Los vasos comunicantes del riesgo

Gonzalo Olmos
Gonzalo Olmos REDACCIÓN

OPINIÓN

Personal sanitario en la entrada de urgencias del hospital lucense
Personal sanitario en la entrada de urgencias del hospital lucense ALBERTO LÓPEZ

25 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Por mucho que la publicidad de los días más difíciles del confinamiento y de la lucha contra la pandemia nos avanzase un futuro prometedor a la vuelta de la esquina, pleno de afectividad, seguridad y tranquilidad, hay pocos convencidos de que esto no vaya para largo. Y, como no hay manuales precisos sobre el proceder en una situación de esta naturaleza, más allá de las enseñanzas de pasadas calamidades para contextos diferentes del actual, estamos inmersos en el método del ensayo y error, porque no queda otro. Esta etapa de selección de prioridades y ponderación de intereses es determinante, porque con ella se proyecta el orden de valores para décadas y, a su vez, se examina si disponemos de la capacidad suficiente para combinar el control posible de la pandemia con la preservación de los fundamentos mismos sobre los que se ha construido hasta ahora nuestra convivencia.

Se suele contraponer la recuperación económica a las medidas sanitarias, falso dilema donde los haya, como ya es conocido. Pero no sólo, como se dice subrayando la obviedad, porque cierta seguridad sanitaria, dentro de lo posible, será necesaria para que determinadas actividades vuelvan a coger brío. También están ligadas porque, como vamos cruelmente a comprobar con el impacto de la crisis económica sobre las cuentas públicas, si no se recuperan rápidamente los ingresos en unos meses no habrá deuda ni apoyo comunitario que sostenga el gasto actual de las Administraciones, incluyendo el sociosanitario. Pero no es la única de las celadas discursivas que, con más o menos intención, se nos plantean. De hecho, en la confusión reinante, nos proponen disyuntivas inviables, por inhumanas, al plantear en términos casi absolutos la alternativa entre salvaguardar la salud colectiva y, por ejemplo, postergar o deformar indefinidamente la relación humana que nos es propia, menoscabar la educación integral de nuestros hijos o limitar sobremanera el contacto con nuestros seres queridos ajenos al núcleo de convivencia. Lo que sería posible temporalmente durante unas semanas o unos meses, como lo fue con enorme coste durante la primavera, se vuelve simplemente imposible si se plantea de manera prolongada en el tiempo, sin una adecuada reflexión sobre el alcance de las medidas, algunas a caballo entre la estolidez administrativa y la truculencia. Y, además sin apreciar resultados inmediatos porque, si vemos cómo discurre la pandemia, conviene sacarse de la cabeza la dialéctica de guerra que aseguraba una «victoria», porque esto no va de rendiciones del enemigo en la cubierta del Missouri.

Como no se trata de caer en el fatalismo, porque hay muchas cosas que sí son alcanzables y que además se están haciendo (desde la investigación fulgurante en la vacuna hasta la mejora de los tratamientos y las dotaciones sanitarias, pasando por la adopción generalizada de medidas personales de precaución), lo que cabe es apelar a una gestión razonable del riesgo, alejada de fundamentalismos de todos los signos, no equiparables, pero todos potencialmente dañinos. En efecto, si sólo considerásemos la perspectiva biológica de este problema, se ejecutarían confinamientos periódicos, se acabaría por la supresión del espacio público (el simbólico y el social, y casi hasta el físico, ya cercado con precintos), se reeditaría la negación del derecho a la educación presencial o se consolidaría el aislamiento en condiciones cuasi carcelarias de los mayores, como moneda común. El daño en el tejido político, social y económico sería de una dimensión inasumible, tocando la fibra de nuestra identidad más básica. 

Es, por lo tanto, la hora de la proporcionalidad y de la prudencia, no sólo en el proceder individual (como ya todos sabemos), sino también en el de los propios gobiernos, con los que hay una permisividad excesiva cuando se trata de otorgarles según qué facultades. Hay una tendencia peligrosa de las autoridades a emprender una carrera de restricciones, no exentas de cierta arbitrariedad, y a desatender la realidad diversa de cada territorio en esta competición, ya que, por miedo a parecer menos protector, se adoptan medidas que pueden estar fuera de escala, propias de lugares con otra realidad bien distinta, en lugar de adecuar la respuesta a cada circunstancia, en uso de las competencias autonómicas y locales. Corriente que se acompaña, en las Comunidades Autónomas que disponen de la figura del Decreto-Ley, de legislación sancionadora de urgencia plagada de procedimientos sumarios, inversión de la carga de la prueba, consideración extensiva de autoridad a actores ajenos a la función pública, medidas cautelares fuertemente intrusivas en las libertades, responsabilidades subsidiarias, multas exorbitantes, etc., que suponen un retroceso en garantías jurídicas muy notable, que no deberíamos imitar en Asturias y que está aún por ver si sirven para el fin que persiguen. Por cierto, en esa deriva la derecha se siente muy cómoda, pues blandir una visión punitiva del Derecho, también del Administrativo sancionador, es, de siempre, lo suyo; y, de hecho, comienzan ahora a cargar contra el propio control judicial de las medidas restrictivas de derechos, abrazándose al discurso más genuinamente autoritario.

Seguramente es el momento más difícil para tomar decisiones, ninguno de los que están al frente pudo imaginarse acabar en una tesitura como ésta y no hay preparación posible para resultados óptimos. El grado de exigencia legítima de cualquier persona debe partir, en este escenario tan complicado, de esa premisa elemental, que conduce a dar un margen de maniobra más amplio del habitual. Pero lo que escogimos en nuestros procesos electorales para estar al frente de los poderes fueron parlamentarios y gobernantes democráticos, y no, con todo lo importantes que sean, comités de salud pública (y menos un comité de salut public, guardián feroz de un nuevo paradigma revolucionario). De ellos esperamos, por lo tanto, no estrangular a la sociedad a fuerza de protegerla y equilibrar bien la estiba en el buque, porque los corrimientos de carga, a un lado u otro, producen naufragios en tiempo de tempestad.