Emociones sobre iglesia y monarquía

OPINIÓN

09 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

¡Grandes secretos son, Señor, los que vos hacéis y las gentes ignoran!

Lazarillo

Escribí en Secularizaciones y patrimonios eclesiásticos lo siguiente: «Dos Instituciones esenciales, la monarquía y la Iglesia, con privilegios derivados de la misma persona de Franco, por su voluntad, carecieron de la sabiduría necesaria para administrarlos con prudencia y con cautela. Lo que hubiese supuesto una prueba de excelencia, ha resultado catastrófico, pues fueron a por todas, con resultado ya dramático por el Alea jacta est (muy interesante lo de la mañana de ayer, 25 de julio de 2020, en la iglesia de San Martiño Pinario en Santiago de Compostela». Aclaro que en esa Iglesia, estando en obras la Catedral compostelana, tuvo lugar el acto tan curioso y simbólico, que es  la Ofrenda al Apóstol Santiago realizada por el Rey y la contestación por el Arzobispo de la localidad.

Releído lo entrecomillado, resultan aspectos negativos ciertamente, como la carencia de sabiduría, prudencia, cautela, y con resultado de catástrofe por ambas Instituciones; mas no hay señales emitidas al lector que revelen el estado de ánimo o emociones del autor frente a las patologías institucionales, que pueden ser aquéllas de contento, como frotándose las manos, por ser antimonárquico o anticatólico, o que pueden ser de lamento, como pataleando al suelo, por ser monárquico o católico. Y el autor, que no quiere esconderse ante lo tan grave destacado, desea explicarse acudiendo a la biografía, tan cercana de la biología.

En los años cincuenta del último siglo, me escondía jugando entre piedras enormes que eran las ruinas de una iglesia imponente, como una catedral, adjunta al Convento de las Carmelitas Descalzas, sito en la calle Muñoz Degraín de Oviedo. Aquellas monjas eran enigmáticas, por ellas mismas, al ser de clausura y/o estar encerradas, y por las piedras que las rodeaban, que fueron iglesia destruida por la aviación republicana. Aún me sorprendo del silencio: ni los niños preguntábamos por la Guerra, jugando entre sus piedras, ni los mayores la explicaban. Luego vendría una educación en colegio religioso, muy del nacional/catolicismo y también con muchos silencios. Siguió la «Carrera» y se sucedieron las diferentes «oposiciones» jurídicas a los diferentes cuerpos (jurídicos), con desarrollo excelente de esa «potencia del alma» que es la memoria, compañera necesaria del entendimiento. Todo parecía típico de derechas, pero…

Soy lo que siempre fui, católico/romano y libre; y me resulta difícil explicar tal persistencia de fe, visto lo visto. Si, por el contrario, me explico el no ser monárquico ni de Juan Carlos. La cosa empezó por no haber entendido que una función pública, la de reinar, fuere de herencia, o sea, de genitales y cromosomas, dándome igual lo que sea la reina, plebeya o lo otro. Por eso, en mis escritos y desde siempre, fui muy crítico con la Corona y, precisamente, en Oviedo, lugar muy burgués y de casi todos burgueses. Siempre recordé que los burgueses revolucionarios pretendieron y a veces consiguieron, por envidia (son muy envidiosos), cortar la cabeza a reyes y reinas.  

I.- De la monarquía: A la luz de lo expuesto, ya podrá deducir el lector /la lectora mis diferentes emociones, tan contrapuestas, respecto a lo de la Monarquía y a lo de la Iglesia Católica en mi artículo anterior. Y hurguemos en los fondos. Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, católico practicante según confesión a La Vanguardia, el 20 de marzo de 2003, y uno de los siete «padres» o redactores de la Constitución de 1978, escribió un libro El principio monárquico, que fue editado en 1972 por Cuadernos para el Diálogo. Ese libro lo tuve que estudiar en un temario de Derecho Público. Comienza el autor analizando el llamado principio monárquico, como categoría formal del Derecho Público, en cuanto «decantación por los juristas universitarios alemanes, que renunciando a su anterior tradición liberal, militan desde 1872 hasta el final del II Reich y aún después en la escuela apologética monárquica inaugurada por Fr. Stahl». El monarca (Mon-Arca) -añade Herrero- es un órgano del Estado, el órgano de su soberanía, el órgano que sirve de médula a la red de fuerzas y competencias que constituyen el Estado; un principio monárquico que es el que está en la Ley Orgánica del Estado de 1967. Y concluye de manera formidable: «Tal vez a la hora de recrear en España un Estado nacional como apremiante alternativa a una regresión sin límites, la mejor esperanza del nacionalismo español ?ilustrado, liberal y democrático- que ya alborea, sea la Corona: representante de la nación por encima del caos de particularismos y con poderes suficientes para ponerla en movimiento».

Eso, lo del Rey y las Leyes Fundamentales del Régimen, fue voluntad de Franco, siendo muy interesantes los libros de López Rodó y de Sainz Rodríguez acerca de cómo llegó don Juan Carlos al Trono, debiendo citarse, para recordar, la Ley de Franco, la número 62/69 de 22 de julio, en cuyo artículo primero se dispuso: «Al producirse la vacante en la Jefatura del Estado, se instaurará la Corona en la persona del Príncipe Don Juan Carlos de Borbón».  Después de eso vendría la Constitución de 1978 y todo lo demás, repitiéndose hasta la saciedad lo de la unión por primera vez en la historia entre monarquía y democracia en Juan Carlos I, y ello desde 1978, repetido con ocasión con del 23 F, en 1993 (Conferencia de Tomás y Valiente el 23 de marzo en la Fundación Juan March), hasta ayer mismo, el 27 de julio de 2020 (artículo en El País de ese día de Juan Luís Cebrían. Una claudicante legitimidad de origen e imborrable, que debería haber exigido un muy escrupuloso comportamiento y ejemplaridad por el rey, que no existió, según lo ya conocido por muchos y lo que aún conocen unos pocos.

No es fácil la comparación entre diferentes tiempos históricos, pero alguna semejanza importante resulta de la comparación entre la Restauración borbónica de Alfonso XII (1876) y el período que se inicia en 1978. Guerra Civil como fantasma de ambos períodos, con una estabilidad política en que la corrupción, a todos los niveles, fue la protagonista en ambos períodos. Es como si la alternativa en la Historia de España fuese, o Guerra o corrupción. Pero el cómo llegó al Poder Alfonso XII nada tiene que ver cómo llegó al Poder Juan Carlos, siendo las exigencias diferentes.

II.- De la Iglesia: Sorprenden los privilegios a la Iglesia católica según la legislación hipotecaria española de los años 1944-1946 que analizamos con detenimiento en anteriores artículos (La desamortización y las inmatriculaciones (1 y 2), Hechos diferentes sobre un mismo objeto y Secularizaciones y patrimonios eclesiasticos), y vigentes hasta «ayer» mismo, año 2013. De ahí el siguiente recordatorio:

a).- Declaración del jefe del Estado español en 1946: «El Estado perfecto para nosotros es el Estado católico. No nos basta que un pueblo sea cristiano para que se cumplan los preceptos de una moral de este orden: son necesarias las leyes que mantengan el proceso y corrijan el abuso». Para que fuera así un decreto de la Jefatura del Estado de 1942 nombró procuradores en Cortes a los arzobispos de Sevilla, Toledo, Granada, Santiago y Burgos, y a los obispos de León y Barcelona.

b).- Texto del Concordato de 1953: «Artículo II. El Estado español reconoce a la Iglesia Católica el carácter de sociedad perfecta y le garantiza el libre y pleno ejercicio de su poder espiritual y de su jurisdicción, así como el libre y público ejercicio del culto». Unos meses después de la firma del Concordato, Pío XII otorgó a Franco la Orden de Cristo. Artículo muy interesante de Teología Política.  Trascendentes los Concordatos de 1851 y 1953.

c).- Ley de Principios del Movimiento Nacional (de 17 de mayo de 1958): «La Nación española considera como timbre de honor el acatamiento a la Ley de Dios, según la doctrina de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única verdadera y fe inseparable de la conciencia nacional, que inspirará su legislación». Artículo igualmente muy interesante de Teología Política. En ese mismo año de 1958, el cardenal de Sevilla, Bueno Monreal, denominó a Franco «la suprema encarnación de mi Patria, por designio de Dios».

Pues bien, ese es el contexto del que resultaron los textos hipotecarios de 1944-46, y resulta escandaloso que con esos textos y contextos se inmatriculasen miles propiedades «hasta ayer mismo» a favor de las iglesias diocesanas. De ahí el recuerdo…y también de ahí la pena de tantos católicos, caso de este autor.