El curso de la inquietud

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

BIEL ALIÑO | Efe

08 sep 2020 . Actualizado a las 09:29 h.

La gran política está movida. El jefe del Gobierno y el líder de la oposición andan enfrentados por las renovaciones de órganos institucionales como el Consejo del Poder Judicial: Pedro Sánchez confirma que hubo un acuerdo con Pablo Casado «al 99 por ciento», pero desde el Partido Popular lo desmienten y no sabemos quién miente. La mentira, si fuese del PP, sería doble, porque lo dicho por este partido es que Sánchez llevaba cuatro meses sin llamar a Casado. La fusión de dos bancos adquiere cada día más carácter político, porque tiende a entenderse como un factor de cohesión territorial y eso espanta al independentismo más que un discurso constitucional del rey. Y la incertidumbre se apodera del país, como demuestran la cantidad de artículos periodísticos escritos a base de preguntas.

Pero lo que a fecha de hoy inquieta a más ciudadanos es el comienzo del curso escolar. En una semana se incorporarán a las aulas más de ocho millones de alumnos. Cuando cada uno salga de casa, sus padres los despedirán con miedo a que vuelvan contagiados. Y no es extraño: hay una coincidencia de factores que contribuyen a sembrar inquietud, como si se tratase de una conspiración: una pulsión informativa alarmista; una dispersión de medidas que parece un concurso, a ver quién hace algo más original; una atribución de competencias tan diversa que no se sabe muy bien de quién depende la seguridad de los niños; un presidente del Gobierno que llama a la calma pero tiene que reconocer que no existe el riesgo cero, y una sensación, quizá injusta, de que no se aprovecharon las vacaciones para trabajar en soluciones de garantía.

Todo esto durará algún tiempo, quizá el tiempo que tarde en demostrarse que el peligro no es tan grave. Pero las preguntas que siguen a esta afirmación son agobiantes: ¿qué ocurre si las escuelas no pueden cumplir las exigencias de prevención? ¿Qué ocurre si aparece el cansancio y a la alarma de hoy la suceden la acomodación y la confianza, como ya ocurrió en otros colectivos? ¿Y qué ocurre si el virus prende entre la población más joven y hay que empezar a cerrar colegios? ¿Cuál es la alternativa? ¿Cuál es, sobre todo, si un estudio asegura que diez días sin clase pueden multiplicar los índices de fracaso escolar?

Me temo que no hay respuesta. Y con ello no critico a las autoridades educativas o sanitarias: creo que han hecho lo que se puede ante un fenómeno que sigue siendo muy desconocido. Lo único que pretendo es apelar a la responsabilidad de todos, empezando por los padres y su influencia en los hijos y siguiendo por el profesorado. Los gobiernos, salvo que los nuevos titulares de Educación y Sanidad de Galicia aporten otra cosa, solo pueden predicar. Y la experiencia de la aparición de la segunda oleada dice que la predicación no sirve de nada si cae en un desierto de responsabilidad general.