Qué hacer para encerrar a un rey en palacio y que no se note

OPINIÓN

El rey Felipe VI, junto al presidente del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), Carlos Lesmes, escucha la intervención de la fiscala general del Estado, María José Segarra, en el acto de apertura del año judicial
El rey Felipe VI, junto al presidente del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), Carlos Lesmes, escucha la intervención de la fiscala general del Estado, María José Segarra, en el acto de apertura del año judicial POOL

27 sep 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Introducción.

Visto lo visto, oído lo oído, la acción política se puede conjugar, con la elementalidad del escolar que se acerca por primera vez a los verbos, a partir del cinismo. Los cínicos constituyeron una escuela filosófica que agrupó a algunos discípulos de Sócrates en torno a Antístenes, enemigo confeso del aristócrata idealista Platón, a quien espetó: «¡Oh, Platón, el caballo lo veo, pero no veo la caballidad!». Fue, sin embargo, Diógenes de Sinope quien capitalizó el concepto fuerte de cinismo como crítica despiadada a los atenienses de vida opulenta, mutando en perro, justamente porque el perro era para los griegos la encarnación de la irreverencia. Ya en la Ilíada homérica Helena se llama a sí mismas «perra» por haber abandonado a su esposo Menelao, rey de Esparta. Es decir, el cinismo era el antónimo de lo que hoy significa, como se mostrará plenamente en el párrafo siguiente y sucesivos.

El tiempo en el que la oración activa perece y es la pasiva la que florece ha rebasado la madurez y se halla en la putrefacción. El filósofo alemán Peter Sloterdijk (servirá de ayuda a quien se esfuerce en merodear por la decencia la lectura de su librito de 92 páginas, pero de solo 15,1 por 10,8 centímetros y de lenguaje cercano, Normas para el parque humano, Siruela, Madrid, 2001) escribió que «Cuando los poderosos comienzan por su lado a pensar cínicamente, cuando saben la verdad sobre sí mismos y, sin embargo, siguen adelante, entonces realizan al completo la moderna definición del cinismo».

El cínico plan.

Probemos, en estado de duermevela, a explorar un lugar donde lo imposible es posible (cuando decía adiós a mi adolescencia fui presa del volumen El planeta de las posibilidades imposibles, de Louis Pauwels y Jacques Bergier, Plaza & Janes, Barcelona, 1976, 253 páginas). El Gobierno de ese lugar simpar es bicéfalo-bipolar. Una de sus cabezas (P. I.) maniobra para cortar la del rey, sin tapujos; la otra (P. S.), más capital y consciente de «la verdad sobre sí mismo» e impulsor infatigable de «la moderna definición del cinismo», o sea, no a la manera de un perro griego sino de un perro-perro, que, por su naturaleza cínica, desecha lavarse las manos ensangrentadas, y, sagazmente, evita también enviar al monarca al exilio para que no peligre su preeminente cabeza, traza un plan imposible, pero posible en un país de dementes.

El plan consiste en ir cerrando una a una, no todas al mismo tiempo para que no se note, las puertas de palacio para que el rey vaya disminuyendo las salidas y no sea visto (y amordazarle para que no hable). La primera puerta en ser atrancar fue la que le conducía a C, una parte del reino donde a los niños no les leen cuentos de príncipes y princesas, ni mucho menos historietas con dibujitos de elementales principios éticos y morales, sino de incendiarios de las leyes que se ha dado así una sociedad que propende a la solidaridad entre los pueblos.

Protágoras, en el Diálogo platónico del mismo nombre, recogiendo el mito de Prometeo, nos dice que Zeus, tras el cabreo por el robo del fuego del Olimpo, acaba por sentir lástima de los hombres y les otorga, a través de Hermes, el aidós (el sentid moral) y la díke (el sentido de la justicia), los raíles por los que se desplaza la convivencia entre los hombres, que es la virtud política capital.   

En otras latitudes y altitudes (E, N, V, B), donde los cuentacuentos, a imagen y semejanza de C, son bomberos que portan en una mano latas de gasolina y, en la otra, mecheros zippo, han entrado en trance vudú por el muy inesperado, escandaloso, despreciable y ruin cerrojazo a los aposentos de la majestad el día en que debía viajar a C. En esas latitudes y altitudes, que desbrozan los caminos a otros (A, G y A), obnubilados ante lo vistoso que es un bombero con lata y zippo, han empezado a fabricar candados para todas y cada una de las puertas palaciegas, con el objetivo de chantajear a la bicefalia cuando esta requiera de sus servicios, no en vano C tiene agarrados por los huevos a los bipolares, en trance de exonerar a criminales que reiteran y reiteran y reiteran que no dejarán de delinquir cuando sean plenamente libres, que parcialmente ya lo son.

Lo imposible.

Pese a ser país de posibilidades imposibles, hay una posibilidad que es imposible. Esta es que las cosas, de palacio y de hogares de gente corriente y moliente, no tienen vuelta atrás, como no la tiene la flecha del tiempo, a la que la Física solo le permite el avance.

Se llega por tanto a la vislumbre de que lo que por venir será una colada de maldad que dejará en blanca blanquísima la sucia ropa de hoy. El despliegue de la erística es una táctica política en todo igual a la técnica psiquiátrica de la lobotomía. Los individuos políticos y psiquiátricos quedan incapacitados. Estos, para ser; aquéllos, para ser consabidores de cómo el jefe del Estado es encerrado, maniatado, humillado. Bien parece que los bipolares hayan leído los versos de Walter de la Mare que dicen: «Nadie largo tiempo te llorará/Tu lugar ha quedado libre/tú ya no estás».

A Moncloa y a Galapagar, o la pequeña Moncloa, o el pequeño palacio (palacete), han llevado un ejemplar de la Constitución, a la que, con tijera ligera, la van troceando, pero no tanto para guillotinar al rey per se, cuanto, por medio de él, desmembrar el cuerpo de la nación siguiendo el modelo del Marqués de Sade.