¿Hemos debilitado el virus enigmático?

Marina Blanco Aparicio LUCHA CONTRA EL CORONAVIRUS

OPINIÓN

Pilar Canicoba

04 jun 2020 . Actualizado a las 09:30 h.

Desde que en diciembre del 2019 se dio a conocer en Wuhan (China) la enfermedad causada por una nueva cepa de coronavirus denominado temporalmente por la OMS como 2019-nCoV y a partir del 11 de febrero de 2020 denominado oficialmente severe acute respiratory syndrome coronavirus 2 (SARS-CoV-2) no han cesado de surgir interrogantes en torno al virus y la enfermedad que ocasiona (conocida como la covid-19; acrónimo de Coronavirus Disease-19).

El único hecho incuestionable ha sido su capacidad para la rápida propagación a lo largo y ancho de la geografía mundial, convirtiéndose en una pandemia de repercusiones todavía incalculables. La preocupación inicial se centró en conocer las vías de transmisión y las medidas para evitar su propagación. Tras barajarse no pocas hipótesis, que incluso contemplaban la posibilidad de contagio con animales, se ha concluido que la principal forma de propagación es a través de las gotas respiratorias despedidas de la nariz o boca de una persona infectada al toser, estornudar, reír o hablar. Aparte de la inhalación directa, este enemigo invisible ha utilizado los objetos y superficies que rodean a las personas como aliados en su misión de extenderse, sembrando la duda sobre la manera de detenerlo. El lavado de manos con agua y jabón, el uso de soluciones desinfectantes y los incómodos equipos protectores para atender los casos sospechosos o confirmados de SARS-CoV-2 se han convertido en las únicas armas eficaces, no al alcance de todos.

El conocimiento de que las personas sin síntomas también podían transmitir el virus y la constatación de que la enfermedad ocasionada excedía el comportamiento banal erróneamente atribuido, pasando de ser considerada una «simple gripe» a observar una agresividad en forma de neumonía grave, han contribuido a la declaración del estado de alarma y a un sacrificado confinamiento de la población con un impacto positivo fuera de toda duda.

Mientras los ciudadanos permanecían recluidos en sus domicilios en un ambiente lleno de incertidumbres, sus familiares luchaban en soledad para superar la enfermedad en los centros sanitarios, con la entrega desinteresada de los profesionales que antepusieron su sentido del deber a la defensa de su propia vida.

Concentrados en descifrar las claves de la enfermedad, la pandemia informativa ha contribuido al gran desconcierto en una carrera continua de afirmaciones y desmentidos que en nada han ayudado a paliar las dudas y temores que han rodeado a la covid-19 desde sus inicios. Como siempre sucede, la realidad se impuso y hemos vivido cómo la enfermedad pasó de considerarse casi exclusiva de pacientes debilitados por la edad o con comorbilidades a observar que puede descargar su furia en personas sanas y más jóvenes. También aprendimos que en el daño producido por el virus tiene mucho que decir la reacción inflamatoria que desencadena en el huésped y que es muy variable de unas personas a otras. Los médicos hemos renegado de la actitud pasiva viendo cómo se morían los pacientes ante la ausencia de evidencia demostrada sobre tratamientos eficaces y hemos optado por ejercer una «medicina inversa», en la que se han probado fármacos utilizados en otras enfermedades y, a posteriori, se ha analizado su eficacia.

Como si de un juego de adivinanzas se tratara vamos resolviendo algunos acertijos, pero quedan todavía muchas preguntas en el aire: ¿qué duración tiene la inmunidad generada por el virus? ¿Dispondremos de una vacuna eficaz? ¿Qué implicaciones tienen las múltiples mutaciones ya descritas en el virus? ¿Qué secuelas a largo plazo puede dejar la enfermedad? ¿Puede atenuarse la agresividad del virus?

Los científicos unen esfuerzos a nivel global para desenmascarar el comportamiento de este enigmático virus y, como no puede ser de otra manera, la batalla contra la covid-19 se librará en la ciencia y la investigación. Mientras tanto, los clínicos observamos que los pacientes que acuden actualmente a los hospitales tienen neumonías más leves y una evolución más favorable. Con el ánimo de finalizar con una nota de esperanza, me atrevo a especular que entre las razones pueden estar la disminución de la carga viral fruto del confinamiento y medidas de desinfección, el reconocimiento de las fases de la enfermedad que motive una demanda de asistencia médica más precoz, o mutaciones del virus que hayan atenuado su virulencia. En esta primera batalla no sabemos si hemos debilitado al enemigo o simplemente se ha retirado para volver cuando estemos más desprevenidos.

Como quiera que sea, el SARS-CoV-2 se ha convertido de la noche a la mañana en el protagonista más destacado en los medios de comunicación, en los hogares, en los hospitales, y se quedará formando parte de la vida secreta de muchos de nosotros por temor a verbalizar hacia nuestro entorno el sentimiento vivido. Mientras tanto, estaremos preparados y las lecciones aprendidas serán nuestras mejores armas para próximas luchas. Lamentablemente, muchas personas no podrán beneficiarse de nuestro aprendizaje.