Ya se encienden las hogueras

OPINIÓN

Cocina económica
Cocina económica Xoán A. Soler

02 jun 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

No hemos terminado de domar completamente a la pandemia del Covid-19 en España y ya se acumulan leños en la pira, y no para las fiestas de San Juan suspendidas para evitar aglomeraciones, sino para los fuegos en los que sucumbirán reputaciones, ambiciones políticas y carreras profesionales de quienes se han visto en la tesitura de tomar decisiones en el contexto más difícil que estamos viviendo en décadas. El insoportable grado de crispación en la vida púbica, el rápido deterioro de las condiciones socioeconómicas (sorprende la velocidad con la que nos hemos deslizado de la precariedad a la pobreza) y la necesidad de buscar culpables en quienes materializar la personificación de los errores colectivos, crean un caldo de cultivo perfecto para animar una de las pasiones españoles por excelencia, la inquisitorial.

El problema es que la maraña de gritos, desde la tribuna del Congreso de los Diputados al balcón de las redes (y también al analógico), con el inestimable acompañamiento de los medios instalados en la trinchera, impedirá probablemente un examen detallado y sereno de los errores y de las responsabilidades. Y, más que eso, dificultará la fluidez del debate, la transparencia, el intercambio y divulgación de información sobre la respuesta a la pandemia y la reflexión necesaria sobre las enseñanzas a extraer para el futuro. Por otra parte, difícilmente se pueden augurar resultados sustancialmente provechosos de las comisiones parlamentarias especiales en ciernes (caso de la prevista en la Junta General del Principado de Asturias) o ya en sus inicios, vista la pobre trayectoria de las comisiones de investigación en nuestro país, convertidas en cajas de resonancia del debate ordinario o en mal remedo de tribunales populares. Ojalá me equivoque.

Necesitamos, sin embargo, claridad, datos ordenados e inteligibles para el gran público, consulta a los expertos y a los representantes de los distintos intereses sociales, análisis del impacto que las medidas adoptadas han tenido, desde los inicios de la pandemia hasta ahora, en una desescalada desigual cuyas prioridades son perfectamente discutibles. Debemos saber si, como parece, se minusvaloraron las alertas y qué hacer con las que vengan en el futuro; cómo pudo ser que el sistema sanitario fuese tan vulnerable en algunas Comunidades (curiosamente, las más prósperas); qué recetas económicas están resultando efectivas y en qué medida se está reteniendo artificialmente la necesaria regeneración del tejido productivo en actividades que deben ser redimensionadas; en qué grado se han aplicado medidas desproporcionadas de control de la población (por ejemplo sobre los residentes sanos en establecimientos para personas mayores o, contra la evidencia científica, sobre la población infantil); cómo es posible que sólo en el tramo final se abordase diferenciadamente la situación de los distintos territorios, muchos de los cuáles han tenido una incidencia menor del virus; por qué nos hemos precipitado desde el inicio a una cascada de identificaciones e intervenciones policiales, no siempre correctas, y sus consabidas sanciones; qué alternativas existían a mantener casi tres meses prácticamente paralizado el sistema de justicia, afectando gravemente a un poder del Estado y a un servicio esencial; por qué hemos dado mansamente por sentado que los alumnos pueden interrumpir al menos seis meses su escolarización cuando casi todo el continente pone las aulas en marcha.

Tenemos que reflexionar sobre los comportamientos sociales, la relación de desconfianza tóxica (propicia además a la irresponsabilidad) que se está cimentando entre representantes y representados, la estigmatización de colectivos vulnerables, la violencia contenida (o cada vez menos) que se filtra entre las reacciones frente a lo que nos desagrada. Ninguna respuesta solvente y útil, ninguna rendición de cuentas efectiva y sanadora, surgirá, por el contrario, de una dinámica enfebrecida que toma el camino del Derecho Penal a la primera bifurcación o que, simplemente, plantea entre antorchas la repudiación y escarnio de los que han dado la cara, se hayan equivocado mucho o poco. En democracia, recordemos, las responsabilidades que haya que depurar no se dirimen en la picota o el cadalso de las redes ni en el juicio sumarísimo del tumulto enfurecido.

Hacen falta menos aspavientos, menos soflamas, menos tacticismo, menos vocación destructiva y más voluntad de aprender de lo sufrido y de mejorar la capacidad de respuesta colectiva ante un fenómeno que puede repetirse y que, como poco, penderá como una amenaza real, en un mundo donde la inseguridad sanitaria permanecerá latente.