El ruido, los ricos y las sombras platónicas

OPINIÓN

Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid
Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid Ricardo Rubio

20 jun 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

A simple vista podría parecer que la odian. O que la quieren, las derechas a España, de la manera en que los maltratadores quieren a su pareja: solo si es suya. Y si no, puñetazos y gritos. O puede que esto sea una caricatura y que en realidad todo sea una táctica. Se desaloja al rival del poder a base de camorra, bajezas y daños públicos. Luego ya vendrá la responsabilidad y el llamamiento a la convivencia, todo era una manera de hacer oposición. En realidad seguramente es una mezcla de las dos cosas. Una táctica que tenga detrás a Aznar solo puede ser simplona, ensimismada y estridente, porque es lo que da de sí un personaje raso como él. Y Casado con sus títulos académicos solo pudo aprender que da igual ocho que ochenta. Pero además de la táctica, el gen franquista de las derechas les hace sentir enfermo y transitorio cualquier período en que no gobiernen. Lo que ellos no gobiernen no es España. Por eso abundan en bufonadas patrioteras que ridiculizan los símbolos comunes. Y por eso no tuvieron desde el principio de este gravísimo infortunio del coronavirus más que falsedades, miserias y deslealtades. Vimos hasta dónde llegaron con sus mañas torticeras en la emergencia nacional. Supimos después hasta dónde habían llegado con los ancianos. Ahora vemos en Europa adónde son capaces de llegar.

No son las derechas con ardores franquistas en sus tripas bajas las únicas en desarrollar estas conductas de príncipes desposeídos. Cierta vieja guardia del PSOE y de PRISA parecen también sentir que, si no los mangonean ellos, no hay PSOE ni País. González y Cebrián deambulan por la escena cada vez más como el Gordo y el Flaco, tan desubicados que ya es Vox la fuerza que quiere a González de Presidente y Cebrián alaba un golpe militar en Bolivia de tufo fascista y cree que Sánchez tuvo «suerte» con la pandemia.

Y podríamos seguir chocando y subiendo el volumen, pero estaríamos dibujando una imagen plana del momento del país. Hubo dos hechos notables esta semana. Por un lado, la inusual reunión plenaria de bancos, Íbex y grandes empresas que se juntaron, desde luego para presionar, pero también para mostrarse y mostrar determinación de jugar la partida de la reconstrucción y la conducción económica del país. Y por otro lado los movimientos del caldo gordo de los accionistas de PRISA, con el cambio en la dirección de El País como primera escaramuza. Cuando los grandes poderes económicos se dejan ver en público, se hace evidente que la política, en el nivel en que la consumimos en la prensa diaria y la mascullamos en conversaciones cotidianas, es como la caverna de Platón: apenas son las sombras de lo que realmente se cuece. Las portadas de prensa llenas de ataúdes, las lágrimas de Ayuso en misa, Cayetana cagándose en el padre de Pablo Iglesias o Nadia Calviño explicando el sí pero no de la reforma laboral son solo los chisporroteos periféricos, la imagen plana que dije antes.

La verdad es que el daño económico es monumental, que hay recursos inciertos, pero voluminosos, y que hay una gestión trascendente por delante. Los grandes de la banca y la patronal se juntaron y dijeron en público lo esperable, con las trampas dialécticas habituales. Llaman rigideces a los derechos (ciertamente un derecho es un automatismo, puede llamarse rigidez si se quiere, el diccionario es poesía según Ángel González). Llaman flexibilidad a esa ausencia de normas que gusta en ciertos ámbitos a los matones y en otros a los poderosos. Piden negociaciones sin ideas preconcebidas: ellos ya anticipan que no aceptan más impuestos para los ricos y que no hay que tocar la reforma laboral que funciona (para los ricos); con ideas preconcebidas quieren decir ideas izquierdistas. En lo superficial, sus mensajes son los esperables. Pero el mensaje profundo es que la reconstrucción es una partida que van a jugar a fondo. Hay dos razones. Una es la responsabilidad. Esta vez dejar caer a España, como dijo Montoro y quiere el PP, es hacer que caiga de verdad y no vendrá nadie después a levantarla. Eso es lo malo. Y lo bueno es que esta vez puede que no caiga, si los hilos europeos se mueven como quieren Alemania, Francia, España e Italia y como no quiere el PP. Cuando saltó la noticia del coronavirus en China y aún no asolaba a Italia, se disparó el precio del oro porque el dinero ya buscaba refugio. En la crisis de 2008 la prima de riesgo española superó los 600 puntos. La prima de riesgo actual está tranquila entre los 70 y 90 puntos. Si es verdad que el dinero tiene mejor olfato que nosotros, cabe pensar que efectivamente puede que España no se caiga y que haya una partida trascendente que jugar. Y la segunda razón es evidente. Habrá un gasto público en los próximos meses tan desorbitado que se acercará a una (re)definición del país. Y los poderes económicos quieren estar en esa cocina. Y también los barones autonómicos.

La conexión de la banca y patronal con el PP es natural. Pero el PP de Aznar no está haciendo una parte de la estrategia y la patronal otra. El PP está desconectado. Apostó por la caída del Gobierno con tácticas de extrema derecha. El Gobierno pudo caer más de una vez, pero no cayó y no está especialmente debilitado. Las estridencias de Cayetana, la pertinacia en el bulo del 8 M y en el bulo de los muertos secretos del Gobierno cada vez van más a contracorriente del movimiento iniciado por la banca y la gran patronal. Si Soraya Sáenz de Santamaría empezó a gurgutar es porque le parece que Aznar pierde aceite. El PP tiene cada vez más difícil gestionar a Díaz Ayuso y está haciendo malabares para pasar de puntillas sobre sus maniobras contra España en Europa. Si el Gobierno saca los presupuestos y, por tanto, hay legislatura completa, con las ayudas europeas y los agentes sociales enchufados en su gestión, el PP tendrá también que digerir la inoportunidad de todos esos juicios ante el Supremo de los distintos actores de la extrema derecha apoyados por el PP. Casado propone ahora pactos de Estado y la prensa de la caverna llama repugnante a la política del odio. Creerán vivir en el país de Nunca Jamás, donde todo se olvida y el Capitán Garfio puede explicar a los niños por qué sus padres los odian.

La ultraderecha no se equivocó en la estrategia porque es su naturaleza, como el escorpión del chiste. Sus mensajes solo pueden conseguir acoplamiento emocional en situaciones críticas de cierto tipo. Por eso su propaganda siempre busca esa amenaza, ese grupo humano hostil o esa tragedia en ciernes. No busca la incomprensión y la desmesura solo para llegar al poder, sino también para permanecer en él. Trump necesita un país en llamas para gobernar. El coronavirus y la reclusión hicieron descender la vida social y los protocolos de convivencia como la sequía hace descender las aguas de los pantanos y deja a la vista lo que normalmente es oculto. El confinamiento fue como una jornada de puertas abiertas para ver las entretelas de la ultraderecha al descubierto sin confundirse en las tramas de la vida social ordinaria. La gestión de los bulos y la inflamación de rencores entre grupos humanos será parte de la ocupación política ordinaria y parte de los cuidados que debamos poner individualmente en el consumo de la información y en las reacciones cotidianas. Como el coronavirus, la ultraderecha está ahí emboscada para infectar nuestra conducta.

La experiencia casera de la política se volvió ruidosa y enmarañada. Ahí tenemos el caso sintomático de Fernando Simón. La bajeza de los ataques contra él solo enfatizó la solidez de su trayectoria y la inusual franqueza de su servicio. Como todo son pendientes resbaladizas, del justo reconocimiento se está cayendo por momentos en el papanatismo y en la hipérbole edulcorada. La opinión pública se desenfoca fácilmente. Pero los poderosos de la economía se juntaron todos, en calidad de poderosos de la economía, para recordarnos que esa experiencia doméstica de la política son sombras platónicas de lo que realmente está pasando.