parásito a un ambiente acuático favorable para su reproducción. En otros casos, aquellas hormigas que consumieron las secreciones de una oruga que contiene un neurotransmisor que se relaciona con el placer y la recompensa, la dopamina, no se alejan de la oruga actuando como auténticas guardaespaldas evitando el ataque por insectos agresivos y ofreciéndose en un sacrificio propio de las cruzadas.

Pero el caso estrella, el ejemplo mejor estudiado de manipulación parasitaria de la función cerebral en mamíferos es el caso de la toxoplasmosis, una enfermedad causada por el parásito Toxoplasma gondii. Infecta a roedores (el huésped intermedio) para completar su ciclo de vida en un gato (el huésped final). El parásito infecta el cerebro formando quistes que producen una sustancia clave para la percepción de placer… exactamente, ¡dopamina otra vez!. La modificación del comportamiento más fascinante en toda la cadena, ocurre en la rata porque no evita el olor de la orina del gato ¡no se escapa de él! Es como si Jerry decidiese irse de copas con Tom. Al hacerlo, el parásito facilita su propia transmisión y la rata su sacrificio. Un auténtico cambio en el ordenamiento de la química cerebral: el cerebro del huésped se «desborda» del placer proveniente de la dopamina del parásito y se convierte en carne de cañón. Un efímero orgasmo para morir y que te utilicen; toda una declaración de intenciones de la naturaleza. Los humanos pueden infectarse y algunos científicos han sugerido que la infección por Toxoplasma puede alterar nuestro comportamiento. Debido a que el parásito infecta el cerebro, se sospecha que hace que algunas personas tengan un comportamiento alterado, sean más imprudentes e incluso se ha responsabilizado de ciertos casos de esquizofrenia, una hipótesis controvertida pero inquietante.

Pero, pensaremos, son ideas, casos anecdóticos que ocurren muy ocasionalmente y que de forma mayoritaria afectan al mundo animal. Animal… mundo al que pertenecemos y que aupados por una soberbia muy humana tendemos a creer que no es el nuestro. Estamos en el momento en que las señales son muy claras. Los parásitos siempre han estado ahí y con la soberbia les estamos abriendo paso fuera de sus ecosistemas propios. Así somos nosotros, el parásito bípedo, inteligente y que tiene sobradas dosis de dopamina y placer con un nuevo producto que jamás existió en la naturaleza hasta que le hemos dado forma: el dinero, y su fiel escudero la codicia.