Pandemia resuelta

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

Una pareja de turistas alemanes se besa tras aterrizar en Ibiza.
Una pareja de turistas alemanes se besa tras aterrizar en Ibiza. Sergio G. Cañizares | EFE

21 jun 2020 . Actualizado a las 11:24 h.

Los alemanes en Mallorca. Los gallegos y los asturianos cruzando el puente de nuevo. Los madrileños regresando a Sanxenxo. Terrazas llenas. El olor dulzón del protector solar le va ganando terreno al tufillo del gel desinfectante. Cosas de este sol de un verano recién nacido. Europa desperezándose después del parón. Intentando abrir caminos para el turismo. Modo vacaciones. Julio asoma la nariz, aunque sea por debajo de la mascarilla. Ya se ve agosto en el horizonte. Se extiende poco a poco una extraña sensación. La de que en esta parte del mundo estamos pasando página, la de que doblamos la esquina de la crisis sanitaria, la de que esto se ha superado. Y es cierto que en esta parte del mundo el impacto del coronavirus va remitiendo. Pero las cifras en el planeta son terroríficas. Crecen a mayor ritmo los contagios y las muertes. Suenan tambores lejanos. Este microorganismo que nos ha atacado demuestra que todos somos parte de un organismo global en el que no se pueden amputar las partes enfermas. Estamos en tiempos de líderes populistas encerrados en su propia ambición, que agitan continuamente banderas y hacen creer que lo que sucede más allá de las propias fronteras poco importa. Pero un pequeño patógeno ha venido a demostrar que esa premisa es falsa, que los países no son islas autosuficientes e inmunes. Los Estados, las comunidades autónomas y las provincias están habitados por personas que disfrutan de la mayor capacidad de interacción y movimiento que ha tenido la humanidad. Nunca antes ha quedado tan claro que este barco es compartido. Desentenderse de la situación de Brasil, Estados Unidos, Marruecos o Pakistán es creer que el incendio de al lado es solo cosa del vecino.