Explicaciones necesarias sobre la monarquía

OPINIÓN

Foto de archivo del rey Juan Carlos I
Foto de archivo del rey Juan Carlos I EDUARDO PARRA | Europa Press

06 sep 2020 . Actualizado a las 09:41 h.

Escribió el magistrado francés, Marc Trevidic, que los jueces, mientras lo son, no deben hablar, pues han de ser como eunucos. Ahora, que no soy ya Magistrado, hablo.

Hace casi un año que se puso a la venta el libro ESPAÑA, un relato de grandeza y odio, escrito por José Varela Ortega, que es patrono-fundador de la Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón y director de La Revista de Occidente. Desde un punto de vista formal es un grueso libro de 1050 páginas, que se debe leer, por comodidad, apoyándolo en mesa o escritorio. En tiempos actuales de literatura-mini, de reducidos ensayos y de novelitas, de editoriales en ruina que por publicar en ellas escritos a los autores más cobran que pagan, pues bien, en estos tiempos, un volumen como el de Varela Ortega resulta raro, excesivo, aunque de agradecer, pues hay ensayos y novelas que, por necesidad estética, han de ser voluminosos, que así son El Quijote, En busca del tiempo perdido o la novela de Roberto Bolaño, titulada 2666.

Desde el punto de vista de fondo, «España», tal como dice su autor al principio, es un ensayo sobre prejuicios e imágenes; España y las ideas sobre ella son los sujetos del ensayo, y no siendo propiamente una historia de España, resulta indudable que su autor sea un historiador profesional. «Es -como se dice- un intento de aproximación a la imagen de España o una historia de los estereotipos forjados sobre España desde el siglo XV al XXI», señalándose dos estereotipos principales y contrapuestos, con carácter aproximado y muy discutibles, de la imagen de España, la España del español militante (apasionado) y la del indolente  (decadente y hasta degenerado), correspondiendo al primero los años que van desde el 1479 al 1680 y del 1790 al 1860) y los restantes años al segundo.

Como es un estudio sobre la imagen, acerca del cómo nos ven, sobre la diferencia entre el ser y el parecer, que si es verdad o apariencia, hay que «relativizar» las observaciones, pues un exceso de preocupación sobre el cómo nos ven los demás, que puede llegar hasta lo obsesivo, tanto a nivel individual como colectivo, puede ser indicio de trastorno de personalidad, de personalidades inseguras,  acomplejadas: personas, naciones y nacionalismos acomplejados. O sea, que puede ser interesante saber lo que piensan los demás de nosotros, mas nada más. En ello no hay ciencia y puede haber envidia, que se manifiesta contra personas y contra naciones. María Zambrano, en su obra El hombre y lo divino, se refirió a la envidia como el infierno terrestre.

Es natural que, aún tratándose de historia de imágenes y estereotipos, por referirse a hechos históricos como Reconquista, Inquisición y otros muchos, haya abundantes referencia a reyes y monarcas, siendo el más citado Felipe II (76 veces), al que la leyenda, según el libro, llamó «fraile taciturno», «Alejandro Magno de luto» o «inquisidor sanguinario». De Juan Carlos I hay sólo cuatro referencias, mientras que hay siete del también Borbón Fernando VII, calificado de «vulgar desvergonzado, de zafios apetitos sexuales». Los casi 40 años de reinado de Juan Carlos (desde noviembre de 1975 hasta la abdicación efectiva el 19 de junio de 2014) supuso la superación del aislamiento político y diplomático del Régimen de Franco, fundamental para la imagen del país, elevándose el prestigio de la «marca» España, unido todo ello a una secularización radical o «crisis religiosa total», que acabó con una visión de España típica por la practica y sentimientos religiosos. El capítulo sobre la religiosidad hispánica es fundamental, y al principio del libro, el autor ya advierte que «el asunto religioso es fundamental».

Ni la secularización de la sociedad, ni un análisis a fondo de la llamada «Transición política», ni por supuesto, la salida de España a principios de agosto de este año del Rey Juan Carlos, tan importantes dentro de la temática del libro, han sido objeto de análisis. Resta por hacer. En nuestro anterior artículo Todo lo importante se quiere secreto (La Falsedad de las decisiones políticas), pedimos explicaciones, pues queríamos saber ?lo seguimos queriendo- qué fue lo que de verdad pasó en torno a la marcha de Juan Carlos: ¿Quién la decidió, Juan Carlos mismo, Felipe VI o el Presidente de Gobierno? Y cuando empleamos el verbo «decidir» nos referimos también a presiones ejercidas, directas o indirectas, para tomar una decisión real de salir de España. Es importante recordar que Juan Carlos sigue siendo Rey, en consecuencia, no es un «privatus»: según Aurora G. Mateache en el periódico La Razón de 5 de enero de 2018 desde junio de 2014 (abdicación), ha realizado 75 actos públicos, ocho viajes oficiales y pronunciado 21 discursos).

Ni el Rey saliente, sin duda enfermo, ni Felipe VI ni el Presidente de Gobierno han dado explicaciones, como son debidas, al pueblo español sobre un asunto que afecta a la primera Magistratura del Estado español; por ello, ante tanto silencio, como de sepulcros, las diversas posibilidades indicadas en la prensa durante el mes de agosto son posibles. Ahí se incluye, como posibilidad, que la decisión de salir de España la adoptó el mismo Juan Carlos, acaso con emoción y pasión borbónicas, sin medir cuidadosamente las consecuencias, y ello cuando Felipe VI le comunicó el interés del Presidente de Gobierno de que saliera de La Zarzuela el indebidamente llamado Emérito. El silencio de Felipe VI no es la manera de que la Corona gane el respeto, el aprecio y la confianza de los ciudadanos, a todo lo cual se refirió en su Discurso de Juramento en Las Cortes el 19 de junio de 2014. El silencio del Presidente de Gobierno siembra dudas sobre su hacer en tal trascendente asunto, llevando la contraria a sus infinitas palabras sobre la transparencia y con responsabilidades ante lo que pueda suceder en el futuro: lo acabaremos sabiendo todo.

¿El Presidente dejará en el futuro ejercer adecuadamente las funciones de arbitraje, advertencia y asesoramiento que la Constitución otorga al Monarca? Reitero mi poca fe en la Monarquía, por las razones que expuse en textos anteriores, y mi bastante fe en la legalidad, en la ordinaria y en la constitucional. Por eso, simplemente, pido lo que pido y no quiero dejar pasar oportunidad ante un acontecimiento grave.

La escritora francesa, Laurence Debray, hija del intelectual Regis Debray y biógrafa de su admirado Juan Carlos, en el semanal Le Figaro Magazine del pasado 22 de agosto, escribe una carta a Juan Carlos y recuerda a los españoles lo que deben al monarca que se acaba de exiliar. Acaso con exceso, mucho exceso, compara al Rey de España con Churchill o De Gaulle, que saliendo del poder derrotados, luego entraron en la leyenda. Parece olvidar la francesa que Churchill y De Gaulle, en sus excesos, por ser genios, nunca perdieron la mesura y nunca rebasaron sus límites.