Madrid, aceite y agua

Enrique del Teso
Enrique del Teso REDACCIÓN

OPINIÓN

Primera reunión del Consejo de Gobierno de la Comunidad de Madrid, donde Ayuso viste el vestido que un medio calificó de «insinuante», desatando cierta polémica en la red
Primera reunión del Consejo de Gobierno de la Comunidad de Madrid, donde Ayuso viste el vestido que un medio calificó de «insinuante», desatando cierta polémica en la red

26 sep 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

En su conversación con Aisha, una mujer de Níger, Martín Caparrós le preguntó si esas bolas de harina de mijo era lo que comía todos los días. «Todos los días que puedo comer», le dijo ella. Ruborizado le preguntó entonces que qué le pediría a un mago que le pudiera dar cualquier cosa. «Una vaca». Así podría vender la leche. Caparrós insistió en que el mago podría hacer mágicamente cualquier cosa que ella pudiera desear. «Entonces dos vacas».

También aquí tenemos pobres. Aparentemente son distintos de la gente normal. Vargas Llosa dice que la pobreza y la riqueza es algo que se elige. Hay países que eligen ser pobres y otros que eligen ser prósperos, no hay nada injusto ni sorprendente en que quien elige la pobreza sea, efectivamente, pobre. Basta ver la anécdota de Caparrós. Cómo no va a ser pobre alguien que no concibe una fantasía mayor que tener una vaca. Con semejante carencia de espíritu emprendedor lo normal es que solo puedas llevarte a la boca engrudo de mijo y no siempre. Si la comparamos con la visión de Billy Gates, o si ponemos la vaca de sus sueños al lado del Audi Q3 Sportback de Froilán, se entiende por qué cada uno llegó donde llegó. Los pobres son fáciles de denigrar. Tienen menos iniciativa, estudian menos, no es raro que tengan peor higiene. En determinadas barriadas se puede ver que a veces son violentos. En los países que eligen ser pobres pasan hambre y en un país que eligió ser rico como EEUU son obesos y descuidados. Además se les distingue a simple vista y eso es importante para que el prejuicio de grupo borre al individuo. La raza, la lengua, el acento o la ropa son útiles para convertir a las personas en siluetas sin nombre. La pobreza es efecto de esa injusticia por la que la riqueza se concentra sin medida en unos mientras la vida se va de otros. Nadie defenderá lo injusto o lo inmoral. Así que hay que despreciar al pobre, presentar las consecuencias de la pobreza (por ejemplo, falta de formación y hasta de higiene) como si fueran las causas. La pobreza es la justa consecuencia de su actitud, eso ya no suena inmoral. Siendo además grupos expuestos al prejuicio, pueden ser ellos mismos cualquier amenaza que nos haga falta, el enemigo interior que explica cualquier mal. La frustración busca siempre culpables colectivos y los pobres ofrecen un muestrario muy variado para los cizañeros, son yesca para que los bulos se inflamen y crezcan en incendios de falsedades. Lo estamos viendo aquí, porque también tenemos pobres.

Los ricos quieren que la acumulación de riqueza no tenga reglas para que no tenga medida, quieren «libertad» sin corsé, y que los pobres y los ricos convivan como el aceite y el agua. Si una parte de la población tiene bienestar, es decir, además de subsistir puede ir al cine, comprar algún libro, tomar unas cañas e ir de vacaciones, los ricos piensan que están pagando demasiados impuestos. La clase media sale a cenar los sábados porque no paga todo lo que cuesta la universidad de su hija y su atención sanitaria y porque podrán jubilarse sin mordiscos descarnados de su sueldo para pagarse un plan de pensiones. El bienestar es la justa participación en la riqueza del país. Pero los ricos no quieren ese reparto, lo quieren todo, quieren un estado inexistente que no les pida impuestos y que el que pueda se pague el médico y el plan de pensiones, de manera que profesores, cirujanas o ingenieros se conformen con la subsistencia. Como antes, esto no se dice así, que parece inmoral. Se le da apariencia ética diciendo que son más importantes los estudios de su hija que el viaje de vacaciones, que pague los estudios y que no se pretenda que los ricos paguen impuestos para sus vacaciones. Así suena más ético. Los ricos tienen a los partidos conservadores para bajarles los impuestos. Tienen también la maraña de entidades y sociedades tramposas para evadir sus impuestos menguantes. Y tienen un recurso fullero capital: Madrid.

Ximo Puig denuncia el dumpin fiscal de Madrid, que provoca una fuga de recursos y gentes de otras comunidades hacia la capital. Pero equivoca el enfoque. Oyéndolo parece que los madrileños disfrutaran de privilegios a costa de los demás y no es así. Madrid es de las comunidades autónomas que menos dinero público gasta por habitante. Los madrileños están peor asistidos que la mayoría de las comunidades. Por supuesto, participa de la locura estructural de un sistema autonómico en el que cuanto menos gastes en los servicios básicos transferidos más derecho tienes a reclamar fondos para esos servicios básicos. El dumpin de Madrid no es para los madrileños, sino para los ricos de toda España. Se mueven empresas y patrimonio hacia donde no pagan impuestos. Ese movimiento reseca la financiación de los servicios públicos (por ejemplo, el sanitario) en los territorios que van perdiendo esos recursos, pero no van para engordar los servicios de Madrid, sino los bolsillos de quienes dejan de pagar por esos patrimonios. Y de paso los bolsillos del PP y allegados, como ya está probado. Madrid es un sumidero en el que una cantidad creciente de impuestos de los ricos de toda España desaparecen de las arcas públicas.

Cuando Yeltsin declaró la independencia de Rusia, Gorbachov se encontró con que no quedaba país que gobernar y se declaró la inexistencia de la URSS. Seguramente el anhelo íntimo del tripartito ultraconservador que gobierna Madrid y el de los ricos de toda España es que siga hinchándose la capital hasta que un buen día el Gobierno de la nación se encuentre con que no hay nación que gobernar fuera de Madrid. Está creciendo como un estado dentro del estado y como una tenia solitaria que absorbe el nutriente de los gastos sociales de toda España. Estos días se escenificó de manera descarnada el clasismo feroz con ese confinamiento ignominioso que limpia las calles cayetanas de humildes, de esos que Vargas Llosa describe como bobos que eligen ser pobres y Ayuso señala como culpables por esas formas de vida de pobres. Aceite y agua sin disimulos. Y sin más repulsas audibles que las de los vecinos, porque en el Gobierno de izquierdas y en el Parlamento no se oyen.

A Ayuso le explicó Esperanza Aguirre cómo se hace avanzar la tropelía sin que se note. Como siempre, hay que distraer, llenar la vida pública de estridencias que entafarren el tablero y oculten el dibujo de fondo. Se paga con el dinero de los demás un ejército de asesores que modelen el personaje estridente y se venden favores que garanticen la financiación del partido necesaria para ganar. Ayuso tiene un talento natural para la estupidez y para agitar el sentido común por el sobresalto, el estupor y la indignación. La condición circense la tiene de fábrica y así tenemos convertida la vida pública en una feria de Ayusadas sin gracia sobre un fondo dramático. Esta semana le echó una mano Sánchez en el asunto del circo con la horterada de todas esas banderas adornando una delirante escenografía para la rueda de prensa. Ayuso ganaba quitarse de la chepa el desastre sanitario de Madrid, porque a partir de ahora ya será también cosa del Gobierno central. Y de paso ganaba unos minutos tribuna para su papel de ariete ultra descerebrado contra el gobierno rojo. Sánchez ganaba el halo de gestor que descendió para reconstruir un Madrid acéfalo y dejaba de paso a Casado y su cantinela de gobierno ilegítimo como un pellejo reseco en el monte. Y el país aguantaba la monumental parida de banderas y jueguecitos de imagen.

El primer plano es malo. El desajuste institucional y el ensimismamiento partidario que hacen de la política politiquería hacen desordenada e ineficaz la resistencia a la pandemia. Pero el fondo es peor y sigue su curso, ya no en silencio sino con ostentación pija y provocación facha. Quienes desagregan socialmente a España y quieren una oligarquía flotando sobre una mayoría en mera subsistencia o por debajo de ella, sin mezcla, como flota el aceite en el agua, no tienen patria. Tienen más metros de bandera que nadie, pero no tienen patria. Esto va de ricos contra los demás y que nadie se distraiga con Ayusadas.